viernes, 11 de marzo de 2016

SIXTO MEDINA, UN CAMBIO SIN REVOLUCIÓN, CASO ITALIA

El 18 de junio de 1946, un rey joven, de figura esbelta y de aspecto melancólico, dejaba a Italia definitivamente tomando un avión, que previa etapa en el aeropuerto de Madrid, lo exilaría para siempre en Portugal. Humberto II de Saboya -de él se trata- había reinado poco más de un mes, desde que su padre, Víctor Manuel IIl, había abdicado en su favor el  9 de mayo. Algunos historiadores, recogiendo voces populares registran por lo tanto a Humberto como el “rey de mayo”. Ahora marchaba al exilio, junto con la reina María José y con sus cuatro hijos, después  de dramáticos cabildeos, aceptando el veredicto del referéndum del 2 de junio, que había proclamado por voto popular la derrota de la monarquía y el nacimiento de la república en Italia.

Las negociaciones, que pusieron a dura prueba la habilidad de un experto primer ministro como Alcides De Gásperi, fueron inevitables y complicadísimas, ya que la diferencia de votos entre república y monarquía, oficialmente era de 2 millones de votos y, en los círculos cercanos a la corte se exigieron mil sutiles controles judiciales antes de reconocer la derrota. En aquella amarga primavera italiana- con tropas extranjeras todavía en casa - se habló también de un posible “baño de sangre” (‘¡otro después del conflicto que apenas había terminado!) porque los monárquicos que eran muchos querían resistir y porque las fuerzas armadas -aun diezmadas como estaban- igual querían al rey.

Al final, el rey hizo lo más sensato, lo que correspondía: acepto el voto popular y se fue. Con su gesto reconquisto las muchas simpatías que la familia real había perdido irremediablemente. De ahí en más mucha gente, de alguna manera, se compadecía del “rey de mayo” e insistía en que Humberto pagaba así - con su exilio-  errores que no había cometido. En definitiva, decían: el que se había aliado con el fascismo y había aprobado la guerra no era él, sino su padre. Pero la historia no siempre sutiliza y así terminaba la monarquía que en el siglo pasado, desde el pequeño reino de Piamonte, había sido determinante en la independencia de Italia. Un país que en 1860 concreto la unidad nacional como reino, como monarquía, a pesar de la larga predica de Giuseppe Mazzini que al contrario, invocaba, ayudado por Garibaldi la forma republicana.

Poco menos de un siglo después, el voto popular les daba la razón a Mazzini y a Garabaldi y la monarquía cerraba un ciclo histórico en la península, entre los escombros de la Segunda Guerra Mundial y en una muy triste temporada para Italia toda. Pero, ¿cómo se llegó concretamente a reemplazar la monarquía por la república en Italia? En realidad se trata de un caso, seguramente nada común: en general, cuando la historia cuenta alternancia y sucesiones de esta naturaleza, habla casi siempre de revoluciones, reyes ahorcados y de fuerzas republicanas más o menos insurgentes. Nada de esto pasó en 1946 en Italia. Simplemente se votó, se contaron los sufragios, ganó la república y el rey tuvo  que dejar el país  con toda la familia real y mudarse a Portugal.

De ahí en más, la asamblea constituyente con un histórico y fuerte debate que buscaba la compleja síntesis entre las ideas socialcristianas, liberales y marxistas, fue elaborando la  constitución republicana que entro a regir el 1 de enero de 1948. El 2 de  de junio día del pronunciamiento electoral del pueblo, se convierto en la principal efeméride patria de los italianos.

Las coyunturas para hacer grandes cambios positivos a favor de las grandes causas no se presentan continuamente. En Venezuela el voto como instrumento de cambio es la salida a la peor crisis económica y social de nuestra historia, es la única llave que tenemos, que puede abrirnos el camino hacia las metas de dignidad, libertad y bienestar que deseamos alcanzar. La responsabilidad es de todos los venezolanos, pero también  de los gobiernos democráticos de América latina.

Sixto Medina
sxmed@hotmail.com
@medinasixto
Miranda - Venezuela

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