martes, 5 de abril de 2016

DARIO ACEVEDO CARMONA, ¿QUÉ SIGNIFICA DECIR “ESTAMOS CANSADOS CON LA GUERRA”?, CASO COLOMBIA,

La coyuntura colombiana es tan delicada y tan compleja que bien vale la pena tomarse un buen tiempo para reflexionar acerca de sus orígenes y desarrollo. No es de buenas a primeras que el país ha entrado en franco y acelerado retroceso en muchos aspectos sensibles para el conjunto de la población.
 
La semana Mayor es época propicia para la meditación. Las gentes se acogen a los rituales de la iglesia Católica, pero no está por demás que también dediquen algún tiempo a pensar en los retos y peligros que se ciernen sobre la sociedad.
 
De manera protuberante se manifiestan señales de alerta en materia económica, de seguridad, desinstitucionalización, liderazgo, y, para ajustar, en las relaciones internacionales que eran tenidas por exitosas, a raíz de los fallos del Tribunal de La Haya.
 
Como es imposible referirse a temas tan gruesos en un solo artículo, propongo a mis lectores reflexionar sobre el manejo dado por el gobierno Santos al llamado conflicto armado y a las conversaciones de paz. Como lo he sostenido en otras ocasiones, pienso que en este terreno se han cometido garrafales errores. En gran parte, la concepción entreguista que ilumina el proceder oficial en La Habana tiene que ver con varios sofismas que se hacen pasar por verdades, incluso con ropaje académico.
 
Una de las afirmaciones que circulan masivamente en los medios y entre la opinión es que “el país y los colombianos estamos cansados de esta guerra”. De entrada nos topamos con la idea de que el Estado y sus fuerzas militares deben declinar en el deber constitucional de defender las instituciones frente al intento de insurrección y de provocación de una guerra civil por parte de fuerzas guerrilleras de orientación comunista. Que se sepa, estas fuerzas no han reconocido estar cansadas de atacar a las instituciones y a la población. Por el contrario, se ufanan de los “sacrificios” que han hecho en favor de los “intereses populares”.
 
Declarar cansancio ¿acaso no equivale a mostrar debilidad en esa “guerra” que ellas, las guerrillas y sus escribanos e ideólogos venden como una “guerra justa”? ¿Qué tal que los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, luego de todos los desastres ocasionados en la defensa de la democracia y de las libertades y tras millones de muertos y crueldades inenarrables se hubiesen declarado “cansadas” en su guerra contra el nazismo? ¿Es admisible que los gobernantes encargados por mandato constitucional de defender las instituciones confiesen estar cansados  en el cumplimiento de sus deberes?
 
No deja de sorprender que quienes han defendido la vigencia y pertinencia de las guerrillas ahora se conviertan en pacifistas a ultranza y renieguen de la “guerra” en abstracto como si ese fuera el dilema al que se enfrenta nuestro país. Que desde el Estado sus altos gobernantes caigan en esa trampa no deja de ser desconsolador. Mientras desde el Estado se han realizado todo tipo de esfuerzos para llegar a un final honroso de las hostilidades, del otro, lo que se aprecia es la pretensión de no desmovilizarse, de imponer en la mesa de conversaciones lo que no pudieron en el campo de batalla. El cansancio, pues, termina por desestimar la legitimidad del enorme esfuerzo que hubo de hacerse  para enfrentar a las guerrillas.
 
Tenemos todo el derecho a preguntar, por tanto, ¿si valió o no la pena, si hubo razón o no en haber encarado el desafío guerrillero? ¿Si es lo mismo defender la democracia, a pesar de sus deficiencias, que fue lo que hicieron las fuerzas militares, que intentar imponer por medios terroristas un proyecto totalitario? O ¿si aceptamos pensar como muchos dirigentes políticos y académicos en cuya retórica se pierde vista o se enmascara en palabras de justicia lo que no es otra cosa que la propuesta del modelo comunista?
 
A lo que apunto, en síntesis, es a señalar  que el gobierno de Juan Manuel Santos ha adelantado estas conversaciones de paz a partir de la renuncia a la razón moral en el combate que durante décadas se ha estado librando contra unas guerrillas cada día más desacreditadas y lumpenizadas. La política oficial de paz alimenta la sensación de que todo fue inútil, de que las guerrillas y el Estado estaban al mismo nivel, que no había razones justas y legados políticos para defender por parte de la institucionalidad y en cambio, como se aprecia en las posiciones del filósofo Sergio Jaramillo, las guerrillas encarnan aspiraciones del campesinado.
 
El resultado no puede ser más lamentable: el sentimiento de culpa que se comprime en la idea de zanjar una deuda histórica cancelable a las guerrillas, la baja autoestima sobre nuestras instituciones que se traduce en dar un trato de contraparte o de igual a quienes nunca obtuvieron ese sitial ni por la razón ni por la fuerza.
 
Ruben Dario Acevedo Carmona
rdaceved@unal.edu.co
@darioacevedoc
Colombia

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