jueves, 5 de diciembre de 2019

JURATE ROSALES: POR SEGUNDA VEZ, SE REPITE LA TRAMPA

El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, afirma el dicho. En este caso, es incluso peor, porque las  piedras que los venezolanos tienen en su camino para tropezar nuevamente son dos: una sería la de volver a votar con aparatos electrónicos. La otra piedra, mucho más inmediata, sería elegir un Consejo Nacional Electoral al gusto de Nicolás Maduro si los diputados de la oposición siguen sin ponerse de acuerdo. Lo cual sería muy grave para Venezuela, para todos los venezolanos y para el futuro del país.

Empecemos con los votos digitalizados y su más reciente ejemplo, ocurrido hace un par de días durante una votación en Estados Unidos. La semana pasada corrió el desconcierto al ver los resultados de una votación por el cargo de juez en el condado de Northampton, en Pennsylvania. De una cantidad total de 55.000 votos en 100 mesas de votación, el candidato del partido demócrata sólo había obtenido 164 votos. Dado que ese resultado fue considerado imposible, cundió el pánico en cuanto a la fidelidad de las máquinas electrónicas de votación.

Los miembros de las mesas se tomaron su tiempo para anunciar el resultado y procedieron a un recuento de todos los papelitos depositados por los votantes en las urnas. El resultado fue que por un pequeño margen, el ganador resultó ser el candidato que la electrónica había dado de perdedor.

El caso –que data de menos de una semana– acaba de ser relatado con infinidad de detalles por el periodista local que reportaba sobre esas elecciones para el diario “The New York Times”, Nick Corasaniti, quien seguramente a partir de allí sacará punta a su reportaje, cuidado si para escribir todo un libro. Por el momento, en su largo artículo se contentó con analizar cada uno de los eventuales errores que pudieron arrojar ese fantasioso resultado electrónico.

Su primera indagación fue para revisar la contratación de la empresa que puso las máquinas de votación, la americana ES&S.  Su nombre es conocido en Venezuela por un escándalo que ocurrió cuando se trataba de las elecciones generales del año 2000 y cuando esa empresa desistió de trabajar en elecciones venezolanas, aduciendo presiones e incluso amenazas. (En ese año 2000 sus técnicos, llegados al país para las labores de escrutinio, fueron presionados incluso con una pistola en la boca; se refugiaron en una embajada; rompieron el contrato y más nunca volvieron a Venezuela.  La fecha de las elecciones tuvo que ser cambiada y para las siguientes apareció por primera vez la empresa Smartmatic, que desde entonces cumplió con todos los requisitos del chavismo).

En el caso presente de la elección de un juez en Pennsylvania, al aparecer dudas sobre el resultado electrónico, hubo que recurrir al modo  manual para contar los votos. Lo cual, una vez más, arroja dudas en cuanto a lo impredecible del conteo con máquinas electrónicas.

Muchos países europeos siguen contando todos los votos manualmente y tienen razón. Cabe recordar que nada menos que el fundador de Microsoft, Bill Gates, hace unos años advirtió que «la última cosa para la cual nunca se debe utilizar la informática, son las elecciones”, al explicar la facilidad con la que es posible alterar los resultados (IP, 12 de  octubre 2016).

En cuanto a las más de dos décadas de toda clase de elecciones venezolanas con la empresa venezolana Smartmatic, es de recordar que sólo hubo dos veces en que el resultado no fue el “programado” por el chavismo: en el intento de Chávez de cambiar su propia Constitución para asemejarla a la cubana, y en las elecciones legislativas de 2015, cuando una treta inesperada impidió arrojar un resultado deseado por el gobierno.

Los venezolanos mayores de 40 años seguramente recuerdan ambos eventos. El primero ocurrió en las elecciones del año 2007 para aprobar por votación universal el texto de una segunda Constitución chavista y ésta fue rechazada por los votantes. Esa noche, el Estado Mayor de la Fuerza Armada, al conocerse el resultado que todavía no había sido publicado y según el cual los votantes habían rechazado el nuevo texto constitucional, visitaron a Chávez y exigieron que el verdadero resultado fuese publicado y respectado. Está el relato de la furia de Chávez esa noche frente a los generales, pero el rechazo por los votantes de esa segunda constitución calcada en la de Cuba, tuvo que ser respetado gracias a los generales que, de aprobarla, hubieran perdido el monopolio de la Fuerza Armada.

La otra única votación que el gobierno no pudo manejar a su antojo, fue la de la elección del parlamento en 2015. Lo que ocurrió ese día lo sabemos por un relato del general (r) Carlos Julio Peñaloza (“Zeta”, 18-12-2015), quien describió en detalle cómo un grupo de oficiales retirados, expertos en guerra electrónica, lograron bloquear la transmisión de supuestos “resultados” enviada en directo desde el centro cubano de Copextel, situado en la isla. Es cuando se supo que las máquinas de votación utilizadas en Venezuela siempre fueron bidireccionales. Razón suficiente para nunca más hacer una elección  que no fuera de escrutinio manual.

Los diputados electos en ese diciembre de 2015 terminan su cadencia en diciembre 2020 y cabe admirarlos por una labor que inicialmente era totalmente ad honorem y con muchos riesgos, incluyendo el de perder la libertad, tener que exilarse, o verse víctima de un atentado. Es notable que durante todos estos años no pasen ahora de cuatro o cinco los parlamentarios que encontraron una teta de dudosa procedencia para subsistir. Sin embargo, temo que pese al estoicismo de la mayoría, las trampas del Tribunal Supremo chavista para desactivar a los diputados indígenas, y ahora las de dividir a la oposición con acusaciones de recibir dinero de fuentes dudosas,  dificulten que se logre la mayoría necesaria para elegir un nuevo Consejo Electoral -condición absoluta para sanear las futuras elecciones.

De los topos que siempre han existido en ese cuerpo colegiado llamado Asamblea Nacional, algunos se destaparon de inmediato –como el suplente de María Corina Machado, el exlíder estudiantil Ricardo Sánchez, quien se pasó con armas y bagaje al otro lado del hemiciclo. Otros se evidenciaron cuando traicionaron al entonces presidente del parlamento, Henry Ramos Allup, el día  en que intentaba lograr una votación para elegir  un nuevo Consejo Nacional Electoral. Era en diciembre de 2016 y era el último día de sesiones de ese año. Lo relató en su memoria y cuenta del año 2016 el propio Ramos Allup: “Sobre la suspensión de designación de rectores del CNE, cuando constatamos que no teníamos los 109 diputados, dijimos no vamos a votar, porque nosotros no somos ellos (gobierno)”. Para el quorum faltaron cuatro diputados que ese día no aparecieron, de los que dos eran del partido de Manuel Rosales, Un Nuevo Tiempo. Esperemos que esta vez, no repitan la “hazaña”.

Estamos ahora en diciembre del 2019 y en enero empezará el último año de vigencia del actual parlamento, actualmente presidido por Juan Guaidó, quien además asume el cargo de presidente interino de la república, con la tarea de organizar elecciones presidenciales. Para eso, por segunda vez, se considera necesario elegir un nuevo Consejo Nacional Electoral. Repito: por segunda vez, puesto que ahora, nuevamente, el parlamento inició el procedimiento para la elección de los miembros de un nuevo CNE, y nuevamente, para la sesión de esta semana donde era previsto adelantar el proceso, no hubo quorum, porque faltaron los diputados de Un Nuevo Tiempo. A ver si se enserian.

Por el momento, nuevamente, para elegir al nuevo CNE, ahora en 2019, ya faltó una vez de nuevo el quorum. ¿Quiénes faltaron? ¿Otra vez, de los faltantes dos son del partido –UN Nuevo Tiempo. ¿Tendrán remedio? ¿Han pensado en lo que hacen?  ¡Qué dice sobre este repetido descalabro el jefe del partido Un Nuevo Tiempo y excandidato presidencial, Manuel Rosales, devuelto a Venezuela del exilio de una mano, digamos que bondadosa?

Jurate Rosales
@RevistaZeta
@enpaiszeta
Directora de la Revista Zeta, columnista en El Nuevo País con la sección Ventana al Mundo. Miembro del Grupo Editorial Poleo.

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