lunes, 7 de diciembre de 2015

EGILDO LUJÁN NAVA, DE LA ESPERANZA Y LA CONFIANZA

 “Mientras exista el sector privado, será posible para la política culpar a éste de la inflación, de las tasas de interés o del bajo nivel del salario real. La realidad es que son las decisiones del Estado con respecto a la asignación de recursos, la improductividad de sus gastos y su ignorancia de los costos, las que determinaron la pobreza relativa del país”. Armando Ribas

Son muchos los motivos que tienen los venezolanos para pronunciarse mañana

en las urnas electorales en contra de los responsables de los resultados de una improductiva gestión gubernamental. Pero hay uno que hace dos años, aproximadamente, se convirtió en el principal, hasta posicionarse a finales del 2015 en un rango sobresaliente e inquietante. Se trata del que tiene que ver con la posibilidad de adquirir alimentos; de comprar los bienes que se requieren para un sustento familiar imprescindible e insustituible.

Los últimos días del pasado mes de noviembre hablaron por sí solos: dijeron eso, precisamente. Lo ratificaron y, por supuesto, lo identificaron como el gran problema nacional del presente, que impone una gran solución en los días posteriores al evento electoral. Pero no como una respuesta para el momento. Sí como la acción definitiva que haga posible un inmediato alejamiento del riesgo de que de la necesidad elemental, se llegue a un cuadro de hambruna creciente.

Es cierto, se trata de una afirmación que luce exagerada y hasta atrevida a simple vista. No obstante, tan comprometedora es la posibilidad de la aparición de una realidad de esa naturaleza, que no es posible delinear escenarios de convivencia durante el 2016, sin que el citado tema no aparezca dominando el primer punto de las agendas.

Desde Formato del Futuro, hace ya dos años, hubo un pronunciamiento de alerta al respecto. Y estaba dirigido a quienes, teniendo a su cargo la responsabilidad de garantizarle precisamente a los ciudadanos el derecho a alimentarse, es decir, a los gobernantes, sólo se ocupaban de cuantificar su avance indetenible en políticas de expropiación de fincas productivas, de industrias, mientras se perfilaban las decisiones que luego estarían dirigidas a reemplazar al comercio formal tradicional, con base en la creación de una estructura gubernamental apoyada en financiamientos internacionales. Por supuesto, lo que se decía estaba atado a otra verdad cuyo rostro comenzaba a delinearse ante los ojos de propios y extraños al devenir económico nacional. Se trataba  del desplome de los precios de las materias primas en el mundo industrial, incluyendo el del principal producto de exportación venezolano, el petróleo.

De hecho, hoy no son pocos los que recuerdan aquél célebre discurso del hoy extinto Rafael Caldera, en la ocasión cuando desde el para entonces Congreso Nacional, y cuando millones de venezolanos no salían de su asombro ante lo que estaba sucediendo el 4 de febrero de 1992, dijo que no era posible sostener ninguna Democracia si el pueblo tenía hambre.

En aquella oportunidad, las miradas se dirigieron a las autoridades  en procura de la natural y necesaria reacción que se convirtiera en acciones, antes de que el palpable problema se profundizara y generara reacciones sociales inconvenientes. Hoy, definitivamente, pudiera decirse que lo que está sucediendo es una reedición del capítulo histórico que, entonces,  contribuyó a un cambio político esperanzador. Sin embargo, no puede olvidarse que para la década de los noventa, el país disponía de una infraestructura productiva y comercial con capacidad de adecuarse a los requerimientos del momento, inclusive a pesar de los tumbos generales que vivió la economía, provocados por la crisis financiera.

Esa infraestructura productiva no existe actualmente en las condiciones que lo demanda el comportamiento del consumo nacional. Amén de que ahora está condicionado por otros dos inconvenientes que hay que atender con prioridad y velocidad: la indisponibilidad de recursos suficientes para financiar lo que se deba, ante la urgencia de disponer de insumos, materias primas y repuestos. Y la obligación de honrar los compromisos internacionales que se adquirieron en su momento, para, precisamente, mantener activa la producción nacional.

Si bien es cierto que el proceso electoral ha pasado a convertirse en un poderoso activador de la esperanza para los consumidores, los trabajadores, los empresarios y los propios suplidores que, históricamente, han creído en la importancia de hacer negocios con Venezuela y los importadores venezolanos, queda ahora pendiente la otra parte. Y lo cual no es otra cosa que reconstruir la confianza en las innegables potencialidades que distinguen a la economía nacional, como en la disposición de echar a andar un programa de decisiones que conviertan esa alternativa en la urgente exposición de decisiones apropiadas para que eso suceda. Por supuesto, todo eso gira alrededor de una constante: el respeto a los derechos individuales, en especial del derecho de propiedad.


Aquellos que creen en que después de un evento electoral como el de mañana no es posible ni viable comenzar a trabajar denodadamente en respuesta a la importancia de profundizar las esperanzas, para que la confianza también comience a recomponerse, pudieran tener razón. Mucha razón. Sin embargo, después de esa apreciación comprensiblemente justificada, también hay otra razón, muchas razones, para que no se difieran eternamente las respuestas ante una situación social que no puede seguirse minimizando, subestimando. Mucho menos desatendiendo. Porque ni siquiera haciendo colas, es garantía para ningún venezolano de que sí es posible llevar algo para la casa. Y la inflación, por otra parte, ya también hizo su trabajo de anular la capacidad de compra de millones de consumidores, por lo que tampoco es viable creer en que el mercado negro es la respuesta ideal para la ocasión.

Además, como también lo ha dicho Formato del Futuro en reiteradas ocasiones, tampoco las soluciones que se necesitan, es posible construirlas e implementarlas a la velocidad del viento. Pero hay que procurarlas. Y si es rápido, mucho mejor. Inclusive, si fueran un producto del diálogo entre los agentes económicos públicos y privados comprometidos con ellas, no sólo serían las mejores. Serías las ideales.

Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan

Miranda - Venezuela

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