No hay precedentes en
tiempos de paz del nivel de escasez, angustia e incertidumbre que se vive
actualmente en Venezuela. Tampoco hay precedentes de semejante destrucción de
la economía. Lo más doloroso es que toda esta tragedia ocurre poco después de
haber vivido la etapa de mayor afluencia petrolera que hayamos conocido.
La dirigencia
oficialista no cesa de repetir que se trata de una "guerra
económica".
Dede luego que hay
una guerra económica. Es una guerra salvaje que el dogmatismo y la ignorancia
le han declarado a la racionalidad. Se trata de enfrentar todos los
conocimientos que la ciencia económica ha logrado formular, con el salvajismo
de un modelo que no ha hecho otra cosa que provocar destrucción y hambre en
todos los sitios donde se ha intentado aplicar. El modelo marxistoide fracasó
rotundamente en todas las sociedades donde se intentó. En pocos países todavía
impera en medio de un denominador común: la presencia de estados policiales y gobiernos autoritarios que en
nada tienen en cuenta los deseos de la población de vivir en libertad y mejorar
su nivel de vida.
Durante los últimos
17 años, el oficialismo ha destruido las bases fundamentales de nuestra
economía. Ha expropiado infinidad de empresas que en manos del sector privado
eran exitosas, pero que una vez estatizadas se han hundido en un marasmo de
ineficiencia, improductividad y corrupción. La mayoría de ellas ya no producen
nada, excepto pérdidas. En el sector agrícola cerca de 6 millones de hectáreas
que antes eran productivas le han sido robadas por distintas vías a quienes en
ellas laboraban, para pasar a manos de un aparataje de indolentes que han
resultado incapaces de aportar nada a la sociedad. También a PDVSA la
destruyeron los rojo rojitos.
En el sector
industrial ha ocurrido lo mismo. La inseguridad jurídica campea por sus fueros.
Ya nadie se atreve a invertir porque un presidente ya fallecido los convenció de que la propiedad privada era
indeseable. Parado en una esquina del centro de Caracas y transmitiendo en
cadena nacional, comenzó a descargar con furia su obsesión expropiadora
señalando edificios y comercios y profiriendo instrucciones de forma maníaca:
"¡Exprópiese! ¡Exprópiese! ¡Exprópiese!"
Cualquiera que
tuviese los más mínimos conocimientos de cómo funciona una economía hubiese
comprendido que bajo aquel esquema el único camino que cabía esperar era el de
un deterioro insostenible en los niveles de
producción. Y que en la medida en que disminuía la oferta de bienes, sus
precios aumentarían. Ese es el efecto de la escasez. Si la cantidad de dinero
que circula aumenta y la oferta de bienes disminuye, los precios
irremediablemente aumentan.
Pero por supuesto,
bajo la óptica revolucionaria, la única explicación aceptable era la
especulación a manos de unos capitalistas explotadores. Recurren entonces a la
aplicación de precios regulados, que inevitablemente desestimulan el aparato
productivo. Nadie se atreve a invertir si el fruto de su esfuerzo va a depender
de la fijación discrecional por parte de algún funcionario dogmático de un
precio de venta que no guarda relación con la estructura de costos de la
empresa.
Todo lo anterior
ocurre en un ambiente de incertidumbre generado por un control de cambios en el
cual los empresarios no tienen garantizadas las divisas para importar las materias primas ni los insumos
que requieren. Tampoco, en el caso de los inversionistas extranjeros, se les
permite la repatriación de dividendos
que al fin y al cabo es el objetivo que persiguen al realizar una inversión.
Muchos de ellos están simplemente borrando de sus balances las inversiones que
tienen en Venezuela.
Además el gobierno
actúa en materia fiscal con la mayor irresponsabilidad imaginable. Sus gastos
no guardan ya ninguna relación con sus ingresos. El déficit fiscal, que
supera el 20% del PIB, lo cubren
simplemente obligando al Banco Central a imprimir dinero sin respaldo. Por esa
vía, la liquidez se duplicó en el 2015, provocando una indetenible arremetida
inflacionaria. Ya nuestra inflación es la más alta del mundo; sin embargo el
FMI estima que en el 2016 alcanzará a un 720%.
Temeroso de que la
Asamblea Nacional lo prive de ese irracional mecanismo de financiar su déficit
fiscal, el gobierno da al traste con cualquier ilusión de respeto institucional
recurriendo al TSJ para declarar inconstitucional la reforma aprobada de la Ley
del BCV, que no hacía otra cosa que restituir los mecanismos de control que
sobre esa institución existían hasta diciembre del 2015, cuando habiendo ya
perdido la elecciones, el oficialismo se lanzó en una alocada carrera de
desconocimiento de la voluntad del soberano.
¡Qué guerra económica
ni que ocho cuartos!
Jose Toro Hardy
petoha@gmail.com
@josetorohardy
Miranda - Venezuela
Señor Toro Hardy, no repita algo que usted sabe es mentira. El socialismo no ha fracasado en ninguna parte. De ser así no lo atacarían con tanta inquina. Han fracsado los intentos de hacerlo avanzar. La Rusia de !917, luego de derrotar 45 invasiones de los rusos blancos (1917-1923), comienza el proceso de socialización. Avanza y entonces el imperilaismo crea la Segunad guerra Mundial para destruir el intento socialista. El Ejercito Rojo y el proletariado soviético derrotan el ejercito nazi en Berlin, se moviliza a Manchuria y derrotan el imperio japonés, por solicitud de Estados Unidos. Luego vino la reconstrucción de los terribles desastres dejados por la guera y en 10 años la URRSS surge como Primera Potencia Mundial en todo. EE.UU no tuvo que recosntruir ni la acera de una ciudad. Ahí está China, transformada en Primera Potencia Económica con las bases socialistas que le creó Mao Tse Tung. Está Corea del Norte y Cuba batallando contra el infame bloqueo que se les impone. Los horrores del capitalismo están en Haití, en los países africanos y en los propios EE.UU. con 60 millones de pobres sin que haya padecido guerras en su territorio.Si el socialismo ha fracsado ¿Por qué el señor Bernie Sanders lo toma como bandera, levanta el respaldo de multitudes y tiene contra la pared a la candidata del sistema, la criminal de guerra Hilary Clinton?
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