Para alcanzar las
transformaciones estructurales esenciales es vital discutir permanentemente
acerca de la dinámica de los cambios. El dilema fundamental pasa por resolver
si se irá a fondo con lo que hay que hacer o se optará solo por el camino más
pausado, ese que invita constantemente a la descomprometida alternativa del gradualismo.
Es casi imposible
eludir la incómoda tarea de seleccionar entre las innumerables variantes
disponibles, porque al quedarse con algunas de ellas se avalan ciertos costos
que otras posibilidades no involucran. Es una decisión que, casi siempre, resulta
difícil, pero que invariablemente habrá que tomar en algún momento. La
sabiduría popular dice que "el que no arriesga no gana". Pero en
estos asuntos de la vida en comunidad, algunos prefieren obtener mucho menos
sin exponerse tanto.
No solo la política
se debe este gran debate. La sociedad misma tiene que encarar esa discusión,
porque de esas definiciones depende lo que viene. Habrá que comprender que no
solo se debe analizar lo que se puede perder, sino también las recompensas que
se pueden conseguir con esa determinación.
Si se elige el cómodo
sendero de la prudencia, siguiendo la tradición filosófica del "paso a
paso" se debe entonces incorporar, además, la idea de que la salida a los
problemas que hoy se sufren, será inevitablemente lenta.
Muchos de los actores
del presente, bajo ese escenario, jamás podrán disfrutar de los supuestos
progresos por los que dicen estar luchando, corriendo el riesgo adicional de
que el curso de los acontecimientos se vea abruptamente interrumpido y todo
vuelva al punto de origen, o peor aún.
Los otros, los más
audaces, saben que para ir más rápido se deben aceptar elevados sacrificios en
el corto plazo, pero entendiendo que si se persevera en el esmero el futuro
soñado estará mucho más cerca.
Lo que no resulta razonable
es suscribir a la estrategia escalonada de la evolución secuencial y al mismo
tiempo esperar un acelerado desarrollo extraordinario. Esas opciones no tienen
correlación. Si se quieren visualizar valiosos adelantos respecto de lo que se
ha dejado atrás, habrá que asumir, en primer lugar, el alto precio que se
deriva de esa resolución.
La inmensa mayoría de
los ciudadanos, están impregnados de un inocultable espíritu conservador, que
se convierte en el gran escollo a vencer, el auténtico límite hacia la
prosperidad. Es que cuando se toma el rumbo adecuado, la resistencia al cambio
aparece inexorablemente.
Si los gobiernos no
trabajan en esta línea de acción con ahínco, es porque los votantes le dicen,
abiertamente, que si bien desean con fervor las mejoras, no están dispuestos a
hacer lo que sea por ello. Es importante hacerse cargo, sin hipocresías, de
este modo tan habitual de razonar.
La clase dirigente,
no solo la de los partidos políticos sino también la de todas las
organizaciones de la sociedad civil, tienen la enorme responsabilidad de
liderar esa transición señalando el sendero a recorrer y actuando, en sus
propios ámbitos, como los nuevos modelos a imitar.
Las formas son
relevantes, porque ayudan mucho generando ejemplaridad, con gestos elocuentes
que, de algún modo, contribuyen a enviar señales inconfundibles que sirven de
referencia al resto. Pero esas cuestiones siempre son laterales, periféricas y
no centrales. Lo que realmente trasciende tiene que ver con la cruda realidad,
con los hechos, con las acciones concretas y no con los meros recursos
retóricos.
Modificar los pilares
de la vigente arquitectura del Estado es algo siempre complejo y requiere de
descomunales esfuerzos. Por eso es imprescindible enfocarse lo suficiente como
para lograr esos cambios de fondo. Como en la vida misma, si se pretenden otros
resultados pues habrá que hurgar en nuevas visiones acerca de cómo abordar las
disyuntivas de la actualidad.
Se le atribuye a
Tolstoi aquella frase que dice que "todos piensan en cambiar el mundo,
pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo". Tal vez sea tiempo de
reflexionar y sincerarse. Es probable que los avances no se estén dando con la
rapidez esperada porque la sociedad no lo desea tanto como lo predica o,
simplemente, porque no tiene la convicción suficiente.
Los gobiernos juegan
con sus propias reglas. Su eterno pragmatismo los empuja a funcionar de acuerdo
al paradigma que sostiene que "la política es el arte de lo posible".
Por eso van de a poco, porque es lo que consideran factible. No se debe olvidar
jamás que en la política abundan los timoratos y mediocres. Lamentablemente
también escasean los héroes y estadistas.
Si algún sector de la
sociedad espera con ansias la etapa de los cambios con mayúsculas será
necesario que asuma el rol apropiado en sintonía con esas pretensiones. No se
trata solo de tener algo de osadía, sino también de entender el comportamiento
social comprendiendo que para que ciertos eventos ocurran, tendrán que aparecer
previamente los contundentes guiños electorales a los políticos de turno.
Lo que viene está
sometido, en muy buena medida, a como se desarrolle este intrincado proceso.
Después de todo, el humor social siempre marca la agenda política y de eso
realmente depende el ritmo de las reformas.
Alberto Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com
@amedinamendez
Argentina
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