lunes, 11 de octubre de 2021

RICARDO VALENZUELA: LA VENEZUELA DE DON JULIO. DESDE MÉXICO

Hace años, una de mis hermanas se preparaba para iniciar un viaje por Suramérica que, entre otros países, visitaría Venezuela. Cuando mi padre se enteraba del itinerario, le hacia una solicitud especial y le dice: “Cuando llegues a Caracas, trata de averiguar si Julio (Báez) aún vive”. El Dr. Julio Báez había sido compañero de estudios de mi padre cuando, ambos, allá en los años 20, asistían a la escuela de derecho en la Universidad Libre de Bruselas. Continuaba mi padre; “si lo puedes localizar dale mis recuerdos y mis saludos, aunque tal vez ya haya fallecido”.

Mi hermana, al llegar a Caracas conseguía el teléfono de don Julio y lo llamaba. Y el intercambio sería de la siguiente manera: mi hermana pregunta “¿don Julio Báez?”. Don Julio responde; “si, ese soy yo”. Mi hermana le dice; “soy Lucia Valenzuela de México”. Don Julio confundido responde, “si, ¿y qué?”. Soy hija de su amigo el Catire” responde mi hermana. Don Julio explota con un grito de interrogación. “¿El Catire, mi hermano mexicano?” “Así es” responde mi hermana. Esa tarde don Julio se comunicaba con su amigo del que no había sabido por más de 50 años.

El par de viejos amigos lloraron y con sus palabras se abrazaban y, finalmente, don Julio comprometía a mi padre para viajar a Venezuela y recordar aquellos tiempos tan lejanos en Europa. Semanas después volábamos a ese país mi padre, mi madre, mi ex esposa y yo. Al día siguiente de nuestra llegada, don Julio hacía su aparición en el hotel para llevarnos a su casa a donde nos había invitado a comer. Al encontrarse, el par de viejos se fundieron en un largo abrazo derramando una que otra lágrima de nostalgia. Ahí se iniciaba una de las aventuras más inolvidables de mi vida.

México estaba sufriendo una de sus épocas más difíciles después de haber sufrido 12 años de un par de presidentes socialistas, tiránicos, soberbios, que nos surtieran dos devaluaciones que destruían nuestra moneda. Y, como corolario, en 1982 habían tenido que declarar la bancarrota del país y mendigar la ayuda de EU o, mejor dicho, del EP. Sin embargo, en el corto trayecto del hotel a la casa de don Julio, la ciudad de Caracas me parecía vibrante y emanando prosperidad donde gente, a diferencia de México, sonreían en las calles disfrutando lo que me pareció una buena vida, paseando por las calles e invadiendo los comercios de la ciudad.

El sector donde se ubicaba la casa de don Julio, obviamente era residencia de las clases sociales más altas del país. Casas impresionantes, avenidas anchas, campos de golf, un gran centro comercial, y hasta un campo de polo, el deporte de los reyes. El área en general, sin hándicap se podría comparar con las zonas de Beverly Hills, Malibu en Los Ángeles o, con el sector Rancho Bernardo de San Diego. Por supuesto que la casa de don Julio era de la misma dimensión de las demás. La esposa de don Julio era una bella mujer rubia, de un gran carisma, expirando clase, categoría y una cultura general impresionante.

Después de la comida servida por personal uniformado que, nos explicaban, eran inmigrantes ilegales de Colombia buscando mejor vida en Venezuela puesto que, Colombia, como México, sufría de las eternas crisis de los países latinoamericanos. La esposa de don Julio invitaba a mi madre y mi ex esposa y darles un tour por las cercanías y dejar a los viejos amigos para hacer sus remembranzas. Después de recordar sus aventuras en Europa, siendo don Julio un prestigiado abogado corporativo, la conversación viajaba hacia la descripción que, orgullosamente, don Julio hacía de la situación económica de su país que calificaba de suprema. En su paso por la universidad de Bruselas ambos habían tomado asignaturas económicas por lo que no era neófitos en el tema.

Don Julio afirmaba que el futuro de Venezuela era brillante puesto que, cada día se hacían nuevos descubrimientos petroleros que estaban atrayendo grandes inversiones internacionales. Mi padre, un hombre sin el optimismo de su amigo, trataba de encontrar alguna rajadura en el bello estadio que don Julio describía. Don Julio, de repente le dice a mi padre: “Mira, Catire, dentro de muy poco Venezuela tendrá las reservas petroleras más grandes del mundo. Y, acuérdate, Catire, en los años finales de nuestra carrera, nos dimos cuenta cómo las tiranías amenazaban Europa y casi la destruyeron. Hemos aprendido de ello y cometeremos los mismos errores.

Mi padre, que había sufrido la persecución de su hermano por la tiranía mexicana y todavía estaba en el poder, no se mostraba convencido y, sobre todo, con la experiencia del petróleo que provocara en México que, en su soberbia, JLP le pedía a los mexicanos prepararse para administrar la abundancia. Para, solo después de un año, sufrir una devaluación del 400% y el petróleo bajara de casi $100 a unos $15 dólares, y no podría hacer frente al pago de su deuda.

Pero, era una realidad que en Venezuela se respiraba prosperidad. Los grandes centros comerciales estaban llenos de compradores. Por las calles de Caracas transitaban autos como Mercedes, BMW, todas las líneas de lujo americanas. Se respiraba orden en la calle y la gente me parecía estaban satisfechos con sus vidas. El último día de nuestro viaje, don Julio nos invitó a un club de playa privado en La Guaira cuyos socios eran de los segmentos sociales más altos, que también expresaban optimismo en su futuro.

Al día siguiente, don Julio nos despedía en el aeropuerto y, antes de abordar, se dirige a mí y me dice: “Tu padre dese que estábamos en Europa era pesimista”. Luego abraza a mi padre y le dice: “Dentro de poco yo te visitaré en México Catire, y entonces ya habrás visto que el futuro que te describo se hizo realidad. Mi padre entonces pronuncia su palabra favorita cuando no creía algo, Ojalá, pues él nunca lo creyó como tampoco creyó en el futuro de México.

Cuando le informaron a mi padre que don Julio estaba muy grave le hizo la última llamada. Lloraron ya al final de sus rutas. Al despedirse don Julio con voz débil le dice. “Tuviste toda la razón Catire, a Venezuela lo empieza a cubrir una nube negra anunciando una diabólica tormenta que siento destruirá a mi amado país. Por allá nos vemos Catire”, le dice al colgar el teléfono. Días después don Julio fallecía y mi padre lloraría a su hermano venezolano. Pero, yo creo que también lloraba por la Venezuela que amó a través de su gran amigo, y a mi padre si le tocó ver la llegada de lo diabólico a ese bello país.

Ricardo Valenzuela
elchero@outlook.com
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chero@refugioliberal.net
http://refugiolibertariol.blogspot.com
@elchero
Mexico -Estados Unidos

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