Tomás
Lander, en mayo de 1830, publicó la Revista de Colombia y Venezuela unida y
separada con sus males y sus remedios, apuntando a un problema clave: “A
nuestro modo de ver, el mal radical está en que se ha conseguido la
independencia… pero no la libertad; y que se quiere lograr esta… como
consecuencia necesaria de la independencia”. Razona que la causa central es que
“hasta el día no se han poseído los hombres de la importancia que da el
ciudadanismo…que les hace participantes de la cosa pública” (p. 4).
He
mantenido la grafía de la época por el respeto intelectual, el mismo que nos
guía a comprender a cabalidad las ideas de la generación que sentó las bases
políticas de nuestro país. Es notable lo que dice Lander en esa Revista, pues
su concepción de ciudadanía coincide totalmente con la filosofía política
republicana, que es rastreable hasta la Grecia clásica, con la concepción
democrática implantada en Atenas con las reformas de Solón. En el ejercicio
directo de la democracia instaurada entonces, los ciudadanos asumían la
constitución de su futuro en mancomunidad decisoria, mediante un debate
político participativo.
Así se colocó en el centro del interés la configuración
de lo que llamaríamos hoy una ‘agenda política’, interpretada de dos maneras:
1) los sofistas, que según la crítica socrática-platónica, centraban sus
enseñanzas en la retórica, i.e. la habilidad para hablar en público y ser
reconocidos, una acción transitiva para la consecución del poder; 2) los
filósofos políticos, que fundamentaban el ejercicio ciudadano desde una
estrategia reflexiva para “elevar el ojo del alma”, como enfatiza Platón en
República VII, alcanzando ese grado de participante comprometido “que no
necesita corrección”, tal como lo expresa Aristóteles en el Libro III de su Política.
El
ciudadano es definido, en el Republicanismo clásico, como aquella persona que
ejercita las virtudes políticas de la justicia platónica y la prudencia
aristotélica, pues mediante ellas es capaz de contribuir en la conformación y
desarrollo del espacio público, que exigía en el Republicanismo romano del
patriotismo y del honor. En las repúblicas renacentistas italianas, de las
cuales Maquiavelo fue actor comprometido, hubo el énfasis cívico en prevenir la
dominación, siendo las leyes los medios para propiciar el ejercicio de la
libertad. Finalmente, en el Republicanismo inglés de Filmer y Harrington,
adoptado por los Federalistas estadounidenses, la ciudadanía moderna requería
comprender los procesos comerciales que dan expresión al espíritu de iniciativa:
el reto es participar en la creación de riqueza sin comprometer el espacio
público por los diversos mecanismos de la corrupción.
Por tanto,
la ciudadanía que concibió Lander exige del respeto al marco regulador, pues
hace falta “que empiece el dominio de la ley, y acabe el de los hombres” (p.
16). También es necesario el límite impuesto por la responsabilidad, pues
Lander acoge la idea de Thomas Jefferson de implantar una política pública que
distribuya la tierra entre pequeños propietarios. Así, dice en El Relámpago del
16/11/1843: “los hacendados son los seres más identificados con… la tierra que
cultivan. La suerte del territorio, del que poseen una parte, es la suya,… Por
lo mismo, [ellos] deberían influir… en las leyes que el país se diera, y en el
Gobierno que las administra”. Ciudadanía es ejercicio de la libertad, respeto a
la ley, compromiso cívico y responsabilidad con el desarrollo sustentable del
país.
Julia
Alcibiades
juliaalcibiades@gmail.com
@juliaalcibiades
Venezuela
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