miércoles, 24 de abril de 2019

ALFREDO M. CEPERO, SIN GUERRA SE PIERDE VENEZUELA

"Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: un tiempo para nacer y un tiempo para morir; un tiempo para callar y un tiempo para hablar; un tiempo para la paz y un tiempo para la guerra". Eclesiastés 3 Nueva Versión Internacional (NVI).

Esta cita del Eclesiastés resume en gran medida la experiencia del pueblo venezolano en los últimos 20 años. El 6 de diciembre de 1998, un carismático Hugo Chávez ganó las elecciones presidenciales con el 56,20 por ciento de los votos, superando ampliamente a su contrincante más cercano: Henrique Salas Römer con 39,97 por ciento. Nacía una esperanza de justicia y de libertad para las grandes mayorías de un pueblo cansado del engaño y la corrupción de los partidos tradicionales.

Pero el nuevo Mesías ganó la partida con cartas marcadas que le fueron proporcionadas por una tiranía foránea. La corrupción del chavismo fue una copia al carbón de la corrupción del castrismo. Y cuando el pueblo trató de hablar en subsiguientes elecciones fue no sólo burlado en las urnas sino reprimido con la violencia brutal de los totalitarismos. Muy pronto, la represión del chavismo aplicaba la misma fórmula de la represión del castrismo donde el pueblo tenía la razón pero el gobierno tenía las armas y las utilizaba en forma indiscriminada. En muy poco tiempo, había nacido y muerto una esperanza que los hechos han demostrado que sólo podrá ser resucitada con las balas.

De ahí que, en estos momentos, la oposición venezolana confronte una disyuntiva ineludible entre la esclavitud y la libertad. La esclavitud de la intervención militar castrista y la libertad a través de una intervención armada internacional. En ambas están presentes las armas y las balas. El tiempo apremia porque las esperas benefician a los dictadores. Tampoco es la hora de falsos resabios de soberanía. La soberanía venezolana ya está comprometida y tiene que ser arrancada por la fuerza de las garras de sus usurpadores castristas. Eso es lo que haría una fuerza militar interamericana. Aquellos que, como Capriles, insisten en fracasados diálogos electorales son unos traidores a Venezuela y unos apóstatas de la libertad de América.

Al mismo tiempo, quienes trabajamos por esa libertad sabemos que, en estos instantes, ella pasa por Venezuela. Lo que ocurra en Caracas será determinante en Managua y en La Habana. Por eso no podemos andarnos con rodeos, con hipocresías, ni con falsos escrúpulos. La llave para esa puerta hacia la libertad en América se encuentra en Washington y la tiene en su mano Donald Trump. Este es un hombre que piensa siempre en grande y se propone nada menos que hacer realidad un continente donde, por primera vez desde su independencia, sea erradicada en su totalidad la mala hierba de las tiranías.

Por otra parte, las condiciones están dadas para la aplicación del Tratado Interamericano de Asistencia de Recíproca (TIAR) firmado el 2 de septiembre de 1947 en Río de Janeiro. Según el artículo 3.1 en caso de (...) "un ataque armado por cualquier Estado contra un País Americano, será considerado como un ataque contra todos los Países Americanos, y en consecuencia, cada una de las Partes Contratantes se compromete a ayudar a hacer frente al ataque en ejercicio del derecho inmanente de legítima defensa individual o colectiva que reconoce el Artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas". La presencia de tropas rusas, efectivos militares iraníes y terroristas de Hezbollah activos actualmente en territorio venezolano constituye una invasión armada contra esa nación por potencias extra continentales y justifica la aplicación del TIAR.

Existe asimismo otro acuerdo interamericano que condena al ostracismo a la tiranía venezolana. Se trata de la Carta Democrática Interamericana, aprobada el 11 de septiembre de 2001, en sesión especial de la Asamblea de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Lima, Perú. La misma proclama que la ruptura del orden democrático o su alteración, que afecte gravemente el orden democrático en un país miembro, constituye "un obstáculo insuperable" para la participación de su gobierno en las diversas instancias de la OEA. Dicha carta ha sido invocada en dos ocasiones (junio de 2016 con respecto a Venezuela y enero de 2019 con respecto a Nicaragua) por el actual Secretario General de la OEA, Luís Almagro.

Ahora bien, los argumentos que acabo de presentar a favor de una solución internacional al conflicto venezolano son rechazados por quienes ven detrás de ella la mano del "Imperialismo Yanqui", una diatriba propagada por tiranías resentidas y fracasadas como la de La Habana y sus apandillados en el mundo. La realidad es que los Estados Unidos liberaron a Europa y a Asia del fascismo y del nazismo sin apoderarse de un metro de terreno. De hecho, reconstruyeron las economías de sus antiguos enemigos.

Al final de la Segunda Guerra mundial, en 1945, Japón fue ocupado por las fuerzas aliadas, lideradas por el general norteamericano Douglas McArthur. Seis años más tarde, el 8 de septiembre de 1951, finalizó la ocupación aliada, con lo que Japón se convirtió nuevamente en un estado independiente, competidor comercial de los Estados Unidos y poseedor de la tercera economía mundial.

Lo mismo hicieron los Estados Unidos en Europa por medio del Plan Marshall. Los norteamericanos dedicaron 13 mil millones de dólares para la reconstrucción de los países que quedaron devastados por la pesadilla desatada por Adolfo Hitler. Como contraste, las naciones que quedaron bajo el control de la Unión Soviética sufrieron opresión política y permanecieron en la más abyecta miseria. Moraleja, mientras el "imperialismo comunista" destruye y explota naciones prósperas, el "imperialismo yanqui" reconstruye naciones destruidas. Quienes nieguen esta realidad o crean la patraña diseminada por los comunistas son unos ignorantes o unos fanáticos.

Afortunadamente, el alineamiento de los astros en el firmamento político nos da motivos para el optimismo. Por primera vez en más de medio siglo hay un presidente en Washington dispuesto a pasar de la retórica a la acción en defensa de la libertad en el continente. Los tratados y acuerdos interamericanos tienen ahora dientes de inminentes acciones militares y los tiranos tiemblan en Caracas, en Managua y en La Habana. Vaticino que el desenlace no se hará esperar.

Por su parte, si los venezolanos quieren recuperar la paz de que nos habla el Eclesiastés y la libertad ganada por Bolívar a plomo y sable les llegó el momento de la guerra venga de donde venga. No hay otra vuelta. Porque, sin guerra, se pierde Venezuela.

Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
@AlfredoCepero

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