lunes, 21 de marzo de 2016

EGILDO LUJÁN NAVA, BRASIL, ESPEJO DE VENEZUELA

“No obstante, más temprano que tarde, y para infortunio de este malandraje dedicado a la política, toda esa impostura sale a la luz, y la tal superioridad ética, los grandes ideales, el amor por el necesitado y las rasgaduras de vestiduras resultan ser un burdo disfraz, un perverso disimulo, para engañar a incautos” Emilio Nouel V.

Sin lugar a dudas, Brasil es el país gigante de América del Sur. Lo habita una población de 202 millones de personas que, en su mayoría, están ubicadas en las áreas costeras. Tierra adentro, una parte importante de su territorio sirve de asiento a una densidad poblacional muy baja, mientras exhibe un espacio  sobresaliente por sus grandes reservas forestales. Bien merecido, entonces, es que se le identifique como un valioso pulmón de la Tierra.

Brasil, además, cuenta con una importante producción de alimentos: vegetal y animal. Y un desarrollo industrial que le ha permitido ubicarse entre los 20 países con la mayor economía del mundo, precisamente distinguidos por ese alcance productivo y competitivo.

Lamentablemente, su conducción política no ha sido estable, de vida institucional prolongada. Ha servido de asiento para cruentas dictaduras y gobiernos populistas que, como en el resto del Continente, han podido conducir a las mayorías alrededor de sueños y esperanzas, a la vez que convierten el poder económico en respuesta útil para minorías de “favoritos”. Todos han medrado astutamente de la fórmula de mucha pobreza y unas minorías privilegiadas con enormes riquezas.

En los últimos 20 años, a los países vecinos y al resto del mundo se les hizo creer  que la visión interna brasileña estaba cambiando. Porque se multiplicaron los esfuerzos políticos y sociales dirigidos a reducir los índices de pobreza, a la vez que se crearon condiciones para darle paso a la progresiva expansión de una emergente clase media. Es decir, a ese segmento socioeconómico excepcional para afianzar los equilibrios y que, bien atendido y satisfecho, como sucede en los países desarrollados, pasa a ser siempre el más confiable soporte de la transformación integral de las naciones de avanzada.

Pero el 27 de Octubre del 2002 los brasileños apostaron por una novedad transformadora, según los promotores de la oferta electoral. Y eligieron como nuevo  Presidente al destacado dirigente sindical metalúrgico Luiz Inácio Lula da Silva, después de tres intentos fallidos.

Durante su primer período, el Gobierno liderado por Lula logró reducir los índices de pobreza y hasta hubo un desarrollo económico importante, al punto de hacer posible que Brasil se incorporase al célebre grupo de los Brics, en el que compartía roles sobresalientes con Rusia, India, China y Sudáfrica.

En su segundo mandato constitucional, el dirigente sindical, alentado por el explosivo precio petrolero, se ocupa de darle fuerza y vigor al nuevo emblema económico brasileño: la explotación comercial de un bien energético con Petrobras a la cabeza. Es decir, de importador de crudo y audaz país capaz de convertir la caña de azúcar en una nueva variable generadora de recursos energéticos, da un paso en firme en la extracción petrolera costa afuera, de manos de la empresa que garantizaría, además, la posibilidad de entrar en el siempre añorado mundo ideal de la danza de los millones de dólares. Millones que, adicionalmente, abren la puerta a otro mundo, al peor de los mundos en esta parte de globo terráqueo: el de la corrupción.

La abundancia de recursos potencia el estímulo del consumo. Y, con la ilusión del ingreso abundante, entre otros lastres morales colectivos, aparece la descomposición social, en el medio de otro no menos pernicioso componente destructor de la familia brasileña: el tráfico y el consumo de drogas prohibidas. En fin, se combinan la corrupción de todas las estructuras sociales del país gigante, se multiplican las ansias incontenibles por obtener riquezas súbitas y, por supuesto, el Estado y el ejercicio del poder, en bandeja de plata, ofrecen la alternativa de meter la mano en las arcas públicas. El populismo y su variable pragmática de la visión salvadora del pueblo, sencillamente, se ocupan de multiplicar vicios y de trabajar en la  pérdida y/o reemplazo de valores que hacen crisis, cuando la excombatiente Dilma Rousseff recibe el visto bueno de la población para que siga “profundizando la transformación económica y social” iniciada por su mentor político Luiz Inácio Lula da Silva.

Con Dilma al frente de la conducción del Estado, en rol de depositaria del legado de su antecesor del Partido de Los Trabajadores, emerge la verdad de lo que ya se sabía que estaba destruyendo las entrañas del actor de reparto de los Brics: caída de la economía, retroceso social, regreso de la inflación, cierre de empresas, desempleo, desórdenes sociales y altos índices de criminalidad.

Lula  y su "Foro de Sao Paulo" son los que realmente entraron en crisis, se estima fuera del territorio de dicha nación. Y lo asocian, desde luego, con lo que está sucediendo en Venezuela; otro país alineado políticamente con un pensamiento y visión ideológica sobre cómo atacar las causas de los desequilibrios sociales de la región, pero que, sin embargo, no ha pasado de ser una farsa propagandística y un efectivo método para hacer nacer una nueva poderosa e inescrupulosa élite económica continental, con voz y peso propio en la economía global. 

Lo cierto es que Petrobras y PDVSA son, sin duda alguna, las mayores productoras de petróleo de América del Sur. Y eso, que las convierte en dos innegables figuras en el devenir actual que registra la actividad petrolera mundial, también les presenta hermanadas al haber pasado a ser motivo serio de observación en los mercados. En primer lugar, por sus aparentemente nada éticos movimientos de dólares; también por su posible desempeño en el blanqueo de dinero mal habido. Y todo eso acontece  a la vez que, paralelamente, surgen otras empresas y consorcios en ambos países con esas mismas características.

En lo político, también hay coincidencias que pasan a ser sazones para el mismo plato.  En el 2011, termina su mandato el Presidente Lula da Silva. Y le entrega el control del mando a su pupila, exministra y electa popularmente Dilma Rousseff . En Venezuela, 4 años después fallece el reelecto -otra vez- Presidente Hugo Chávez, y le sucede el políticamente ungido -y luego electo para ejercer dicho cargo- Nicolás Maduro. Y se produce la continuidad de la cofradía en ambos países.

En el 2014, comienza a producirse  el desplome del precio del petróleo. Y ambos países entran en una crisis económica profunda, si bien Venezuela pasa a llevar la peor parte, al quedar sin reservas internacionales y enormemente endeudada. Desde entonces, no han dejado de destaparse grandes inconformidades sociales y comienzan a multiplicarse acusaciones, dentro y fuera de los territorios de los dos países, mientras afloran señalamientos sobre múltiples casos de corrupción por parte de funcionarios de los respectivos gobiernos.

El resultado es que actualmente, mientras que en Brasil están siendo cuestionados y pudieran ser enjuiciados, entre otros, el ex Presidente Lula da Silva como la propia  Presidenta Dilma Rousseff, en Venezuela, su población que se debate entre la inflación más alta del mundo, un desabastecimiento cruel de bienes básicos  y una inseguridad galopante, comienza a detallar sobre posibles casos de corrupción, a la vez que se entera de demandas judiciales nacionales e internacionales, y habla acerca de la presunción de que alrededor de la administración del control de cambio, se ha producido un gran desfalco a la nación.

En los dos países, hay grandes y continuas protestas. La popularidad de ambos gobiernos y gobernantes, se ha desplomado a niveles alarmantes. Y sus respectivas ciudadanías -o sus pueblos, como les gusta llamarlos a los miembros del “Foro de Sao Paulo”- están pidiendo las renuncias a sus Jefes de Gobierno.

Por supuesto, es el reclamo de millones de personas cansadas de engaños y asfixiadas por las decepciones, y cuya exigencia le corresponderá concluir a las instituciones públicas de cada nación, si es que los responsables de su conducción administrativa se ajustan a lo que establecen sus respectivas normas constitucionales y legales, y no la necesaria utilidad del ocultamiento de los hechos que conforman la causa de las acusaciones sobre supuestos delitos.

Con procesos en curso, en Venezuela la valoración individual de lo que se plantea gira alrededor del cuento de Blanca Nieves y los Siete Enanos, cuando la bruja  increpa al espejo en los siguientes términos: “Espejito mágico, ¿quién es la mujer más bella de esta tierra?” . 0tros, en cambio, se van a lo rítmico, recordando al gran Billo Frómeta dirigiendo a su orquesta de baile, mientras sus cantantes voceaban:  "CUIDADITO COMPAE GALLO, CUIDADITO ".Aunque la mayoría, la verdad sea dicha, prefiere apelar a la Semana Santa como motivo para rogarle a Dios que provea de luz a los venezolanos, mientras que, adicionalmente, suplican que los Bolichicos no hayan intervenido en la compra de plantas termoeléctricas para el Cielo
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Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
Fedecamaras
Fedenaga
Miranda - Venezuela
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ebritoe@gmail.com

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