En la primera ronda de las elecciones presidenciales, el electorado Colombiano optó por moverse hacia los extremos del espectro político, desechando las candidaturas más moderadas. Favoreció a Gustavo Petro, destacado dirigente de la izquierda colombiana y latinoamericana, y a Rodolfo Hernández, ingeniero y empresario millonario, quien se proclama defensor de la libre empresa.
Petro ha estado vinculado con el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, estuvo cerca de Fidel Castro y su hermano Raúl, es admirador de la revolución cubana y de la revolución bolivariana, al menos cuando Hugo Chávez vivía, y defensor del discurso y las prácticas intervencionistas que han guiado la conducta de los partidos y organizaciones izquierdistas del continente. Integró el M-19, grupo insurreccional que sembró el terror en Colombia durante la década de los años ochenta del siglo pasado. Fue responsable del asalto, en 1985, al Palacio de Justicia, sede de la Corte Suprema de Justicia, en el cual murieron más de cien personas, entre ellos once magistrados de la Corte.
Rodolfo Hernández es un empresario folclórico, charlatán y prosaico, que a sus 77 años de edad decidió que sus últimos años en esta dimensión quería pasarlos entretenido jugando a la política. Algo así como Donald Trump. La suerte, pero sobre todo la crisis tan severa que viven las élites políticas tradicionales colombianas, lo favorecieron. El crecimiento acelerado de su alternativa durante las últimas semanas de la campaña, mostró el hastío de la población con el uribismo, con el gobierno de Iván Duque y con los sectores que lleva décadas dirigiendo las riendas de la nación.
Los dos aspirantes que se disputan la presidencia de la República representan un serio peligro para el futuro de la
hermana república y, desde luego, para Venezuela. Colombia se disputa con Chile el cuarto lugar entre las economías de América Latina, después de Brasil, México y Argentina. Durante el período de Duque, a pesar de la pandemia, logró tasas de crecimiento importantes en su PIB. La explotación de petróleo –gracias en buena medida al aporte técnico y gerencial de los venezolanos- ha aumentado de forma considerable.
Lo que ocurre es que Colombia sigue siendo un país donde las desigualdades y contrastes sociales son muy marcados. La oligarquía es rancia e insensible frente a esos desequilibrios. La pobreza se extiende por las ciudades y el campo sin que los gobiernos logren compaginar políticas que la reduzcan de forma ostensible. Esos contrastes provocaron las movilizaciones y violentas manifestaciones de los años 2019 y 2020, hundiendo la popularidad de Duque en el sótano.
Petro y Hernández lograron aprovecharse del descontento con los partidos y agrupaciones tradicionales e imantar los ciudadanos de forma diferente. Ambos se movieron en el plano de las proposiciones generales en temas centrales como la reducción de la pobreza y la informalidad, la violencia social, las desigualdades existentes en el acceso a una educación y a una salud de calidad para las grandes mayorías. El problema de la distribución de la tierra en el campo y el combate al narcotráfico también fueron aspectos que quedaron flotando en las nebulosas. La situación de los casi dos millones de venezolanos que se han desplazado hacia Colombia y las relaciones con el gobierno de Nicolás Maduro también permanecieron en el limbo. Ambos dicen que restablecerán las relaciones diplomáticas y comerciales con Venezuela. Bien, pero a cambio de qué. Se comprende que quieran diferenciarse de Duque en este plano, pero, ¿la democracia venezolana importa un bledo?
De acuerdo con los antecedentes y la formación ideológica de Petro, es lícito suponer que el antiguo líder del M-19 abordará
los enormes conflictos de la sociedad colombiana con los cánones de la izquierda tradicional: estatismo, regulaciones e intervencionismo económico desmedido; incremento de los mecanismos de control social sobre las organizaciones independientes; presión al Poder Judicial para que favorezca las decisiones del Ejecutivo; y coerción a los medios de comunicación independientes. En el plano internacional, sus socios serán Cuba, Nicaragua, México, Bolivia, Argentina y los otros países del ALBA. Las relaciones con Estados Unidos podrían agriarse, a pesar de la importancia del intercambio comercial entre Colombia y la potencia del norte. El esquema podría ser el que ya se conoce.
Rodolfo Hernández constituye una incógnita, como todo outsider. Aparte de ser un personaje pintoresco, que asume la chabacanería como un atributo para identificarse con el pueblo, de pensamiento simple y escueto, de su visión del Estado y la sociedad se sabe muy poco. De su paso por la alcaldía de Bucaramanga quedó la denuncia de corrupción por haberle entregado a uno de sus hijos un contrato sin licitación. Este señalamiento tan preciso no fue obstáculo para que la ‘lucha contra la corrupción’ se convirtiera en una de sus consignas fundamentales durante la primera vuelta.
Tal vez la ventaja de Hernández sobre Petro es que el ingeniero empresario carece de un proyecto y una organización decidida a materializarlo. Su gestión tal vez no pasaría de ser improvisada y caótica. En cambio, Gustavo Petro cuenta con el soporte y la tradición de esa izquierda que jamás ha descansado en su afán de mantener a América Latina en el atraso. Dura decisión la de los colombianos.
Trino Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
Venezuela
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