Lo de Estados Unidos es una compleja madeja de dudas por resolver. Quiero en mi fuero interno estar convencido que no existen incógnitas, que el ganador anunciado es quien es y no los puntos suspensivos blandidos por Trump. Quisiera creer que toda esta complejidad, estos crucigramas mal alineados, son la trama para una película ligera de matiné; que saldremos con el sabor de volver a nuestras vidas, después de una ficción descabellada.
Pero sigue sucediendo que no me creo al ganador demócrata. Siento que algo esconde en su gabardina silenciosa. Que su estropeado vocabulario parece dictado por asesores inconsistentes. Que su bandera ideológica no es tan simple y trastabilla al tratar de recomponer sobre la marcha su propio lineamiento. Quiero convencerme de que no es así. Ansío verlo como el presidente norteamericano número 46.
Lo más rudo es que Trump está logrando erigir los fantasmas de la duda sobre mi entendimiento. No alcanzo a computar la sencillez de unos comicios pasados por la aceptación de los medios de comunicación y un sinnúmero de instituciones simples avalándolo todo.
La política lo estropea otra vez. Me confunde al verme inmerso en este ir y venir de los acontecimientos. Satura mi propia biografía. Me cansan las proyecciones, los tabuladores terribles y esas barras endemoniadas pintadas en dos colores.
Odio al republicano por decirme que el anuncio a vox populi no es verdad. Trump, eres un magnate, un tanto chalado y recalcitrante; retorna a tu estilo de vida, a uno de tus chalés; juega golf, ve a navegar en un yate, deja de seguir con tus cambios fustigantes en la política. Sal de mi cabeza de una vez por todas y déjame esgrimir, así sea una farsa, que Biden es el ganador. Déjame aceptarlo, resignarme sin remedio y no soñar con un cambio robusto en todo este entramado electoral.
Soy un venezolano natural, de cuello recto y de ideas espontáneas. Pero me enajenan las acusaciones sueltas de los últimos días y la confianza de Trump de que se caerán todas las máscaras, especialmente las más abominables. Me consume la duda sobre quién estará en la Casa Blanca el 20 de enero. Como si Estados Unidos fuese el mismo polvorín, la bomba cronometrada a punto de estallar; la misma línea serpenteante y con obstáculos.
Trump, tus denuncias me suenan tanto a Venezuela y no lo entiendo. ¡Fraude en el país de ejemplos democráticos, de consignas patrióticas y de libertades emblemáticas! Tu confianza me hace migas. Hablas de las máquinas, de los softwares manipulados, de la fabricación de los votos y de muertos sufragando. ¿Será cierto? ¿Es posible edificar el mismo montaje? Nosotros no hemos podido desvelar ese rumbo incierto. Apenas, hace muy poco, el mundo comprendió de la farsa electoral y que la gente no quiere votar al saberse en un esfuerzo perdido. Pero la tiranía sigue en su podio, con su victoria dolorosa de más de 20 años y su miseria repartida por el país.
Me sorprende tus hallazgos. Si tus pesquisas son ciertas y estás retozando con una verdad inquietante, los meses venideros serán trastornados, atiborrados de transformaciones delirantes y de reflexiones profundas, al vivir en un mundo completamente retorcido por el mal.
Quiero considerarte un bufón de cuerpo entero. Deseo aburrirme de tus sandeces y que todo lo anterior es un efecto directo de tu propio desquicio. Pese a ello, no puedo evitar tener una esperanza. Soñar que culminarás lo empezado el año pasado. Que nos apoyarás en la encomienda de liberar a la pequeña Venecia.
Tu terreno para andar, ciertamente, es pantanoso. Resulta complejo el propinar un golpe abrupto a la institucionalidad y a un partido bastión de la tradición norteamericana. No veo fácil el proceso. Si es que tienes los papeles correctos en tu poder y sabes esclarecer lo empañado.
Trump, tus plazos se achican, mientras los periodistas te llevan la contraria y hasta te enfrentan. Ya no quieren ni reconocerte como el mandatario actual. Debes resolver tus postulados antes del 14 de diciembre. En ese momento el anuncio será irrevocable. Estás a punto de pasar a la historia de los hechos memorables. Un antes y un después. En cuestión de días puedes ser el salvador de la democracia gringa o el mayor payaso que ha pasado por la Casa Blanca.
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