viernes, 19 de febrero de 2021

ACTUALIZACIÓN DE EL REPUBLICANO LIBERAL DIARIO DE OPINIÓN, http://elrepublicanoliberalii.blogspot.com/ SÁBADO 20/02/2021

 


GIOCONDA CUNTO DE SAN BLAS, UNIVERSIDAD, EL ÚLTIMO BASTIÓN

Llevan años atacándola. Primero fueron las bombas lacrimógenas para dispersar manifestaciones estudiantiles y profesorales dentro del recinto universitario y fuera de él, luego fusiles y balas, encarcelamientos, torturas y muertes de manifestantes, y la instalación del miedo como motor de sobrevivencia. Siguieron las tomas de Consejos Universitarios, el desmantelamiento de laboratorios y tropelías diversas en espacios universitarios emblemáticos, merecedoras de sanciones punibles por la ley, aunque beneficiarias de la lenidad del régimen, muchos de cuyos personeros son –dolorosamente- egresados de esas mismas aulas hoy mancilladas por la barbarie.

Escalando el ataque vinieron entonces las estrecheces presupuestarias, un ahogo que hoy por hoy hace que las universidades apenas reciban alrededor del 2% del presupuesto solicitado para su funcionamiento. En consecuencia, ya no es solo el espacio físico en franco deterioro, sino que su razón de ser  -el cuerpo profesoral y los estudiantes-  ha quedado reducida a la humillante condición de “pobres de solemnidad”, aquella caracterización de la segunda mitad del siglo XVIII español con que se designaba a quienes tenían derecho a la justicia gratuita, por carecer manifiestamente de medios de fortuna.

Porque, ciertamente, recibir como pago mensual el equivalente a menos de 10 dólares en el escalafón académico más alto entra en esa tipificación dieciochesca de la pobreza última. A tal punto llega la humillación, que circulan por las redes llamados a donar ropa usada en buen estado como ayuda al profesorado universitario e innumerables solicitudes de apoyo financiero (tipo GoFundMe) para la asistencia médica de colegas enfermos. No en balde, el profesorado que aún queda en el país está desmotivado para cumplir su función.

No bastando con todo esto, el asalto a las instituciones de educación superior también va contra la libertad académica y la autonomía, nuez y esencia de la vida universitaria. El artículo 109 de la Constitución establece que el Estado consagra la autonomía universitaria para dedicarse a la búsqueda del conocimiento y para planificar, organizar, elaborar y actualizar los programas de investigación, docencia y extensión, a la vez que autoriza a las universidades autónomas a darse sus normas de gobierno y funcionamiento. Eso en el papel, porque la realidad es otra.

No es solo la pretensión de agredir al claustro en las universidades autónomas para convertirlas en asiento populista del voto paritario universal, o sea, la comunidad académica propiamente dicha más los sectores administrativos y obreros, en la elección de las autoridades universitarias, en abierta violación de la Ley de Universidades. Es también la idea, repetida una vez más en días recientes, de establecer una lista de lo que el régimen considera “carreras prioritarias”, aquellas alineadas con el Plan de la Patria 2019-2025 que mejor se posicionarían por su utilidad para reactivar el aparato productivo, 145 carreras mayormente centradas en cinco áreas del conocimiento (salud, educación, producción, desarrollo industrial y construcción) .

De esa lista están excluidas diversas carreras científicas y todas las humanistas y de las ciencias sociales, que por contraposición a las carreras prioritarias serían improductivas e inútiles. De esta forma quedarían eliminadas de la conciencia del país, en un retroceso a la barbarie que nos dejaría a merced de ideas preconcebidas, prejuicios y verdades impuestas desde el poder a través de un mecanismo violatorio de la autonomía universitaria.

Esto ocurre mientras el asunto de la libertad académica y la autonomía universitaria ha pasado a ser materia de derechos humanos, internacionalmente reconocido. En efecto, hace pocos años el Comité de Derechos Económicos, Culturales y Políticos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos amplió la Observación General Nᴼ 13 relativa al derecho a la educación para incluir la libertad académica y la autonomía de las instituciones educativas como condición indispensable para el disfrute del derecho a la educación. Libertad no solo para desarrollar y trasmitir ideas mediante la investigación, la docencia, el debate, sino para expresar opiniones diversas, sin discriminación ni miedo a la represión del Estado, en un marco de autonomía de las instituciones de enseñanza superior.

Esta nueva disposición legal debe servirnos de norte para responder al llamado de rescate de nuestras universidades, ahora en peligro de ser sometidas a una nueva Ley de Universidades que podría aprobarse sin el consenso de la comunidad universitaria a la que serviría.

Gioconda San-Blas
gsanblas@gmail.com
@daVinci1412
@DiarioTalCual
http://giocondasanblas.blogspot.com
Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales,
Individuo de Número, Sillón XX
Caracas, Venezuela acfiman.org

JOSÉ RAFAEL HERRERA, DE LA IMPIEDAD

Es probable que la impiedad sea el primer síntoma -apenas un quiste, aparentemente insignificante- de la inminente enfermedad espiritual de todo el complejo organismo viviente de una determinada sociedad. En la Grecia clásica, ella fue conocida bajo el nombre de asebeia, una expresión compuesta por una a (o alfa) privativa y por la palabra sebas, que significa sagrado. Así que lo que ha dejado de formar parte de lo sagrado, del sacramento mismo, es lo que ha devenido profanidad. De modo que los latinos llegaron a designar lo impius -lo impío- no como lo hiciera más tarde la cultura cristiana, esto es, como pérdida o extravío de la compasión, sino más bien como pérdida del fundamento mismo de las virtudes civiles. Profanar, aquí, no consiste en cortarle la cabeza a una virgen, o abrir la bóveda del Libertador para investigar las “verdaderas causas de su asesinato”, ni en sustituir el rostro de un muerto descompuesto por una copia fiel hecha en cera, o en someter a un pueblo al hambre, las pandemias, la mordaza y la migración forzada. Es mucho más que eso, porque atiende a las motivaciones de fondo -la descomposición del ethos en nombre del ethos– que dan acepción y significado a esos hechos puntuales. 

En el sentido clásico del término, la impiedad es, entonces, sinónimo de ausencia de cualidades civiles, de valor y justicia, de coraje y solidaridad. Impío es, en consecuencia, el cobarde, el traidor. Un ser merecedor de desprecio, o más simplemente, el despreciable por antonomasia. En la Eneida, Virgilio concibe a Eneas como el prototipo del héroe romano, muy diverso, por cierto, del prototipo heleno. En efecto, mientras que Homero eleva en Aquiles la fiereza o en Odiseo la argucia, Virgilio destaca en Eneas las cualidades de la valentía y la fortaleza de un hombre decidido y, al mismo tiempo, pío, honesto y compasivo, con una inquebrantable determinación por la justicia. Él representa el ideal de la piedad de la Roma republicana, el pius Aeneas. El impío, en cambio, repudia la civilidad -el Ethos-, considerada tanto por griegos como por romanos el mayor sacramento. Es un idiota, en su acepción original, es decir, un individuo que se ocupa exclusivamente de sus asuntos privados, mezquino e ignorante, incapaz de comprender la trascendental importancia de los asuntos públicos, incluso para el bienestar de sí mismo. Fue con el cristianismo, en su condición de cultura hegemónica, que la impiedad adquirió el significado de ateo, o de “todo aquel que carece de fe en Dios y se mantiene hostil a la religión”. 

Decía el Maestro Pagallo que solo la conciencia moderna -cuyos anhelos de universalización y desestimación de la historicidad son bien conocidos- había sido capaz de señalar a los contemporáneos de Sócrates -aquellos con quienes de continuo compartía el pan y el vino, se reunía y discutía acerca de temas y problemas inherentes a lo humano y lo divino- como los “pre-socráticos”. A partir de entonces, la diferenciación hermenéutica y conceptual se fue transformando, poco a poco y cada vez más, en distinción histórico-cronológica, con el agravante de que los Parménides o los Zenón de Elea terminaron siendo presentados, bajo el inefable auspicio de manuales, enciclopedias y breviarios de filosofía, así como de otras especies “epistemológicas”, para no hacer mención de las de menor realea internáutica, nada menos que como “los físicos”, antecesores del bueno y piadoso de Sócrates, a quien, por cierto, se le acusara injustamente de impiedad. 

Es verdad que, a lo largo de la espiral de la historia humana, siempre han habido impíos -malandros, a fin de cuentas- que logran proyectar sobre los justos sus propias iniquidades, unas veces para garantizar sus beneficios y mantenerse en el poder, otras para escalar posiciones que les permitan morigerar sus resentimientos y saciar sus ambiciones personales, y, la mayor de las veces, para poder acallar las voces de la denuncia en su contra, esas voces que muestran el verdadero rostro de los tiranos, los populistas, los demagogos y, por supuesto, de aquellos que, sin mérito alguno, logran introducirse en el ambiente político con el objetivo de corromperlo, hasta sustituirlo por una organización gansteril que les permita dar cumplimiento a sus deseos -nada políticos, sino más bien personales- de riqueza, privilegios y sexualidad, como apuntaba el bueno de Spinoza. 

Tampoco han faltado los pagliacci que, como Aristófanes del presente, van preparando el terreno propicio -la llamada “matriz de opinión”- para someter al escarnio público a un determinado hombre de bien. Y de pronto, casi inadvertidamente, el nombre de justicia es sustituido por el de venganza. Al final, Sócrates fue acusado de impiedad por Ánito, el hijo de un prominente ateniense a quien el filósofo había denunciado públicamente como un mediocre incapaz, que avergonzaba el buen nombre de su padre; por Meleto, cuya única virtud pública consistió en poseer “una gran nariz aquilina”; y por Licón, un perfecto advenedizo con ciertas dotes de orador de tribuna. Sobran los Ánitos, los Meletos y los Licones en estos tiempos de menesterosidad espiritual consumada. Hoy la más miserable, cínica, cobarde y anodina impiedad encapucha su rostro detrás del poder en nombre de la piedad. Para ellos, la voz “piedad” se invierte: traduce corrupción, violencia, hambre, insalubridad y ruina de las instituciones educativas, destrucción de los servicios públicos, asesinatos, prisión, represión y exilio. La impiedad del gansterato no solo ha secuestrado las instituciones sino que, tras largos años de “ensayo y error” -a decir verdad, más de errores que de ensayos- ha destruido pieza a pieza al país más próspero y pujante de toda América Latina, hasta transmutarlo en un no-país. Solo que tarde o temprano las ficciones se desvanecen, a medida que la rueda del molino de la historia va cumpliendo, sin prisa pero sin pausa, su inexorable función.

José Rafael Herrera,
jrherreraucv2000@gmail.com
@jrherreraucv
Venezuela

JUAN GUERRERO, LENGUAJE Y BARBARIE, LECTURAS DE PAPEL

Ahora cuando los pobres y la pobreza, con su mortaja de podredumbre humana, desparraman por el mundo su hedor, es importante diferenciarlos de aquellos otros que pueblan el submundo y que se encuentran más allá del ‘borderline’ de la vida, esa otra frontera, ese otro límite que son los marginalesy la marginalidad. Los primeros conservan principios y valores sociales, apegados generalmente a las normas y leyes, pero estos últimos no reconocen otra forma de convivencia que no sea aquella de la trasgresión y del discurso violento y de la violencia, pura y dura.

Tristemente esto que indicamos es lo que ‘repugna’ a otras sociedades y gobiernos donde los venezolanos, de lo que he dado en llamar la IV ola de desplazados, están generando caos, no tanto por su cantidad como por ser eso, pobres y sobre manera, marginales. Ya lo ha indicado la profesora de la universidad de Barcelona, España, Adela Cortina, con su acuñado término, ‘Aporofobia’, para diferenciarlo de xenofobia y llamar la atención sobre este fenómeno sociológico y político que afecta a una gran cantidad de países y sociedades.

  Todo esto que mencionamos tiene su correspondencia en el lenguaje y se manifiesta en hechos concretos, episodios de la vida diaria y trasciende a otros escenarios, como el político, económico, militar, intelectual, académico e incluso, religioso. Afecta a prácticamente todo el hacer humano. Por eso, mientras pasan los años, sin darnos cuenta, la sociedad venezolana ha descendido al inframundo del lenguaje de la marginalidad con sus correspondientes episodios de tragedias, comenzando por la cotidianidad de la violencia. Es que la marginalidad es, en sí misma, generadora continua de violencia.

  El lenguaje de la marginalidad, sinónimo de barbarie, mantiene su carga de violencia, sea en las palabras como en el lenguaje corporal de quien lo práctica. Por ello, el liderazgo político venezolano, por ejemplo, en su generalidad, debe calificarse como barbárico, marginal en tanto sus personajes siempre mantienen un lenguaje corporal y de palabras que socavan toda argumentación basada en la necesidad del lenguaje reflexivo, que siempre debe ser reposado por su naturaleza compleja.

  Esto que menciono sobre el liderazgo político lo afirmo sobre la base de haber mantenido desde hace unos cuantos años, cercanía con decena de jóvenes, y no tan jóvenes políticos, quienes poseen un registro idiomático sumamente empobrecido, rudimentario y estructurado a partir de la construcción de ‘palabras muletillas’, por ejemplo, ‘elemento’, término usado una y otra vez en prácticamente todos sus discursos por un joven político nacional.

  Pero lo lamentable no es tanto la escasez terminológica como la carga de lenguaje corporal agresivo, retador y malsano que construye en el imaginario del receptor, universos de lenguaje, tanto en la oralidad como en maneras de comportamiento, que llevan una carga de simbolismos que son replicados, copiados y usados cual ‘licencias’ para justificar el discurso del odio, la construcción de estigmas sociales que son los desencadenantes de la violencia generalizada con su saldo cruel de víctimas.

  No se crea que al hablar de marginales nos estamos refiriendo solo a quienes nada material poseen, salvo su humanidad destrozada y usada como mercancía de compra-venta. Nos referimos también a quienes mantienen, tanto en su lenguaje oral, gestual y comportamientos trasgresores ante las leyes socialmente aceptadas, una vida cotidiana de permanente ultraje a las mínimas normal sociales.

  Existen marginales disfrazados, que usan corbatas LouisVuitton y brindan con Dom Pérignon, otros usan sus vehículos de doble tracción de última generación mientras conversan con celulares sofisticados, viajando por carreteras venezolanas llenas de huecos y tropiezan con los desperdicios de aguas cloacales. Es el total desprecio al Otro semejante, a quien miran de reojo mientras lo suman como ‘objeto’ para el voto.

  Es que la mentalidad marginal y los marginales junto con su lenguaje son complejidades que habitan, bien en rancherías, tugurios como en oficinas ultra lujosas, mansiones y centros de convenciones. Ambos tienen en común la permanente trasgresión, la violencia del lenguaje,y, por consiguiente, la cotidianidad en sus actos vandálicos y de pillaje a los bienes públicos y privados.

  Venezuela, hoy, ya no es un país competitivo, ni por su petróleo, ni por su hierro-acero, ni por su aluminio, ni por su petroquímica, ni por su oro de sangre, ni por su venta de electricidad. Venezuela, hoy, solo es competitiva por la exportación de su pobreza y marginalidad, que son una mercancía usada para la prostitución, el tráfico de drogas, para la pedofilia y para la venta de órganos.

  Es muy difícil erradicar esta peste social, mental de la pobreza y marginalidad en Venezuela. No será ni con votos ni mucho menos, balas. Solo el esfuerzo sostenido, permanente de un proceso educativo-directivo, podrá superar en el tiempo una enfermedad mental instalada en la psique de un inmenso número de venezolanos, quienes cada vez se fortalecen en los rudimentos de un lenguaje que tiene una carga de violencia capaz de tenernos a todos al borde del fracaso, como pueblo y nación.

Juan Guerrero
camilodeasis@hotmail.com    
@camilodeasis
Venezuela   

EDUARDO CASANOVA, EL HIMNO ERRADO

El “Gloria al bravo pueblo” fue una canción patriótica más bien poco afortunada y con palabras, un tanto rimbombantes que fueron escritas por Andrés Bello para una canción política que se oyó en Caracas en los días del 19 de abril de 1810, y que molestó especialmente a algunos de los que perdieron sus empleos y sus libertades personales cuando los venezolanos nativos empezaron a conquistar los suyos. Era, en realidad, la adaptación de una canción de cuna, de un sencillo “arrorró”, que Lino Gallardo, mediante el simple recurso de cambiarle el “tempo” y el ritmo, convirtió en una especie de canción marcial. Y fue esa la canción que e1 25 de mayo de 1881 el gobierno de Antonio Guzmán Blanco convirtió en Himno Nacional de Venezuela con los nombres de los autores cambiados, pues aparecen como tales Juan José Landaeta y Vicente Salias. 

¿Por qué les fue escamoteada a Bello y Gallardo la paternidad del Himno?  Simplemente porque ni el uno ni el otro fueron bolivarianos. Bello nunca confió en Bolívar y así se lo hizo saber a varios de sus corresponsales en numerosas oportunidades. Había escrito la letra de una canción patriótica (“Caraqueños otra época empieza”) con música de Cayetano Carreño, que no sobrevivió a su tiempo. Para Guzmán Blanco y los cultores de la religión bolivariana, Bello era, simplemente, un apóstata, un enemigo, y los bolivarianos no aceptan nada de un enemigo. También Lino Gallardo era enemigo. Nacido en Ocumare del Tuy en 1773 y muerto en Caracas en 1837, Gallardo, aunque participó activamente en los movimientos independentistas y revolucionarios de 1810, 1811 y 1812, y aunque estuvo preso en las bóvedas de La Guaira por sedicioso, a la caída de la primera República, en 1818 reculó, y durante el régimen realista fundó la Sociedad Filarmónica de Caracas con apoyo de las autoridades. En 1827, durante la última visita de Bolívar a Caracas, compuso una canción muy, pero muy parecida al “Gloria al Bravo Pueblo”, cuya letra, quién sabe improvisada por quién, decía: “Salud a Bolívar / que en carro triunfal / desde el Cuzco torna / al suelo natal... // De Atahualpa deja / vengados azás / los manes sangrientos / que duerman en paz /

El Perú le adora / y Caracas más..”. (“En el Vivir de la Gran Ciudad”, de Graciela Schael Martínez, Ediciones Conmemorativas del Bicentenario del Natalicio del Libertador Simón Bolívar, Concejo Municipal D.F., Caracas, Venezuela, 1983. p. 202) Versos de seis sílabas, tan pobres y elementales como los del Himno, con lo que hay un indicio más, y bien sólido, de que sí fue Gallardo en autor de la música del “Gloria al Bravo Pueblo”, aunque en realidad se trate de una vieja canción de cuna convertida en Himno. El problema más serio, más dirimente, con Gallardo vino después, pues en 1830 fue protegido de José Antonio Páez, lo cual lo hacía inelegible para Guzmán Blanco y los cultores de la nueva religión bolivariana, por lo cual fue eliminado de un autocrático plumazo y sustituido por Landaeta, insospechable de paecismo, y, por cierto, socio de Gallardo en el “Certamen de Música Vocal e Instrumental”, que era una sociedad de conciertos fundada en 1811. Juan José Landaeta nació en Caracas en 1870 y murió el 26 de marzo de 1812, durante el terremoto del Jueves Santo. De modo que no pudo “recular” ni ser protegido de Páez, lo cual fue decisivo para que los primeros “ayatolaes” del bolivarianismo decidieran que era él el autor de la música del Himno, a pesar de que la hija de Gallardo, Francisca de Paula, que tenía 76 años cuando se publicó el disparate de 1881, reclamó airadamente el abuso, tal como otros que conocieron personalmente a Gallardo y a Landaeta. Pero, como era y es usual, el poder, impertérrito, ignoró sus reclamos (y aún los ignora). El músico e Historiador Alberto Calzavara, poco antes de morir, localizó en París un ejemplar de un periódico (“El Americano”), editado en febrero de 1874, es decir, casi siete años antes del disparate guzmancista, en el que se publicaba la canción patriótica y se indicaba como sus autores a Andrés Bello y a Lino Gallardo. 

Es un hecho más que demostrado, pues, que fueron Bello y Gallardo, nada bolivarianos, los autores. Como lo es, también, que el “Gloria al Bravo Pueblo” nunca fue cantado por los soldados independentistas, que preferían “La Marsellesa” y otras canciones revolucionarias de su tiempo. En cambio, la canción de marras sí fue conocida y apreciada por el cura chileno y revoltoso don José Cortés de Madariaga, a quien Emparan calificó de pillo y alguna vez Simón Bolívar tildó de loco. 

Cosas oiredes, Sancho amigo. Hay un hecho curioso que merece ser destacado: ese despotismo, el que si levanta la voz se va a encontrar de frente con el bravo pueblo, no es el despotismo español, ni es despotismo monárquico. Se trata del despotismo francés, el representado por Napoleón Bonaparte, o sea  ¡la República!, la Revolución Francesa. De modo que bien puede decirse que hoy en día, todos los días, cuatro veces al día, se exalta la monarquía absolutista española de comienzos del siglo XIX en todas las emisoras de radio y televisión de Venezuela. Y lo mismo se hace en los actos públicos. Y en las escuelas y liceos, todas las mañanas. La República le canta a la monarquía y nadie parece darse cuenta de ello. 

Y no es ese el único disparate de la República. Los hay mayores. Sin embargo, en realidad hay que verlo todo de otra manera: en los primeros días de Venezuela como nación, cuando pletóricos de alegría los que se sentían triunfantes cantaban en las calles esa y otras canciones patrióticas, era el optimismo lo que realmente imperaba en Caracas y en casi todo el territorio que hoy en día se conoce como Venezuela. Un optimismo inocente, “naïf”, y cuyos protagonistas jamás podrían haber imaginado que estaban a punto de padecer uno de los peores y más terribles incendios que pueblo alguno ha padecido desde que el hombre es hombre. Porque, si algo es realmente claro con respecto al proceso de la Rebelión de Caracas, es que los primeros pasos hacia la Independencia de Venezuela fueron confusos y vacilantes. 

Caracas y la Provincia de Venezuela, que durante mucho tiempo fueron una de las zonas más pobres y atrasadas de la América española, habían conocido un período de prosperidad, que se reflejó especialmente en el nivel cultural de los caraqueños, algo que llamó especialmente la atención a Humboldt cuando pasó por la villa. Ese nivel cultural llevó a varios de sus notables a pensar en que debían seguir el camino trazado por los habitantes de la América inglesa, de la América del Norte, y buscar la Independencia. 

Y los hechos se aceleraron debido a lo que ocurrió en España: la Francia revolucionaria, ya en manos de Napoleón Bonaparte, se apropió de España. El rey español fue echado de su posición y sustituido por José Bonaparte. Y en la América española se produjo un verdadero vacío de poder que debía ser llenado por algo o por alguien. Los mantuanos, que controlaban el Ayuntamiento de Caracas, se alzaron y tomaron el control de la Provincia, constituyeron un gobierno autónomo, que desconocía los nexos con el rey de España (o con el nuevo rey de España, que era francés) y echaron a andar hacia la Historia, hacia la gloria que cantaban al bravo pueblo, que no era en el fondo sino un espectador, la parte interna del público que, en silencio, contemplaba el espectáculo. Con seriedad de niños actores, se repartieron las funciones de gobierno, la hacienda, las relaciones exteriores, la policía, la justicia, e iniciaron aquella obra sin saber que, muy pronto, se les convertiría en tragedia.

Eduardo Casanova
http://www.eduardocasanova.com/
@eduardocasanova
Venezuela

LEANDRO RODRÍGUEZ L., ¿ACUERDO POLÍTICO?

Lo descrito en estas líneas no representa nuestra opinión, es un reflejo de la realidad, narrativa de hechos que han ocurrido y que muchos ignoran su significado o se han dejado influenciar/manipular por el constante flujo informativo sesgado que impregnan los medios de comunicación venezolanos, principalmente la televisión, 100% autocensurada.

A media el chavismo desgastó lo electoral (cuando había boom), el diálogo, los presuntos acuerdos con una oposición irreal, ahora surge al escenario del “Acuerdo Político”, al respecto las siguientes observaciones:

1)         Ningún acuerdo político es valedero sí no intervienen actores reales, legítimos. En consecuencia, para que en Venezuela pueda desarrollarse un Acuerdo Político real deben participar Nicolás Maduro en representación de todo el régimen (no solo del “Ejecutivo”), Juan Guaidó por ser la principal figura opositora, reconocida mundialmente, y por último garantes internacionales, principalmente neutrales o que al menos no hayan tenido parte activa hasta el momento en la crisis del país.

2)         En segundo lugar, debe existir voluntad política real, ella es el combustible. No bastan palabras ni promesas, desde el primer día deben manifestarse hechos palpables, por ejemplo; del lado del régimen frenar la ominosa imposición del Estado Comunal y por parte de la oposición cesar todo llamado de protesta, a fin de sentar las bases que permitan el trabajo en conjunto.

3)         Los puntos deben ser claros. El agravamiento de todas las desgracias venezolanas se produce por el desconocimiento de los espacios de poder obtenidos por la oposición venezolana y por la celebración de elecciones al margen de la ley y la legitimidad, lo que permitió la profundización de un modelo país rechazado por los venezolanos en 2007, pero impuesto a la fuerza por el régimen. En consecuencia, el punto de arranque para la reconstrucción del país debe ser el rescate de la constitucionalidad y la democracia.

4)         Como punto de honor, se debe permitir la elección de un CNE imparcial, apegado irrestrictamente a la letra de la constitución, con rectores totalmente apartidistas, cualificados, de reconocida honorabilidad. Su elección debe ser el verdadero y único “Gran Pacto Político Nacional” donde participen todos los sectores del país, repetimos, al margen de la partidización. Luego, celebrar todas las elecciones, comenzando por las presidenciales.

Ahora bien, siendo esto así, nos damos cuenta que el famoso acuerdo político que adelanta el chavismo es con la “oposición electorera” impuesta por el TSJ, la cual apenas se representa a ella misma. Tampoco hay muestra de voluntad política, paralelo al discurso de Maduro sobre las elecciones regionales, se profundiza el “Estado Comunal”, fórmula para minimizar/sustituir las alcaldías y gobernaciones. Con relación al tercer punto, las condiciones electorales desde 2017 pasaron de ser “mínimas” a “absurdas”, además, ningún proceso electoral puede ser útil sí las instituciones del Estado se encuentran totalmente psuvizadas.

Con la nueva elección del CNE pues más de lo mismo, nada imparcial podrá emerger de una Asamblea Nacional como la actual, electa a través de un proceso electoral al calco de los perpetrados desde 2017, fuente de las sanciones internacionales.

La política es realidad, siempre lo repetimos, en consecuencia, lo único que podemos esperar de un conjetural “Acuerdo Político” como el que estamos viviendo actualmente es que las próximas elecciones serán idénticas a las desarrolladas desde la “constituyente”, con la temida presunción de abonar el terreno a un supuesto “revocatorio” en 2022 que, lejos de buscar revocar a Maduro en medio de condiciones electorales imposibles, lo ratificaría porque llevaría implícito un reconocimiento porque… ¿Cómo se va a revocar alguien no reconocido, ilegal e ilegitimo? ¡Pongamos los pies sobre la tierra! 

Leandro Rodríguez Linárez
leandrotango@gmail.com
@leandrotango
Venezuela

ANTONIO JOSÉ MONAGAS, UN PAÍS CON PIES DE BARRO

Referir la situación de crisis venezolana, considerando la idea que esbozaba el recordado escritor larense, Salvador Garmendia, en su libro Los Pies de Barro (1972), es una forma particular de evidenciar la gravedad del país en términos de su actual movilidad. 

Por donde se observe al país, hay problemas que redundan en el agravamiento de la dinámica política. Pero también, de todos aquellos aspectos relacionados con la economía nacional, su administración. Y por consiguiente, de su cotidianidad. Cualquier rincón, es fuente de dificultades que han venido convirtiéndose en parte de la agenda de cada día. Sin que el oprobio gubernamental deje ver algún interés en solucionarlo.

De manera que en medio de tales realidades, Venezuela se anegó por causa de conflictos que sólo han coadyuvado a acentuar la crisis política que afecta su funcionalidad. Crisis ésta que ha arrastrado otra crisis del tipo de acumulación, tanto como una crisis del tipo de dominación. En fin, problemas por todos lados creados y alentados en el curso de un desgobierno total y totalitario. Básicamente, azuzado por el pensamiento equivocado de un militarismo carente del más elemental sentido de tolerancia, convivencia y pluralismo. Mejor parecido al fascismo que impuso Mussolini en la Italia de hace más de medio siglo.

En términos de lo que tan triste situación ha generado, se tiene un país asediado más desde adentro que desde afuera. Y todo, a consecuencia de una concepción de gobierno que escasamente trasciende del concepto de “bodega”. O en el mejor de los casos, de “cuartel” aunque salvando las diferencias organizacionales y disciplinarias. Si acaso.

Deberá decirse que el problema tiene nombre propio. No hay de otra. Más cuando la atolondrada verborrea o narrativa política, desfigura la realidad de todo cuanto alude. O peor  aún, la desarregla en perjuicio de las esperanzas de quienes, ilusa o ingenuamente, han creído en la doctrina del socialismo.

La capacidad de manipulación, sumadas a las de engaño, descaro, cinismo, obscenidad, provocación, impertinencia y de insolencia de los conspicuos representantes del régimen, ha permitido la impunidad, la corrupción y la descomposición que actualmente castiga al país en todas sus expresiones. La gestión del régimen, ha esquivado muchas de las ideas bolivarianas que a menudo proclama. Y que, desvergonzadamente, se atreve a exhortar.

No hay duda alguna de la conmoción que vive la sociedad venezolana cuando conoce de las barbaries cometidas por la delincuencia. Cabría acá preguntarse, pero ¿cuál delincuencia? Por la misma delincuencia que, muchas veces y ante determinadas situaciones, actúa en nombre de la revolución, de la justicia socialista o del bolivarianismo.

No hay dudas de que Venezuela muestra signos de agobio y de cansancio por tanto abuso cometido con absoluta impunidad. El grado de intensidad de las tropelías cometidas en contra de la familia, de los gremios, de los sindicatos, de la Iglesia Católica, de las escuelas, de las universidades, de los hospitales, es insólito. Incluso, en contra de todos aquellos estamentos y personas que se pronuncian en desafecto o desacuerdo con el extremista proceder del régimen. A pesar de discursos maquillados o adornados con alusiones de democracia. Pero que no son sino las imágenes de una Venezuela que apesadumbrada y a contradicción de tantos y repetidos pronunciamientos políticos, se convirtió en un ruido país. A decir de la literatura crítica, en un país con pies de barro.

Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Merida - Venezuela