domingo, 3 de marzo de 2019

PEDRO ELÍAS HERNÁNDEZ, LA BLITZKRIEG DEL “SÍ O SÍ” O LUCHA DE POSICIONES


La dinámica de los eventos en este momento puede devenir en una combinación peligrosa de factores y elementos que lo hagan semejantes a experiencias poco exitosas vividas por la oposición  en el pasado como consecuencia del reciente fracaso del método “sí o sí”. Hablamos del “carmonazo”, la exposición de los militares activos en la Plaza Altamira y el paro petrolero.

Estas tres circunstancias, ocurridas por separado de impacto negativo cada una, se estarían copiando en este momento de forma simultánea, con el riesgo de copiar también sus resultados de no cambiarse la estrategia de blitzkrieg, o guerra relámpago, que los hechos indican agotada. Juramentas un nuevo presidente, pero esta vez sin pisar Miraflores; ya no tienes el control sobre PDVSA para  una paralización de la industria, pero activas un embargo petrolero externo que puede generar resultados inversos a los deseados; intentaste pronunciamientos de funcionarios militares desarmados dentro del país en una plaza pública exponiéndolos inútilmente y ahora haces algo similar pero allende la frontera.

La gran diferencia ahora respecto a los sucedido más de 15 años antes, es el amplio respaldo internacional con el que cuenta la oposición que controla la A.N, el cual  pudo haberse debilitado y fragmentado si se continuaba asomando de manera insensata la posibilidad de una intervención militar extranjera como forma de resolver el conflicto venezolano. Las posiciones de la Unión Europa, el grupo de Lima y de los propios EE.UU sobre el uso de la fuerza en nuestro país, han puesto las cosas en su lugar.

Hay que jugar con las dos cartas más poderosas que se tienen disponible: el respaldo del mundo democrático occidental, pero sobre todo el apoyo popular interno. Estos dos factores, administrándolos correctamente, en el contexto de otra estrategia de mayor aliento, deben dar paso a una negociación que permita pactar unas elecciones libres o algún tipo de consulta popular vía referéndum consultivo, con nuevas autoridades electorales que generen confianza en un plazo razonable para visualizar una solución en el horizonte. De no usarse debidamente estos dos inmensos aliados, los mismos se pueden desdibujar y debilitar.  Hay que tener en cuenta que la tarea de la conducción política no es sumarse a las corrientes de opinión dominantes, sino influir sobre ellas. De esta forma se pueden manejar mejor las expectativas que se cifran las personas y disipar espejismos. El liderazgo no está para complacer emociones, sino para que éstas le impriman energía vital en la dirección correcta a la causa a la cual sirven.

Existen varios indicios que hacen suponer que si la crisis política venezolana no tiene un desenlace rápido, se irá imponiendo inexorablemente algo  que se conoce como la realpolitik. El gobernador del estado de Roraima en Brasil, dirigente del Partido PSL de Jair Bolsonaro, se reúne con Ministros de Nicolás Maduro para resolver el asunto de la frontera sur venezolana; una comisión científica de juristas internacionales altamente calificada del Bundestag alemán emite un informe que cuestiona el reconocimiento  de Alemania a un jefe de Estado de forma calificada como injerencista y que no tiene control sobre su territorio nacional; la UE no reconoce a los diplomáticos designados por Guaidó como embajadores, sino sólo como sus representantes personales; se evidencia, de forma aun no expresa sino solapada, una merma del respaldo de los partidos políticos de oposición representados en la A.N a Guaidó y una tendencia al desencanto popular impulsada por la impaciencia inmediatista. Esta lucha contra el proyecto autoritario en Venezuela se inscribe dentro de lo que se conoce en la literatura sobre el tema  como guerra de posiciones y no de movimientos ni de maniobras temerarias. Se trata de una lucha de acumulación de fuerzas en el tiempo, preservando los espacios conquistados previamente y avanzando paso a paso para ganar más terreno. Se suele olvidar que el control del poder legislativo venezolano fue una posición ganada electoralmente en 2015 por la oposición. Encarar esta realidad estratégica y táctica cara a cara con la audiencia que clama un cambio político en el país es fundamental a objeto de administrar las energías en una carrera que demanda fondo. De no hacerlo, se corre riesgo de regresar al castigo que describe el mito griego de Sísifo.

Existen también otros elementos a tomar en cuenta en este difícil juego político venezolano. Si bien el mundo democrático occidental está en bloque a favor de la causa por la libertad en Venezuela y en contra de Nicolás Maduro, sin embargo no hay que desestimar los apoyos internacionales que tiene el oficialismo y que durante muchos años fueron tejidos precisamente por Maduro como Canciller de Chávez. Por primera vez en la  historia de los últimos 200 años, la supremacía económica del mundo occidental no es avasallante. Según datos del Banco Mundial, el PIB planetario, en virtud del fenómeno de la globalización económica, está repartido en partes casi idénticas entre las democracias de occidente y los regímenes considerados como “iliberales” de Europa oriental, Euro-Asia y Asia, es decir sistemas políticos caracterizados por la ausencia de separación de los poderes públicos, concentración del mando en líderes fuertes, autoritarismo y opacidad institucional. China, Rusia, Turquía. Irán, Vietnam y otras tantas naciones con signo político similar tienen en conjunto economías poderosas, con enorme peso en las transacciones comerciales globales y poseedoras de recursos naturales energéticos sumamente estratégicos (por ejemplo, Europa depende del gas ruso para calentarse en invierno). Son además regímenes que no se pueden considerar de izquierda o socialistas, sino más bien de derecha conservadora y en el caso de los chinos y los vietnamitas, hace tiempo que dejaron de ser comunista. Este no es un dato despreciable y le otorga al alineamiento de fuerzas internacionales en torno al conflicto venezolano una mayor complejidad. Tal cosa le permite un abanico de opciones alternativas al gobierno de Nicolás Maduro que le pueden hacer resistir más tiempo al frente del poder de lo inicialmente previsto por la cátedra política.

Sin embargo, durante su presidencia, Maduro, no ha podido construir a su alrededor, como sí lo supo y pudo hacer Hugo Chávez en su momento, una hegemonía en los términos en que ésta es definida por el marxista Antonio Gramsci. Nos referimos a los mínimos consensos de opinión y de ideas que le doten de un relato poderoso con el cual se identifique una porción lo suficientemente significativa de  la población que le sirva como fuente de legitimidad. La revolución bolivariana perdió su encanto y sólo le queda el control social y la coacción que supone el ejercicio de todo poder.

 Los gobiernos por más autoritarios y opresivos que sean requieren establecer un acuerdo general y tácito con la población según el cual las personas reciben o tienen una razonable expectativa de recibir algo de estabilidad y de bienestar para sus vidas, a cambio de las restricciones a su libertad que se ven obligadas a conceder. En Venezuela hay un régimen que intenta calificar para alinearse junto a ese grupo de naciones llamadas “iliberales”, pero  ese acuerdo general, tácito e imprescindible no existe o está seriamente quebrantado. La política económica estatista ha minado tremendamente la viabilidad del poder chavista. No obstante el socialismo tiende a cambiar de piel y metamorfosearse hacia formas menos socialistas para no colapsar. Tal vez los aliados chinos y rusos ya lo hayan sugerido para continuar dando apoyo.

Pedro Elías Hernández
@pedroeliashb

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