lunes, 14 de marzo de 2022

SIGFRIDO LANZ DELGADO: CONSPIRADORES Y CONSPIRACIONES, INFORTUNIO VENEZOLANO. CAP. V. SEGUNDA PARTE. LOS INSURRECTOS SE ENCABRITAN

Cap. V. Segunda parte. Los insurrectos se encabritan

En el caso de los militares, el primer movimiento sedicioso se presentó a comienzos del año 1960. Ya había entrado el país en una cadena de turbulencias contra el Estado de derecho. El día 21 de enero el ministro de relaciones interiores, Luis Augusto Dubuc informa al presidente Betancourt que ha sido descubierta una conspiración en la que están involucrados militares retirados y civiles perezjimenistas, apoyados por el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo. El objetivo de los cabecillas era provocar una guerra civil en nuestro país, que sirviera de excusa para dar fin al gobierno de Miraflores. El complot fue develado a tiempo y aprovechó Betancourt para dar un discurso a la nación en el que denunció la persistente campaña de incitación a las Fuerzas Armadas en procura de que éstas se levantaran en armas contra el gobierno y lo derrocaran. Terminó Betancourt afirmando que “Los enemigos de la paz pública y de la felicidad nacional serán reducidos a la más cabal impotencia”.

La segunda asonada militar contra el gobierno ocurrió el 20 de abril de ese mismo año 1960. Tenía apenas catorce meses Betancourt en la presidencia cuando se vio enfrentado otra vez al peligro de un golpe militar. El cabecilla del hecho fue el general Jesús María Castro León, un militar que había sido expulsado del país meses atrás por haber incitado a la rebelión militar y haber proferido injurias al gobierno. Esa vez, sus propios compañeros del Comando de las Fuerzas Armadas fueron los que pidieron el pase a retiro de Castro León. Se refugió en Colombia y desde allí entró al país para sublevar la guarnición militar de la ciudad de San Cristóbal, cuyo comandante ya estaba comprometido en el plan. Utilizó las emisoras regionales para convocar a otros asentamientos militares a unirse al movimiento. Pero no consiguió adhesión de ningún otro. Luego de 24 horas de espera, la guarnición del Táchira se volvió contra el militar sublevado, quien no tuvo otra opción que huir a la montaña en procura de salir para Colombia. En el camino fue apresado por unos campesinos, que lo entregaron a las autoridades.

Para añadir otro ingrediente al ya crispado ambiente nacional, otro acontecimiento por demás violento vino a estremecer Caracas y resto del país, pocas semanas después de la primera insurrección militar. El 24 de junio del mismo año 1960, día del Ejército, un artefacto explosivo colocado en un vehículo estacionado en el Paseo los Próceres estalló en el preciso momento cuando pasaba a su lado la caravana presidencial que trasladaba a Betancourt a presidir el desfile militar. La onda expansiva alcanzó varios vehículos, principalmente el del presidente. Allí murió al instante el coronel Ramón Armas Pérez, Jefe de la Casa Militar, mientras que Betancourt sufrió heridas de consideración en sus manos, oídos y rostro. Las investigaciones permitieron descubrir que el autor intelectual del atentado había sido el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, y sus operadores directos fueron Johnny Abbes García, Jefe de Seguridad de Trujillo y un militar venezolano de nombre Eduardo Morales Luengo, oficial de la Armada nacional. También participaron en el intento magnicida “un grupo sórdido de venezolanos obscuros y sin nombre, que fueron apresados pocos días después” (Rómulo Betancourt).

La tercera asonada militar se produjo el 20 de febrero de 1961, cuando el coronel Edito Ramírez, director de la Escuela Superior de Guerra, junto con otros oficiales activos, intentaron tomar a la fuerza la Escuela Militar y establecer allí su base de operaciones. Según los planes, luego de tomada la escuela se procedería a contactar otros cuarteles y guarniciones y convocarlos a sumarse a la asonada. Sin embargo, nada lograron los conspiradores. La intentona fracasó y los comprometidos y sospechosos fueron puestos en prisión.

El cuarto intento de golpe de estado tuvo lugar el 26 de junio del año 1961, en Barcelona, estado Anzoátegui. Esta vez oficiales del regimiento acantonado en el cuartel Pedro María Freites junto al Batallón de Fusileros Mariño de esta ciudad del oriente venezolano, dirigidos por el mayor Luis Alberto Vivas Ramírez, anunciaron al país que se insurreccionaban para derrocar a Betancourt. Acompañaron la insurrección los capitanes Tesalio Murillo Fierro (comandante del Batallón Cedeño), Rubén Massó Perdomo y J. R. Olaizola, además de los tenientes José G. Martínez y Enrique Olaizola Rodríguez. El evento pasó a llamarse El Barcelonazo. En esta conspiración estuvieron comprometidos, además del componente militar, algunos militantes de URD, enemigos a ultranza de AD, para los cuales resultaba inconcebible que su partido se hubiese aliado con el gobierno y compartiera responsabilidades administrativas con éste. En el complot fallecieron unas veinticinco personas, la mayoría civiles, producto de la balacera intercambiada entre rebeldes y leales. A mediados del mismo día ya había sido controlada la insurrección. Los comprometidos fueron capturados y luego enviados a la cárcel donde pagaron por la fechoría cometida.

En orden cronológico la siguiente asonada, la quinta, recibió el nombre de “Guairazo”. Se trató de una confusa acción cívico-militar en la que participaron decenas de jóvenes estudiantes comunistas dirigidos por José Antonio Urbina (caraquita), Teodoro Petkoff y Pedro Duno. Se esperaba que una guarnición de la Guaira dirigida por un militar de nombre Víctor Hugo Morales se insurreccionara y entregara armas a los estudiantes. Lo cierto fue que el militar se arrepintió a última hora y los estudiantes al presentarse a la guarnición fueron apresados.

La sexta asonada se produjo en el puerto oriental de Carúpano, el día 4 de mayo de 1962. Esta vez actuaron de consuno los integrantes del Batallón de Infantería de Marina Nro 3, comandados por el capitán de corbeta Jesús Teodoro Molina con grupos guerrilleros organizados en la región por el Partido Comunista y el MIR. Los cabecillas del “Carupanazo” fueron el capitán de corbeta Jesús Teodoro Molina y los militantes marxistas Guillermo García Ponce, Eloy Torres y Simón Sáez Mérida. Se integraron ambos factores en lo que llamaron “Movimiento de recuperación Democrática” bajo la promesa de derrocar el gobierno y restablecer las libertades democráticas. No pasó de un intento frustrado el tal “Carupanazo”. Los alzados fueron capturados y enviados a la cárcel.

Un mes después se produjo la séptima insurrección militar. Esta vez la plaza escogida fue Puerto Cabello y el día fue el 2 de junio del año 1962. Recibió por nombre el “Porteñazo”. Se insurreccionaron esa vez oficiales de la base Naval Agustín Armario, del batallón de infantería de marina General Rafael Urdaneta y del Fortín Solano, conjuntamente con un grupo de civiles, la mayoría estudiantes. Los alzados se atrincheraron en varios sectores de la ciudad portuaria y desde allí se enfrentaron a las fuerzas leales al gobierno. Los jefes del movimiento fueron el capitán de navío Manuel Ponte Rodríguez, el capitán de fragata Pedro Medina Silva y el capitán de corbeta Víctor Hugo Morales. También estuvieron involucrados los dirigentes políticos de izquierda, Germán Lairet, Gastón Carvallo, Manuel Quijada. El Porteñazo fue la más peligrosa conspiración que tuvo que enfrentar el gobierno de Betancourt. Se luchó durante 24 horas y por ello murieron unas 400 personas, además de 700 heridos, de ambos bandos. Al día siguiente, la insurrección ya estaba derrotada. Fue un duro golpe para los conspiradores de uno y otro bando. Más adelante diría sobre este evento, Guillermo García Ponce, miembro del Comité Central del Partido Comunista de Venezuela: “La derrota de Puerto Cabello fue tremenda para el movimiento revolucionario. Después de Puerto Cabello la revolución quedó derrotada”. Sin embargo, no fue tanto así, pues faltando pocos meses para el final del mandato de Betancourt, los grupos de aventureros guerrilleros, émulos de Fidel y el Che, en un intento por darle consistencia a sus acciones, organizaron, primero, lo que recibió el pomposo mote de Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), y, segundo, el Frente de Liberación Nacional (FLN). Continuaron enguerrillados pero ya sin ninguna posibilidad de triunfo.

Después de este fracaso se produjo dentro del componente militar una reacción adversa a insistir en intentonas golpistas en alianza con aventureros de la guerrilla marxista. La alta oficialidad militar se dio cuenta que, de salir estos victoriosos e instaurar en Venezuela un gobierno similar al de Cuba, las Fuerzas Armadas Venezolanas serían disueltas y sustituidas por un ejército compuesto de guerrilleros. Sería su fin definitivo. Ante tal riesgo, se desmarcaron de tal alianza. Y con este cruento acontecimiento y la derrota de los insurrectos “se cierra, por los próximos treinta años, un ciclo de intranquilidad militar que había comenzado en 1945: el presidente vencedor (Betancourt) parecía haber devuelto al corral el toro que él mismo había soltado en 1945” (Manuel Caballero. 2004).

Pero la verdad histórica es que la tranquilidad del componente militar no duró tanto tiempo, como afirma Caballero. La tregua dada por los golpistas a la democracia fue por pocos años.

Menos de una década tardó el reposo dado por los insurrectos verde oliva a sus acciones golpistas contra los gobiernos de los hombres de los partidos políticos. Los oscuros tejemanejes levantiscos los reiniciaron bien pronto. “Y ya para 1973 la incipiente democracia, nacida a punta de golpes, había llegado su fin, decretada otra vez por los militares” (Thays Peñalver. 2016; 60).

En esa temprana década, comprendida entre el 73 y el 83, los conspiradores del partido militar se organizaron y juraron acabar con la república democrática venezolana emergida en 1959. No había ninguna crisis política ni económica esos tiempos del 73. Se notaba más bien prosperidad socioeconómica en nuestro país. Pero esto era lo de menos en las consideraciones de los militares conspiradores. Lo que ellos no podían soportar era que les hubiesen arrebatado el control de la administración de la renta petrolera y que los hubiesen sacado de Miraflores. Y allí estaba, en la Academia Militar, adiestrándose en las artes del golpismo, a punto de culminar sus estudios institucionales, el cadete Hugo Chávez Frías. Será el candidato formado por la corporación militar para acabar con la republica liberal democrática venezolana.

Este candidato, siguiendo el libreto golpista aprendido en sus años de estudio, conformó, en octubre de 1977, a poco de salir de la Academia con el grado de subteniente y con apenas 23 años de edad, el Ejército de Liberación del Pueblo Venezolano. Lo hizo “con tres soldados y dos muchachos más que eran sargentos, (Agustín Blanco Muñoz. 1998; Pag. 57). Luego, en diciembre de 1982, el mismo personaje, organiza junto a otros capitanes, el Ejército Bolivariano Revolucionario 200. Y diez años después, en febrero de 1992, el mero hombre se lanza con su trastada sediciosa contra el presidente Carlos Andrés Pérez. Fracasa, pero no se da por vencido. En noviembre de este mismo año insiste con otra revuelta militar. Y vuelve a fracasar. Pero no hemos de sorprendernos. Estaba cumpliendo él así con su misión, que no era derrocar un presidente en particular, sino destruir el sistema

republicano liberal democrático venezolano. Tal destrucción la iniciará el susodicho el año 1999 cuando, después de ganar las elecciones realizadas el mes de diciembre anterior, se siente en la silla presidencial de Miraflores. Logró su cometido: destruyó la República. Y también el país completo. Tierra arrasada fue su grito de guerra.

(FIN)

Sigfrido Lanz Delgado
siglanz53@yahoo.es
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@Sigfrid65073577
Venezuela

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