Fue en el 2015, en unas declaraciones al periódico
romano La Stampa, que el Nobel italiano de Literatura Umberto Eco dio el juicio
más demoledor, incisivo y exacto sobre la peste blanca del Siglo XXI que
amenaza con aniquilar nuestra convivencia ciudadana: la red. A la que acusó sin
melindres de servir a la “invasión de los imbéciles”. Los tontos del pueblo, de
cualquier sexo, raza, edad y condición, donde quiera que estén y del color
político que sean, pues como teclean y tienen acceso gratuito al lenguaje
universal de los 140 caracteres, repotenciados a los 280, se creen poderosos,
importantes e ilustrados. A cuyos más desaforados exponentes siguen
automáticamente y sin un asomo de espíritu crítico legiones, miríadas, millones
de estólidos.
Practican el pecado del que las huestes del
castrocomunismo venezolano solían acusar a los adecos de tiempos de Rómulo
Betancourt: disparar primero y averiguar después. Con un agravante que muestra
el grado de degradación, vileza y encanallamiento moral en que incurren los
invasores de esta nueva peste bubónica: no se dan a la tarea de averiguar
después, porque el daño y la maldad que practican disparando su twitter es
análogo al placer del orgasmo: se extingue en el mismo momento en que se
produce. Una vez atacada, mancillada, inculpada y condenada la víctima de sus
ataques – poco importa si se trata de un artista renombrado o de un político
prestigioso, de una personalidad cualquiera y de cualquier sexo – nada importan la verdad y la inocencia, que
la verdad y la red no van necesariamente de la mano. El daño ya está hecho y es
irreparable. La honra es como la virginidad: no tolera reparaciones. Date por
satisfecho, malvado o malvada de la red: injuriaste a un inocente. Sólo tú,
estupidez, eres eterna. No lo recuerdo por azar ni con desconocimiento de
causa: el yerno de Antonio Ledezma ha sido exculpado de toda implicación en
negocios o contubernios con los ricos de la estafa. Es un muchacho de toda
honorabilidad. ¡Pero de qué buen pretexto sirvieron las falsas imputaciones
para que los chacales venezolanos que adversan a su suegro y coabitan con el
tirano se cebaran en su nombre y el de su esposa!
Vargas Llosa lo acaba de denunciar en El País en una
ardorosa defensa del liberalismo, tan denostado por los idiotas e imbéciles de
la red bajo la obscena y estulta acusación de “neoliberalismo”, la misma que
sirvió de pretexto a la reacción civico militar y golpista venezolana para
impedir que Carlos Andrés Pérez llevara a cabo la más importante revolución de
la modernidad venezolana y lo guillotinara políticamente, abriéndole los
portones a la devastadora imbecilidad chavista que hoy todos sufrimos,
“democráticamente”.
Si el 4F hubiera existido la red y el twitter ya se
hubiera engullido a la humanidad, millones y millones de twiteros venezolanos
hubieran proclamado su bienvenida apoteósica al caudillo. Hugo Chávez fue,
avant la letre, el personaje perfecto
para conquistar las redes y manipular a los chacales: lo distinguía la
emotividad pura. La mentira perfecta dulce a los oídos del rencor republicano,
pues la presentaba acaramelada con falsas verdades. Poco antes, los potenciales
twiteros de ayer le habían dado un recibimiento majestático al felón mayor de
la comarca, Fidel Castro. El Nobel peruano ha intentado desvelar el fenómeno
reconociendo la naturaleza fascistoide y profundamente regresiva de la supuesta
revolución tecnológica que está detrás de la red y la democratización de la
barbarie que están llevando a cabo los inquisidores del twiter, inspirados por
las nuevas brujas de Salem que ahítas de incultura e ignorancia se permiten
dictarnos cátedra acerca de lo que es ético y no lo es.
“Lo que hay – dice el Nobel – es una revolución tecnológica que está
sirviendo para pervertir la democracia más que para fortalecerla. Es una
tecnología que puede ser utilizada para fines muy diversos, pero de la que
están sacando provecho los enemigos de la democracia y de la libertad. Es una
realidad a la que hay que enfrentarse, pero desgraciadamente yo creo que
todavía la respuesta es muy limitada. Estamos como desbordados por una
tecnología que se ha puesto al servicio de la mentira, de la posverdad, y que
puede llegar a ser, si no atajamos ese fenómeno, profundamente destructor y
corruptor de la civilización, del progreso, de la verdadera democracia.” No
tocó el meollo del problema: el twit está facilitando el envenenamiento
espiritual de la muchedumbre y dándole poder a los peores y más canibalescos
instintos gregarios. La crueldad inmisericorde, la desaparición de la
compasión. Barbarie pura. La última cara del fascismo. Así se crea en lucha
contra el totalitarismo.
Si el fenómeno ya ha sido suficientemente estudiado
respecto de la función intrínsecamente regresiva de la televisión, que impone
la inmediatez de la percepción y obliga a la sumisión y apatía total del
televidente, anulando per se todo metabolismo crítico, el daño es infinitamente
más potente y poderoso cuando nos enfrentamos a la masiva e irreflexiva
inmediatez de la Red. Pues en ella interactuamos, lo que la televisión no hace
posible. Nos hacemos activos sujetos de la guerra estúpida, la del teclado. Si
antes bastaba con el juicio de la pantalla, hoy basta con la pedrada de la red.
La difamación circula a la velocidad del rayo, es contagiosa como la peste
negra, asesina sin dejar huellas y evapora a los culpables en la anónima y
populosa muchedumbre de la infamia. Nos ha encapsulado en el invernadero de la
canalla. Ha dinamitado nuestras certidumbres. Pues detrás del twit no existe
explicación alguna: dictamina juicios y esconde la mano.asesina metafóricamente. Sin proceso previo. No se detiene ni ante la admiración ni el
respeto, el sufrimiento, incluso la muerte. Mayor es el ataque y el odio, si el
odiado y el atacado, del sexo y profesión que sean, han sido amados, respetados, venerados por
quienes ahora los arrastran al paredón imaginario de sus pantallas. Hay algo de
esquizoide en quienes se vengan de quienes sacan la cabeza del promedio y por
angas o por mangas caen bajo el hacha del verdugo internauta. Adios el “ama a
tus semejantes como a ti mismo”. La nueva consigna es “odia a tus semejantes
como, secretamente y sin saberlo, te odias a ti mismo.”
No sólo la verdad es su primera víctima, como decían
los griegos que sucedía en las guerras:
es la ética, la moral, la generosidad y la compasión. El asesino serial de la
red ha ejecutado a su víctima en fracciones de segundos y ha desaparecido tras
la avalancha de maldad, de ignorancia, de vesania que se acumula a su paso como
la montaña de ruinas que aprisiona y paraliza desde la montaña de desastres del
pasado al Angelus Novus, de Paul Klee.
No es casual, tampoco, que quienes disfrutan de la
mayor audiencia sean quienes menos reflexión vehiculizan en sus mensajes. Sean
renombrados hombres de teatro, periodistas y editores famosos, dirigentes de
cualquier causa. Cualquier idiota de la
farándula intelectual acumula millones de seguidores. Ni reciben, ni esperan
nada. Son los writing deads asomados al espejo deformante de las ferias de
diversiones. No representan ideas, sino perfiles. No son avalados por trabajos
de investigación o artículos propios, sino por la pura emotividad de la ira, la
indignación, el odio, el rencor, la venganza. En suma: el prejuicio. Pues la
red es el espejo amplificador del prejuicio. Sin acopiar la más mínima
información sobre el hecho que le da el pretexto para expresarse, ni
esclarecerlo previamente sometiéndolo a una mínima objetividad, el prejuicio
encuentra la vía libre para aplastar a quien escoja como blanco. Es el reino de
la arbitraria difamación de una sola vía, sin derecho a réplica, ni castigo
judicial. Sobre todo si se traviste de la seudo inocencia de las interrogantes
venenosas preñadas de mala fe: “¿será posible que sutano o mengano hayan
cometido tan monstruosa felonía?” Lo expresan afamadas periodistas que han
hecho de su estropeada virginidad cursiletía de chacales.
Miente, miente, que algo queda, decía el viejo refrán
de las guerras sucias. No digas la verdad, dice la réplica, que nadie te
creerá. Como bien lo saben los manipuladores mediáticos: todo desmentido agrava
la supuesta culpabilidad del injuriado. “No aclares, que oscureces”,
recomiendan los avisados. Lo único que importa es que la mentira que se difunde
y el ataque despiadado que contenga provoque escándalo y satisfaga las ansias
de venganza, los odios ocultos y subliminales, los rencores paridos. Y nadie
pueda encontrar el feo rostro de los injuriantes, ocultos entre la deletérea y
nebulosa multitud de la red.
De todos los males horrendos provocados y promovidos
por el chavismo, el de la difamación, el odio, el rencor y la impiedad han sido
los peores. Pues si existían en cantidades inimaginables en el trasfondo del
espíritu nacional, la red ha venido a darles voz y tribuna. Y aunque Ud. no lo
crea: se ha expandido más y con mayor virulencia entre los opositores: tienen
los medios electrónicos y sufren del rencor del fracaso y su impotencia precoz.
¡Pobre país, en qué abismos has venido a caer!
Antonio Sánchez García
@sangarccs