miércoles, 25 de noviembre de 2015

SAÚL GODOY GÓMEZ, SER VENEZOLANO,

Hay un mito del ser venezolano que inmediatamente contamina cualquier percepción que se haga en la búsqueda de la identidad, o se trate de definir una manera de actuar, pensar o simplemente vegetar en estos parajes que llamamos Venezuela. Ese mito lo conforma, por una parte, una construcción histórico y social sostenida principalmente por unos testimonios y una documentación, anclados en la tradición, que nos asegura que tuvimos un pasado reciente, cuando menos; y por otro lado, la leyenda dorada que asegura que pertenecemos a una raza cósmica que, como los gatos, no importa la altura del salto que se dé, siempre caemos parados.

En lo personal, no creo que exista una descriptiva ontológica del venezolano, principalmente porque no hay un ente colectivo venezolano; si existió, entonces, se trató de una impronta muy frágil que ya ha sido destruida por el castrochavismo, que nos ha gobernado en los últimos 16 años, y que no ha dejado piedra sobre piedra de ese mito.
Para que un mito colectivo sea exitoso, es decir, para que permanezca en el tiempo y sea considerado importante para la gente que lo comparte, lo mínimo que se debe hacer es retratar en grupo a toda esa sociedad, asignándoles algunos atributos comunes; la actual Venezuela que conozco está profundamente dividida por una serie de creencias de clases, razas, cultura y opiniones, algunas tan opuestas, que me parece un verdadero milagro que puedan convivir juntas. La otra cuestión es que, si ese mito realmente existiera, deberíamos estar a la altura del mismo, no solo recrearlo, tenerlo como modelo y profesarlo en la acción y voluntad del pueblo, sino mostrar con orgullo sus logros.
El castrochavismo rompió con ese mito que, en lo que a mí concierne, nunca nos perteneció.
Y lo digo, no porque hayamos estado en concordancia con sus valores y principios, sino que simplemente nos importó un “carajo” si estábamos o no a su altura, ni lo valoramos, ni lo hicimos nuestro, se trataba de una pertenencia automática, no se necesitaba hacer esfuerzo alguno, no se aspiraba siquiera a una construcción personal alrededor del mito… Y es allí, justamente, en esa posibilidad de descubrirnos sin mitos, sin caretas, sin compromisos con la historia, justamente una de las características de ser venezolano, nuestra disposición a adaptarnos a lo que venga y como vaya viniendo, sin pagar esas tremendas responsabilidades de orgullos y frustraciones que otros pueblos sí tienen con su pasado, con la historia y con su porvenir.
El que nuestra sociedad haya soportado con un mínimo de resistencia que un grupo de disociados y dementes nos gobernara de la manera que lo han hecho los chavistas, que nosotros mismos como sociedad los hayamos puesto allí para que nos atormentaran y casi exterminaran, como lo han hecho, en nombre de los más bajos ideales humanos (expresados, no en lo que decían, sino en lo que hacían), tratándonos de la manera más grosera y miserable, violando nuestros más sagrados derechos y agrediendo como lo hicieron nuestra tranquilidad e integridad como personas, demuestra, o que somos unos grandes ignorantes y abúlicos, o que somos una gente bien rara, que podemos soportar el abuso auto infligido, y tener la resiliencia de recuperarnos  e ir por otra cosa.
Aunque tenemos una historia muy rica en sucesos y personajes, envidia de otros pueblos, contamos con historiadores insignes, con escritores y artistas de muy fina tesitura, tenemos la fortuna de haber cultivado una intelectualidad avand garde, multicultural, internacional, mundana y simpaticona… nada de esto, aparentemente, ha tenido la menor importancia a la hora de enfrentarnos a nuestros demonios, que aparentemente llevamos a cuestas y son legión, y son estos demonios los que finalmente deciden nuestro avatar.
Pero como dije, esta vocación por la improvisación y una muy peligrosa tendencia a dejar que las cosas sucedan ante nuestros ojos sin levantar un dedo, haciendo el mínimo esfuerzo posible para resolver nuestros asuntos y esperando siempre por el Deus ex machina, nos ha colocado ya no una, sino mil veces al punto de la extinción como pueblo y nación.
O somos favoritos de la providencia, o nuestra piel es dura para eso de dejar de existir.
Lo que sí les puedo decir, con toda seguridad, es que somos sobrevivientes natos, no importa el tamaño de la catástrofe natural o política que se cierna sobre nosotros, siempre encontramos la manera de volvernos a poner de pie y continuar como si nada, principalmente porque tenemos la memoria más corta del mundo entero, que debe ser una nueva destreza evolutiva que los venezolanos hemos adquirido, carecemos de memoria a largo, mediano y corto plazo, sólo vivimos en la inmediatez, en el ahora, olvídense de toda la metafísica heiddegueriana sobre los horizontes ontológicos, el nuestro acaba donde termina nuestra nariz.
No nos podemos medir por figuras como Bolívar o Miranda, ni siquiera por intelectuales como Bello o Gallegos, mucho menos por políticos como Betancourt o científicos como el doctor Fernández Morán, nuestros grandes hombres aparecen y desaparecen como por acto de magia, igual que los malos malosos, los asesinos y los dictadores… ninguno es medida para nuestra naturaleza intercambiable, tránsfuga, adaptable, indiferente ante los partos del cosmos.
Siempre he creído que los venezolanos estamos en el planeta tierra porque somos portadores de una buena nueva o vamos a ser testigos de algo sin precedentes; el asunto es que nadie sabe qué es, pero, igual, esa impresión de que tenemos una misión en la vida, que sobrepasa con creces nuestra naturaleza de dejarnos llevar por los acontecimientos sin resistencia alguna, justifica de alguna manera que estemos ocupando espacio en este sobrepoblado condominio, en uno de los lugares más bellos y ricos del orbe.
¿Quiénes somos los venezolanos? Creo que nadie lo sabe con certeza, nacemos con el complejo con que nacen todos los latinoamericanos, que somos de la periferia, dependientes, explotados y que queremos ser liberados, no somos de occidente ni de ningún otro lado, pero fuimos conquistados y nos impusieron una cultura que no era la nuestra.
Por otro lado, somos una sociedad compuesta de emigrantes; Venezuela estuvo expuesta, desde sus comienzos, a un flujo migratorio intenso, si hay un mortero donde las razas han sido mezcladas y la genética humana sometida a interesantes experimentos ha sido en esta tierra, donde el clima ha actuado sobre la libido y la libido sobre nuestro genoma.
Pienso, al igual que el desaparecido político e intelectual Enrique Tejera París, que Venezuela ha cultivado no ya una élite intelectual, sino un importante sector de la clase media y baja, de la clase trabajadora, pródiga en conocimientos y oficios de alta calificación, que fue educada en los años anteriores al chavismo y que constituye un importante recurso al momento de rescatar el país, ya que se encuentra en el pico de sus capacidades productivas; si bien es cierto muchos han emigrado, está por verse si, logradas las condiciones mínimas para la reconstrucción del país, podamos contar con ellos.
A los venezolanos nos caracteriza la inmadurez, que se refleja en la improvisación, en estar siempre inventando recursos para salir del trance, de ese “si me dejan hablar no me fusilan”, de estar a cada instante exponiéndonos a situaciones previsiblemente peligrosas o comprometedoras, como si estuviéramos tentando continuamente nuestra buena suerte, aquí le decimos “tirándonos la parada”.
Disfrutamos del complejo de Annie la huerfanita, nos gusta vivir en el lujo y la seguridad de la mansión pero somos malagradecidos con sus dueños; lo que queremos es reparaciones, que nos devuelvan el oro de Moctezuma y la plata del Potosí; creemos que los demás son ricos y nosotros pobres porque nos robaron, vivimos del resentimiento y de los orgullos nacionales que, en el fondo, son la ilusión de que volveremos a ser indios, nativos, aborígenes originarios, tribus bailando contentos alrededor de la fogata ancestral.
Nos la pasamos mirándonos el ombligo y creyendo que todo gira a nuestro alrededor; queremos ser un país potencia sin poner el empeño en ello, queremos ser buenos y solidarios quizás sea la razón por la que suframos de ese atavismo llamado socialismo, deseamos que nos quieran… y por no saber decir no, amanecemos todos los días con resaca y sintiéndonos culpables porque de seguro hicimos algo terrible la noche anterior, de lo cual ya no tenemos memoria; pero he allí nuestro tesoro, al segundo nos olvidamos y estamos de nuevo en nuestro papel preferido, mirar los toros desde la barrera, sin comprometernos, sin mucho sacrificio, con el menor trabajo posible.
Bajo estas circunstancias es imposible planificar, el futuro se nos presenta apenas como una evocación de algo que nos gustaría vivir, pero igual que hacemos con los controles de nuestros televisores, nos gusta el zapping, cambiar de canales constantemente sin fijar la atención en ninguno.
Cuando alguien empieza hablarme de historia de mi país, para explicarme de donde vengo, lo que hago es reírme; después de lo que permitimos que el castrochavismo hiciera con el bolivarianismo, ya nada me conmueve… si algo les agradezco a estos toscos chavistas, es haberme hecho ver que la historia es ideología, nada más.
¿Tenemos un vínculo con esta tierra? Me lo he preguntado un millón de veces, como somos tan sentimentales y sensibleros se nos aguan los ojos recordando en el extranjero una puesta de sol en la playa, el sabor de una empanada o el aroma de un buen café, pero en realidad y luego de ver nuestra diáspora y la facilidad que tenemos de asimilarnos a cualquier cultura, por más exótica que ésa sea, creo que no hay más lazos que los circunstanciales, no compartimos ese apego a la tierra de los ancestros, y a los camposantos donde yacen enterrados sus huesos, que en otras sociedades son tan valorado.
Nuestra nacionalidad es toda una puesta en escena, son desfiles militares o de mises, es la pompa de un acto oficial, los discursos de patriotas valientes sobreponiéndose a los ejércitos imperiales, la aventura de cruzar ríos y montañas para darle la libertad a los oprimidos… se trata de manifestaciones tan increíbles y fantásticas que no hay manera en que pueda relacionarme con ellas, pareciera que mi pasado pertenece a un suplemento, a un comic de los superhéroes de Marvel.
La vida del venezolano transcurre como un reality show, llena de situaciones inconexas, de gaffes y pantallas que anuncian el aplauso del público, hasta publicidad y música incidental llena nuestras vidas, hasta que nos da un tate’quieto, y es entonces que empezamos a cuestionarnos, ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo? ¿Es verdaderamente lo que estamos viviendo lo que deseamos deseamos?  Lamentablemente, ese renacer de una consciencia llega muy tarde y nos tortura en nuestros últimos días.
Uno de los aspectos que menos me gusta de los venezolanos es nuestra poca generosidad con quienes entregan sus vidas al engrandecimiento del país y el gentilicio de la nación, quienes llegan al final de sus vidas rodeados de riquezas y con un alto reconocimiento son por los general los que han abusado de sus cargos, los “vivos” que se han sabido vender, pero los artistas, deportistas, docentes, constructores de oficios y saberes, sabios y hasta héroes de la patria que lo entregaron todo por Venezuela por lo general terminan en medio de la pobreza y la miseria, relegados al olvido, exilados, ignorados, nuestra historia está llena de este gesto despiadado, por lo general la patria mal paga a quien se entrega a ella, sería algo que me gustaría cambiar.
Si los venezolanos nos permitiéramos un momento de introspección, una pausa en nuestra ajetreada vida por la subsistencia, estoy seguro de que caeríamos en cuenta de la vaciedad en la que estamos sumidos… y, creo, haríamos algo por darle sentido a nuestra existencia.
Pero hay algo que me da esperanza y que sí creo nos podría dar finalmente la estabilidad que necesitamos para alcanzar una razón de vida, y ese algo, o mejor dicho, alguien, es la mujer venezolana, pero no toda mujer (las hay rutilantemente superficiales y algunas, definitivamente perversas), me refiero a las que se comprometen con su maternidad, con su prole, con sus hombres (cuando son veraces), con su tierra y su pasado, son las que reciben a diario el golpe de realidad y saben enfrentarla sin perder la cabeza, las que deciden permanentemente un futuro para los suyos llueve, truene o relampaguee, las que tienen la vocación irrevocable de la sobrevivencia y no pueden permitirse distracciones ni caer en artificios, hablo de millones de heroínas anónimas que no se doblegan ante las adversidades… no me cabe la menor duda, son nuestras mujeres las que han llevado y llevan el país a cuestas, y son la razón de vida de nuestras azarosas existencias. A ellas, mis respetos y cariño.    - 
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul

Miranda - Venezuela

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