domingo, 7 de febrero de 2016

NELSON ACOSTA ESPINOZA, “SI YO TUVIERA HAMBRE O MIS HIJOS TIENEN HAMBRE, TAMBIÉN ROBARÍA”

No me lo contaron. Fui testigo. Sucedió en un auto mercado situado en el norte de la ciudad de Valencia. Un joven venezolano fue tiroteado después de intentar sustraer dos paquetes de arroz regulado. Desde luego, amigo lector, robar es un acto moralmente censurable. En una sociedad que se encuentre organizada en torno a preceptos jurídicos, una acción de esa naturaleza es punible y, en consecuencia, merece un castigo. Por otro lado, la respuesta a este intento de robo, fue exagerada  y requeriría algún tipo de sanción por el uso desproporcionado de la fuerza. Son dos eslabones de una misma cadena de culto a la violencia que ha prevalecido en el país desde hace una década y media.

Lo que acabo de describir no es una acción fuera de lo común. Por el contrario, como lo señalé en el párrafo anterior, constituye un patrón de conducta generalizado en el país. Por ejemplo,  la ciudad de Porlamar fue paralizada, literalmente, debido a los ritos funerarios que se celebraron por la muerte del “Conejo” (Teófilo Alfredo Rodríguez Cazorla). Un conocido y popular delincuente que hacia vida en esta isla de Margarita. Los detenidos en la cárcel de Porlamar, rindieron homenaje a este malhechor mediante disparos al aire provenientes de armas de guerra (fusiles M-16, Kaláshnikov, FAL y Glock 19).
En la ciudad de Maracay, en los sectores La Cooperativa y la Pedrera,  una banda delictiva liderada por el ex pran (líder carcelario) de la cárcel de Tocoron apodado el Chino Pedrera, impuso un toque de queda en esas localidades. El motivo. Sepelio de uno de los miembros de la citada banda a manos de una comisión del Cicpc. Situaciones similares se han producido en otras regiones del país.
Una interrogante. ¿Dónde ubicar el origen de estas conductas recurrentes en estos últimos años? Desde luego, una respuesta fácil sería atribuírsela a la condiciones de empobrecimiento a la que se encuentra sometida  población. Sin embargo esta condición, por si misma, no proporciona una respuesta apropiada a esta interrogante. Otras sociedades, que sufren condiciones críticas, no muestran estos índices de desmoralización y supresión normativa. Me parece entonces  que, adicionalmente, opera en el país otras circunstancias de naturaleza política.
¿Cuáles  son esas circunstancias? Recordemos cuando Hugo Chávez encaró a la presidenta de la Corte Suprema de Justicia y le dijo delante de las cámaras -parafraseando- “si yo tuviera hambre o mis hijos tienen hambre, también robaría”. Fue entonces cuando el hambre se transformó en la excusa para delinquir y, si extendemos esta lógica a otros sectores, en conducta desviada legitimada desde la “razón” revolucionaria”.
Desde un punto de vista más general o antropológico, amigos lectores, permítanme esta digresión, estamos viviendo una situación social y cultural de naturaleza anómica. Vale decir,  presenciamos el derrumbe de los patrones normativos que permiten orientar la conducta colectiva hacia metas de modo positivo. Esta circunstancia (anomia), incita a las personas y grupos  a la búsqueda y obtención de sus fines fuera de la legalidad. Un ejemplo cotidiano. Los “bachaqueros” que se apropian de los alimentos regulados para venderlos a sobre precio.
Lo singular de esta coyuntura es que estas conductas “desviadas” son propiciadas desde las altas esfera del gobierno. Es gestión repetitiva que el ejecutivo irrespete las normas que regulan el ejercicio democrático. Sus ministros se niegan atender las convocatorias de las comisiones de la Asamblea Nacional y el Presidente, en un arrebato al estilo de los dictadores dieciochescos, señala que se prepara para impedir “por las buenas o por las malas” que la oposición tome el poder.
En fin, la dirección política democrática debería responder este reto con la contundencia que proporciona la presencia cívica de la gente en las  calles.
La política, debería ser así.

Nelson Acosta Espinoza
acostnelson@gmail.com
@nelsonacosta64

Carabobo - Venezuela

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