sábado, 11 de enero de 2020

ANTONIO JOSÉ MONAGAS: MALAS LENGUAS, MALAS MAÑAS

Pareciera haber un empeño nacional en sembrar profanidad. La política se vulgarizó al extremo que la condición de “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia” referida constitucionalmente,  se resquebrajó. Las instituciones que apuntalaban el funcionamiento de la sociedad, se corrompieron dejándola desasistida en cuanto a la defensa de sus derechos y libertades.  

El alto gobierno, desde sus primeros, se extravió del rumbo que señala la Constitución de la República cuando entre sus principios, exalta la progresividad mediante la cual el Estado exhorta “el goce y el ejercicio irrenunciable, indivisible e interdependiente de los derechos humanos”. Tanto que, la misma normativa dispone que “su respeto y garantía son obligatorios para los órganos del Poder Público”. En esto terminó Venezuela luego de veinte años de cacareada “revolución bonita”. El país termina la segunda década del siglo XXI, sometida por un régimen que dejó verse su costura. Reveló su condición de “usurpador”. 

Más aún, “la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad”, tal como lo suscribe uno de los preceptos constitucionales, es una obligación sin cuyo cumplimiento Venezuela no podrá salir del atolladero en que la ha sumido el falaz invento denominado “socialismo del siglo XXI”. Modelo político éste que termina siendo la antítesis de la democracia bajo la excusa de alcanzar una rotunda soberanía e independencia regional. No obstante, el país quedó sin bitácora. Quedó desguarnecido del sustento que podría permitirle la democratización del sistema político expresada en el fortalecimiento de la sociedad civil y del Estado de Derecho, bases fundamentales de una sociedad democrática y  participativa. Aunque indiscutiblemente, ello ha de requerir de la funcionalidad de una Administración Pública, que según la Carta Suprema, se asienta en principios de honestidad y responsabilidad con el magno propósito de consolidar la ciudadanía. Sin embargo, la intensidad de problemas que en los últimos tiempos vieron venirse, pisotearon al país de forma estrepitosa. 

En medio de la “revuelta de sargentos” y “motín de comandantes” a la que se ha llegado, los poderes públicos dejaron de apegarse a los deberes establecidos por la Constitución. Todo cuanto califica como responsabilidad de un “buen gobierno” a decir del léxico del Desarrollo Humano, dejó de tener el sentido que su interpretación explaya. El principio político según el cual las funciones judicial y ejecutiva del Estado deben estar separadas como poderes independientes, no funciona. En consecuencia, no hay un sistema de controles y equilibrios que limite las facultades del gobierno y proteja los derechos individuales, lo que alienta que jueces sometidos, actúen a sus anchas o dirigidos desde el poder central. Asimismo, legisladores constituyentes que caen en el campo del servilismo. 

De hecho, las instancias judiciales sólo responden a causas elaboradas y decididas por orden del régimen. De los poderes moral y electoral, ni hablar. Hay quienes dicen que se todo eso se transformó en una alcantarilla por donde corren vilezas, corrupciones y maledicencias. Perdió toda la condescendencia que las leyes ordenan. No hay discusiones alineadas con los problemas capitales del país.

Todo se torna en difamaciones., en injurias, en descalificaciones. No se plantean proyectos, pero si amenazas. Quien se atreva a proponer ideas que beneficien determinada comunidad o sector, puede esperar una paliza en plena calle. Se encubren chanchullos, se arman enredos. Los funcionarios de cualquier rango, se especializan en trampas, confabulaciones y demás piezas propias del mejor contubernio. 

Pero sobre todo, cuando hablan en nombre de la revolución y fingen ser combatientes “contra la corrupción”, se muestran como maulas intelectuales, adormecidos ideólogos por cuanto sólo demuestran  ser de pensamiento abyecto, de intenciones perversas, de actitud grosera, con lo cual buscan justificar cómo destrozar moral y políticamente a quienes disientan de su “revolución”. 

Con la idea de controlar la sociedad o la vida colectiva a venezolanos de postura democrática, se afincan en una verborrea que luce hondamente vergonzosa. No tienen idea de lo que dicen pues cada palabra sale del plagio vulgar que hacen de ideologías foráneas. Sólo con el propósito de empastelar o confundir al máximo para así mostrar una imagen sin forma ni fondo. Pero que necesita el libreto empleado para apantallar lo que no se es, ni se tiene. Es la estrategia que comúnmente utiliza todo régimen de abarrotada crueldad. O sea, cualquier régimen dictatorial, tiránico o totalitario. Es la estrategia de malas lenguas, malas mañas.

Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas

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