miércoles, 19 de diciembre de 2018

ROMÁN IBARRA, FELIZ NAVIDAD 2018


La celebración de las fechas navideñas ha sido una tradición que varía según el país de que se trate,  de acuerdo con su particular estilo de vida, cultura, y mayor, o menor religiosidad.

Es cierto también que en la época contemporánea, signos importantes de influencia comercial se han apoderado de las celebraciones, e impregnan las mismas según la capacidad económica de las familias en general, y de esa manera se veía en cualquier rincón de nuestro país algún símbolo (austero, o exagerado) en cuanto al uso de adornos, arbolitos y pesebres; fiestas para compartir alegrías, y la comida típica de nuestras navidades con la expresividad característica, y única de los venezolanos.

Pero haciendo abstracción del hecho puramente económico, hay que advertir que en el caso venezolano, desde el más encumbrado ciudadano, hasta el más humilde, siempre tuvimos ocasión de acercarnos a la navidad con espíritu festivo; amoroso, y de concordia entre semejantes. Era el tiempo del reencuentro familiar, y la celebración en casa para compartir alegrías, las hallacas de la abuela, la madre, o la esposa en sana y fraternal competencia.

Era el tiempo de compartirlo todo, y del perdón; era la invocación del espíritu cristiano para renovar la fe en quienes somos creyentes, y tiempo también de concordia general para los no creyentes. Tiempo para la meditación, y la renovación de los mejores propósitos (no siempre cumplidos a cabalidad), pero hechos desde el corazón como lugar sagrado en donde nace lo mejor del sentimiento de todos los seres humanos.

Era inmensa la felicidad de compartir y reencontrarse con familiares y amigos a quienes, por la distancia de sus lugares de habitación, o trabajo, no se les veía a lo largo del año, pero recompensados por la explosión de emociones y sentimientos en la seguridad de que confundidos en un abrazo sincero todo lo malo se desaparecía como una obra divina que aseguraba la continuación afectiva en el tiempo.

Muy gratos recuerdos de las misas de aguinaldo en nuestra adolescencia que durante varios días anunciaban la llegada, el nacimiento de nuestro señor Jesucristo, que todos los muchachos, y también los adultos celebrábamos con absoluta fraternidad en cada ciudad, o pueblo de nuestro país. La emoción por los estrenos de la ropa, y zapatos, pero sobre todo, la redacción cuando niños de la carta al niño Jesús para pedir los regalos y juguetes de nuestros más íntimos deseos. Tiempos maravillosos.

Hoy ya no es lo mismo; hoy nuestra gente es un amasijo de pobreza, resentimiento, y desesperanza. Llenos de odio por el engaño vil, y la utilización abusiva de la fe y la paciencia de los ciudadanos por parte de un gobierno insensible, que a lo largo de 20 años ha sido incapaz de redimir a una sociedad que –en mala hora- confió en su palabra. Tiempo de inseguridad; violencia; pérdida de valores republicanos; impunidad; corrupción, e hiperinflación desatada y sin control.

Hoy los venezolanos somos la cara desfigurada de un país secuestrado y colonizado por el mal. Antes fuimos una sociedad desigual, pero sin odios; convivíamos en un país que aun con problemas sociales, económicos, y políticos (incomparables con el cáncer de hoy), ofrecía oportunidades de acceso a una buena educación hasta el nivel universitario para todo aquel dispuesto a formarse. Con una economía solvente, y paz social.
Hoy somos un rostro feo, y desagradable. El comunismo militarista, ladrón y cobarde de Chávez-Maduro nos convirtió en una de las sociedades más pobres, tristes, y desesperadas del mundo. No es fácil, pero renuevo mi fe e imploro a Dios por el reencuentro de los venezolanos. ¡Feliz navidad!

Román Ibarra
@romanibarra

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