Lo siento,
pero votar en Venezuela en estas condiciones para qué. Como si con ello nada
más aparentáramos ser ante el mundo una democracia de ciudadanos y así esconder
lo que en realidad somos y que todo el mundo sabe, que no deja de ser esta
realidad sombría de un país que se ahoga, con la que juegan al vaivén de
intereses los que mandan y los que dicen no hacerlo también.
Lo que
deseamos es independencia, libertad y república, como desde 1810, y no la
dictadura que otra vez nos transita. Lo que anhelamos es ser mejores
individuos, vacunados todos sin necesidad de alcabalas ni ruegos, menos
temerosos y menesterosos, sanos, fraternos, adecuados, sensatos, sensibles,
prósperos, conscientes, productivos, y mirar el horizonte más allá de rendijas
y migajas que hoy prebendas o cambalache parecieran en pago de legitimación del
inexistente capital político del gobierno más allá de la fuerza y la barbarie.
No es abstención lo mío, al contrario, es militante rechazo. ¡Cómo no serlo si
la lista de oprobios no cabe en estas páginas! ¿Elecciones? Como si eso nos
hiciera democráticos, menos pobres, confiados, conscientes, orgullosos, respetuosos
y plurales, iguales, menos violentos, ordenados, y abriéramos caminos a la fe,
confiados, pero en qué y en quién o quiénes, en estas circunstancias.
¿Partidos
políticos? Dónde se compran, quién los vende, a qué hora se reúnen. Los líderes
qué gritan, a quién, qué dejan de ofrecer, dónde me los encuentro y me reúno,
dónde les miro la cara, a los ojos, sí, a los ojos. Los militantes qué
reparten, qué esperan repartir, dónde se esconden, quién los persigue, quién
los tortura, cómo quedan sus madres por las noches. Los desechos que quedan, lo
dicen casi todo.
¿Los diálogos? Sí, como si eso nos hiciera país civilizado,
con eficientes políticos y curtidos diplomáticos o buenas personas, menos
románticos, pragmáticos, mesurados, institucionales, preocupados por el
porvenir, equilibrados, menos ladinos de lo normal, a fin de cuentas. Como si
con ellos además soltaran a los presos políticos, a todos, civiles y militares,
y además fuésemos al mercado, pudiésemos pagar un seguro de vida, tener
familia, educar a los hijos, poseer dignidad y administrarla hasta para morir.
¿La economía? cómo se come eso si lo que hay es hambre; como si alguien se
preocupara por las necesidades de la gente; como si se planificara para el
bienestar, como si se pensara en la vivienda, en la educación y la
alimentación, en el vestido, en el ahorro, en la construcción de porvenir
común.
¿La justicia? Y el derecho secuestrado como esta para qué sirve, a quién
acudo cuando sufro de desprotección, de miedo, acoso, violencia, tortura, de soledad
jurídica, de inseguridad; dónde encuentro la casa de los derechos humanos que
son también los míos y los nuestros de cada uno, dónde los jueces limpios.
¿La
gente?: Dónde queda la gente, dónde vive, quién la conoce, a quién le importa,
con quién
comparte, come, a quién visita después de las 3:00 de la tarde, quién la
protege y cuida. Las mujeres, los hombres y todas sus combinaciones: cómo nos
sentimos, quién nos oye, qué podemos hacer además cuando resistir es mucho pero
insuficiente del todo.
¿Y el país?
¿En verdad aún existe? Quién osa transitarlo, qué fue de sus instituciones, de
las universidades y escuelas ¿Existe aún un mapa valedero que me oriente? Lo
desguazaron todo. Hasta ustedes mismos se extinguieron y no para el olvido.
En la democracia
que creo, en el país que aspiro, no es suficiente votar para reconstruirlo y
menos cuando nos lo han quitado todo, se lo robaron todo y de qué forma y van
por más, a qué dudarlo.
Y así,
personalmente a todas estas, yo no me apunto en ese porcentaje, me desplazo y
dejo, me escurro consciente, no sigo el juego, me desgana la ciencia de la
viscosa impostura. Queden las palabras que dilatan y cuecen la penumbra.
Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea
Venezuela
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