El 26 de noviembre de
1960 abordé un avión de la Pan American en el Aeropuerto José Martí, en La
Habana, con destino a esta ciudad de Miami. Tenía 23 años de edad y me embargaba
el miedo del que hace su primer viaje en avión. Pero, una semana después, todos
los temores y dudas fueron sustituidos por la seguridad de encontrarme en la
nación que consideraba la más poderosa , organizada y civilizada de la Tierra.
Ni siquiera la traición de Kennedy en Bahía de Cochinos, cinco meses más tarde,
me hizo cambiar de opinión. Consideré aquella traición como un incidente
aislado provocado por la cobardía y la inseguridad del hijo mimado de un papá
que le había comprado la presidencia.
Andando el tiempo, fui
observando imperfecciones y defectos que le restaban grandeza a la nación en la
cual había buscado refugio. Los derechos y oportunidades del hombre negro no
estaban a la altura de los del hombre blanco. Así lo dijo con convicción y elocuencia
aquel pastor de la esperanza que se llamó Martin Luther King.
A la misma sombra del
monumento a Abraham Lincoln, el gran igualador de hombres, King proclamó:
"Yo tengo un sueño, que mis cuatro hijos pequeños vivan un día en una
nación donde ellos no sean juzgados por el color de su piel sino por el
contenido de su carácter y trabajen por transformar el lenguaje pendenciero de
nuestra sociedad en una hermosa sinfonía de hermandad." Una prédica de
amor que contrasta con la diatriba corrosiva de mercaderes del racismo como Al
Sharpton que viajan en aviones de su propiedad obtenidos por la extorción y del
chantaje.
Martin Luther King no
luchó por hacer una América negra sobre los cadáveres de otras razas. Luchó por
hacer una América multicolor con justicia, libertad y esperanza para todas las
razas. Su cruzada no fue excluyente sino incluyente. Lo de hoy es una diatriba
racista, excluyente y destructiva. Se proponen nada menos que destruir nuestra
historia, nuestra religión, nuestro sistema de educación, nuestro orgullo
patriótico, nuestra familia y hasta a los americanos de raza blanca. Llegan al
extremo de amenazarnos con que "mientras haya un blanco vivo no habrá
paz." Nos han declarado la guerra y nosotros tenemos que complacerlos. Si
no lo hacemos seremos nosotros quienes pongamos los muertos.
El juicio del policía
Derek Chauvin por el asesinato del hombre negro George Floyd tiene ingredientes
que ilustran lo que acabamos de decir. Nadie que haya visto el video de Chauvin
aplicando presión sobre el cuello de Floyd puede albergar la más mínima duda de
que se trató de un asesinato. Por lo tanto, no debe de sorprendernos que el
jurado haya llegado a la misma conclusión. Pero así y todo, Chauvin tenía
derecho a la presunción de inocencia y a un juicio imparcial que no fuera
influenciado como lo fue por la intimidación de la chusma callejera. Y eso fue
precisamente lo que pasó.
Un grupo de mercaderes
del racismo se aprovechó de la emoción provocada por el video y de la muerte de
Floyd para controlar al país y cambiarlo para siempre. Se apoderaron de las
calles, atacaron a ciudadanos pacíficos e incendiaron propiedades para influir
sobre el juicio y obtener un fallo de culpabilidad contra Derek Chauvin. Y esa
es una conducta que no se puede permitir. Los países civilizados tienen
sistemas de justicia imparciales. Es precisamente lo que separa a los países
donde queremos vivir de los países que no queremos siquiera visitar. Los países
civilizados se distinguen por aplicar el mismo sistema de justicia para todos
los ciudadanos por igual sin tomar en cuenta la popularidad o impopularidad del
acusado.
Contemplar a los
amotinados tratar de influir sobre los resultados del juicio debió de habernos
horrorizado a todos. Fue el espectáculo de un país dando marcha atrás a una
velocidad vertiginosa. Pero lo más extraño es que la mayor parte de la
ciudadanía no mostró reacción alguna.
Fue como si la gente entendiera el resultado que habría traído consigo
la absolución de Derek Chauvin. Todos sabíamos que la condena de Chauvin nos
compraría la paz.
Después de once meses
de intimidación y violencia desenfrenadas por parte de Las Vidas Negras Valen
(BLM) los americanos decidieron pagar el rescate. Todos entendieron que el
sacrificio de Dereck Chauvin era una forma de lavar los pecados de la nación.
Quién estaba sentado en el banquillo de los acusados no era el policía de
Minneapolis Dereck Chauvin. Eran los Estados Unidos de América. Eran la
historia, la religión, la cultura, las leyes y el sistema político de la nación
más libre, más justa, más próspera y más inclusiva que jamás haya existido
sobre la faz de la Tierra.
La izquierda, por su
parte, aprovechó la oportunidad para derramar su vitriolo. Como de costumbre,
la congresista Maxime Waters encabezó la lista instigando a las multitudes que
incrementaran la intimidación y la violencia. Pero lo más inaudito fueron las
declaraciones insidiosas de los principales funcionarios electos de la nación
americana. Como leyendo del mismo libreto, Kamala Harris y Joe Biden no
mostraron satisfacción con el fallo. Por el contrario, lo consideraron
solamente como un primer paso hacia la total reestructuración de los valores y
principios de la sociedad americana. El títere Biden leyó lo que le escribieron
sus titiriteros;" Nadie debe de estar por encima de la ley. Ese es el
mensaje del veredicto de hoy. Pero esto no es suficiente. No podemos detenernos
aquí." A buen entendedor con pocas palabras bastan.
A mayor abundamiento,
hay otro aspecto en todo este deplorable conflicto que debe de aterrorizarnos a
todos. Después de la guerra civil del Siglo XIX, los principales conflictos de
los Estados Unidos fueron con sus enemigos externos. Ahora es todo lo contrario
y mucho más peligroso. No se trata de confrontar a China, Rusia, Corea del
Norte o Irán. Se trata de confrontar a los enemigos que viven dentro de nuestra
misma casa. Y está demostrado que las guerras entre hermanos han sido siempre
las más sangrientas.
El problema más grande
consiste en que la izquierda americana está empeñada en erosionan las fuerzas
que hicieron grandes a los Estados Unidos tanto en lo material como en lo
espiritual. Hoy estamos siendo testigos de un esfuerzo concentrado para alterar
el orden constitucional y varios siglos de costumbres y tradiciones que han
hecho grande a este país.
Como si fuera poco, los
modernos Jacobinos tratan de borrar el legado de los padres fundadores de esta
nación en 1776. Los amotinados destruyen estatus y monumentos con total
impunidad. Tampoco existe razón alguna para el cambio de nombres de escuelas,
calles e instituciones. En el orden material, en cien días los precios de la
energía andan por los cielos. La Administración Biden ha cancelado el oleoducto
de Key Stone y limitado los contratos de energía en las tierras federales. Esta
medida amenaza con poner fin a la independencia energética y por ende debilitar
la seguridad nacional de los Estados Unidos en unos pocos años.
Para encubrir todas
estas medidas rechazadas por la mayoría de los americanos, estos terroristas de
la izquierda se aferran a sus campañas de difamación. Acusan a sus adversarios
de racistas y quieren privarlos de sus armas para la defensa, al mismo tiempo
en que tratan de debilitar y eliminar a los cuerpos policiacos.
Para ello, mienten
cuando citan estadísticas sobre la muerte de hombres de raza negra por la
policía. Por ejemplo, los activistas de izquierda afirman que entre el primero
de enero de 2021y el 22 de abril de este mismo año, 30 ciudadanos de raza negra
murieron a manos de la policía. Lo cual es cierto. Pero lo que no dicen es que
en el mismo período de tiempo 50 ciudadanos blancos murieron a manos de la
policía. Y la estadística que la izquierda y su prensa parcializada quieren
ocultar. Que en el mismo espacio de tiempo, 103 policía perdieron la vida
cumpliendo con sus deberes profesionales.
Por mi parte, albergo
la firme esperanza de que los lectores de estas líneas lleguen a mi misma
conclusión de que la guerra ya empezó. Que, por lo tanto, no podemos esperar
por las elecciones para contener el daño que estos fanáticos le están haciendo
a las instituciones y a la sociedad americanas. Llegó el tiempo de la Ley del
Talión, "ojo por ojo y diente por diente". Es cierto que los
americanos que sudan la camisa, respetan las leyes, valoran la vida y protegen
a sus familias son más numerosos que los amotinados que se han apoderado de las
calles. Pero los bolcheviques no necesitaron mayorías para destruir a Alexander
Kerensky y robarse la Revolución Rusa de 1917.
Las derrotas sufridas
por John McCain, Mit Romney y hasta Donald Trmp en las últimas elecciones han
demostrado que los buenos modales, la decencia y la caballerosidad no funcionan
con la chusma que usa la violencia y la intimidación como sus armas para
robarse el poder. Si los republicanos quieren sobrevivir como partido y, de
paso, salvar a los Estados Unidos, tienen que dejar sus inhibiciones y pegar
duro como lo hizo Donald Trump en 2016 y lo está haciendo ahora su aventajado
discípulo Ron DeSantis en el estado de la Florida.
El gobernador DeSantis
mantiene los negocios abiertos, le ha cortado las alas al sindicato de
maestros, ha prohibido la reducción de fondos a la policía y le ha dicho a los
violentos que quienes violen las leyes serán castigados con severidad. Y como
para no dejar dudas de que hablaba en serio le dijo a los activistas
disfrazados de periodistas que asistieron a la conferencia de prensa que no
contestaría sus preguntas. Así hablan los machos y cuando los machos hablan las
"gallinas" se callan.
alfredocepero@bellsouth.net
@AlfredoCepero
Director de www.lanuevanacion.com
Cuba - Estados Unidos
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