lunes, 16 de agosto de 2021

SOLEDAD MORILLO BELLOSO: LA TARDE AZUL

En los pueblos de Margarita, el ambiente está desprovisto de rabia. Es como si el mar, en su ir y venir constante, nos susurrará en el oído que todo pasa, que todo es un eterno vaivén.

En Paraguachí, uno de tantos pueblos de la isla, un viejito de mirada profunda y piel craquelada por años de sol de los que en las tardes se sientan en el portón de las casonas a agarrar el fresco, mientras beben un agüita de coco o una cervecita, me narró esta historia.

"Allí en esa iglesia se casó Asunción. La llamaban la bonita. Mi abuela decía que no hubo hombre de por aquí que no se enamorara perdidamente de ella."

Le escucho y noto en su voz un dejo de pesadumbre, como preludio del dolor que contendrá su narración.

"Era linda. Todas las tardes se sentaba en la puerta de su casa en su puesto de empanadas. Las preparaba con amor, con ese orgullo que sienten las mujeres de por aquí cuando preparan la masa, la estiran finita, la rellenan y la fríen en el acuerdo hirviente de sus pailas."

"Un franchute llegó a la isla a hacer algo de investigación en la mar. Aquellos eran tiempos distintos. Todo era más tranquilo. El hombre era rubio y tenía los ojos como dos cuentas azules. Se enamoró de Asunción nomás la vio. Claro, era linda, la más linda de por estos lados. Cada tarde iba a comer de sus empanadas de cazón. El catire le llevaba flores. Y conversaban largo y sabroso.

La tragedia pasó cuando un primo que la pretendía y que se había ido a Cumaná por un año, regresó y supo lo que estaba pasando. Jesús se llamaba, pero si existe el infierno, es allí a donde fue a parar."

El viejo toma un sorbo de su agua de coco y me apunta: "Asunción hizo todo lo posible para hacer entender a Jesús que ella lo quería, como un hermano, pero que nunca lo amaría como hombre. Le presentó amigas y le pidió a los hermanos que trataran de hacerle entrar en razón. De nada sirvió todo intento. Jesús cada tarde se metía en los botiquines y allí ahogaba sus penas en alcohol. Borracho amanecía en los lupanares y de nada servía la atención de meretrices".

"Un día Jesús se fue a tierra firme y allí consiguió trabajo en un barco mercante. Y pasó un año lejos de la isla. Asunción y el franchute progresaron en su amistad, que se convirtió en noviazgo, y en breve en compromiso de matrimonio.

"Cuentan las viejas que la tarde estaba azul. En el cielo no se veía ni una nube. Del brazo de su padre, Asunción entró en la iglesia decorada con multicolores trinitarias. Estaba preciosa con su traje blanco y cuando el franchute la vio no pudo disimular la sonrisa. Dios y Margarita le habían regalado una felicidad insuperable."

"Todos creyeron que se trataba de un petardo estallado por la muchachada que jugaba en la plaza. Les tomó largos segundos entender lo que había ocurrido. Asunción cayó al suelo y su blanco vestido y el piso se tiñeron de rojo. En el último banco de la nave central, Jesús, con la pistola asesina aún en la mano temblorosa."

"El velorio duro los tres días que mandaba la tradición. Tres días de llantos y silencios. Los rosarios se rezaron calladamente. Llovió cada día, cada tarde y cada noche. La enterraron sin que nadie pronunciara palabra, ni tan siquiera el cura. El franchute no abrió la boca y sólo se escuchaban sus sollozos. A Jesús lo llevaron preso, lo juzgaron y sentenciaron a la pena máxima. En la cárcel se ahorcó."

La historia me pareció tan triste que en la noche miré hacia el cielo tratando de encontrar algo que me sirviera para sedar el pesar que se me habia instalado entre pecho y espalda. Una estrella luminosa y el rumor del mar me trajeron la respuesta.

Seguramente Asunción hubiera sido muy feliz y hubiera hecho muy feliz al franchute y a los hijos y nietos que hubieran tenido. Pero los pecados del odio, la rabia y la envidia pudieron más que el amor.

Corren tiempos dolorosos en Venezuela. He leído relatos aberrantes y he sido testigo de escenas que me han estrujado el alma. No es cierto que siempre hemos sido un pueblo amante de la paz. Al contrario, nuestra historia está teñida de sangre y ha Sido escrita con tinta de obituarios. Nos hemos odiado con ferocidad y nos hemos hecho mucho daño. Los últimos años han sido terribles. Llevamos veinte años construyendo un castillo de odios.

Con liviandad pronunciamos insultos que no hacen sino degradarnos como seres humanos. Algunos piensan que incordiar es de valientes. Yo creo que es más bien de cobardes.

Poco importa si las razones que nos inspiran el odio sean válidas. Termina pesando más la consecuencia que el origen. Y entramos en una dinámica repulsiva en la que ya perdemos toda posibilidad de control sobre nuestros pensamientos y acciones y nos convertimos en títeres de los salvajes directores de una terrible puesta en escena.

Seguramente Asunción, de haber sobrevivido, hubiera perdonado a Jesús. No le hubiera hecho juego al odio. Y seguramente ella intercedió ante Dios por la salvación de su alma.

Venezuela tiene muchos problemas. Pero también tiene todas las soluciones. Mi indeclinable realismo me hace presentir que la oscuridad no es eterna. Pero hay que estar dispuestos a caminar en esa oscuridad para lograr salir del túnel.

A mí me gusta mirar el mar, en silencio. El mar que viene y que va. El me enseña a no claudicar. Es mi país, mi tierra. Es la nación que fundaron mis ancestros. Venezuela es mucho más que una canción, o una bandera o un escudo. Caray, es muchísimo más que una patria. Es el lugar quiso Dios que yo naciera.

Yo me dejo contagiar por los buenos sentimientos. Trató de cerrarle el paso a todo lo malo que se me cuela en la vida. Es cada vez más difícil. Sé que, como todos, he sucumbido ante la tentación perversa de la rabia. Hago un alto y pienso. Tengo que descartar la ira y la tristeza. Porque no me sirven, porque me asfixian, porque por mucho que escarbo no les encuentro sentido.

Soy una ciudadana de mi historia. Dueña de mis decisiones, responsable de mis actos y soberana de mis pequeños espacios.

Yo me empino sobre mi inenarrable tristeza. Mi fuerza no ha decaído ni un ápice. Unos salvajes no pueden con mi venezolanidad.

Soledad Morillo Belloso
soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob
Venezuela

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