La historia del concepto populismo ha estado marcada por la imprecisión y la ambivalencia que demuestra una dificultad inherente para ser definido con rigurosidad. Margaret Canovan, afamada politóloga inglesa, cuyos aportes en el estudio del pensamiento de Hannah Arendt y sobre el populismo advierte que “el populismo sólo constituye una forma de acción política polémica, de contornos muy vagos, que con el pretexto de un discurso centrado de una u otra manera en el pueblo, pretende más que todo provocar una fuerte reacción emocional en el público al cual se dirige” (Hermet, 2003, p.7); demostrando así el carácter heterogéneo, etéreo del populismo así como la apelación constante a lo emocional en su discurso. Hasta este punto no parece existir consenso alguno frente a qué es el populismo, si se trata de una ideología, un movimiento social, un tipo de liderazgo o un régimen político, o todos a la vez.
Esto nos lleva a pensar que el populismo puede llegar a ser compatible con casi cualquier ideología y que tampoco presentan esquemas específicos de organización. En base a esto podemos aseverar que el fenómeno populista se gesta en contextos sociopolíticos determinados, que redimensiona y distorsiona elementos preexistentes que forman parte de la política y que están presentes en una variedad amplia de regímenes y movimientos políticos.
Se logra identificar como patrón de comportamiento entre los líderes populistas un estilo de comunicación política que apunta a satisfacer las esperanzas sobredimensionadas de la masa, que no se sustentan sobre realidades objetivas ni están condicionadas por el contexto social, político y económico de los países, en aras de ganar la confianza de una masa amorfa, desarrollando un complejo sistema de relaciones clientelares que se convierten en uno de los pilares del sistema populista.
Este rasgo del populismo, que discurre en torno a un cierto carácter nebuloso de las promesas políticas, aunque intenta visibilizarse como distante a las utopías que le han precedido, muchas veces irrealizables nos permite definirlo simultáneamente como fenómeno antipolítico de naturaleza temporal, desprendiéndose de este modo de uno de los soportes del arte de la política referida a la obligación de conciliar la multiplicidad de demandas sociales y por ende la necesidad correlativa de administrar con prudencia su abordaje en la agenda de las políticas públicas sustentadas debidamente en análisis de entorno que toman en cuenta variables económicas, sociales, culturales, políticas, entre otros, sino que se centran en una agenda inmediatista, cortoplacista que socava los cánones de la ortodoxia política orientados a un desarrollo sostenible de las naciones. Vale la pena recalcar que para la mayoría de los teóricos de la democracia como Philippe C. Schmitter, apuntan como una falla de la democracia precisamente la sobredimensión en las expectativas de los ciudadanos.
Así pues el populismo despoja al individuo de su titularidad como ciudadano, con deberes y derechos, que permite el desarrollo de la expresión plural de la política, y en especial confiere una amplia flexibilidad al espectro político, al permitir libertades fundamentales como la libertad de expresión o la libertad de asociación, en un marco de Estado de Derecho que establece los carriles democráticos para solución de controversias y la canalización de demandas sociales y le obliga a sumirse en un entramado marcado por el clientelismo donde el conflicto político se radicaliza y donde prima la posición respecto al líder carismático y/o al partido hegemónico, en vez de la lealtad a los valores democráticos como ha sugerido el profesor Juan Linz.
Habiendo ya realizado un esbozo de qué es el populismo es momento de adentrarnos en una acepción novedosa de estos, los neo-populismos, particularmente en qué se diferencian éstos de los viejos populismos.
El término neo-populismo ha sido utilizado para designar y calificar a gobiernos muy diversos, especialmente en Latinoamérica a líderes como Fujimori en Perú o Menem en Argentina, pero también la entrada en política de figuras del deporte o del cine o simplemente de personalidades cuya notoriedad no debe nada al oficio de político, siendo este un fenómeno palpable especialmente en Asia o Latinoamérica, como el caso de los animadores de televisión Carlos Palenque en Bolivia y Ricardo Belmont en Perú, el novelista Mario Vargas Llosa también peruano, pero no exclusivo de estos países, sino que ha tenido expresiones en el mundo altamente industrializado, como el caso de la aspiración presidencial fallido de Kanye West en Estados Unidos, o el caso de éxito del actual presidente ucraniano Volodímir Zelenski, quien es comediante de profesión, lo que reconfigura el mercado electoral en la actualidad, y responde a la tendencia antipolítica que acompaña el proceso y en una ausencia de una defensa al arte de la política y de lo político como ha argumentado Bernard Crick.
Las democracias, que tanto han costado a la humanidad construir, están asechadas por muchos espectros del pasado y riesgos del presente; la antipolítca y la posverdad se abren paso en un mundo lleno de incertidumbre e incertezas que se tornan el caldo de cultivo idóneo para esta vanguardia nepopulista con técnicas renovadas pero con los mismos vacíos y fracasos del pasado.
Dylan J. Pereira
Dylanjpereira01@gmail.com
@dylanjpereira
Venezuela
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