domingo, 14 de julio de 2019

AMÉRICO MARTÍN: LA TAREA DEL INDIO.

La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enloquece, que con razón me quejo de vuestra fermosura Don Quijote de la Mancha 

En mi libro La Violencia en Colombia escribí: “Soy político. Dicho en alta voz cuando siguen las expresiones de la anti política. Considero, con Ortega y Gasset, que la mala prensa de este trascendental oficio proviene de su sana propensión –no siempre comprendida­– a negociar con los adversarios. Los dictadores imponen y hacen reinar su sola voluntad. Semejante perversión es tenida cual prenda de consecuencia principista” (A.M. Ed Los libros de El Nacional, 2010)

En la dura confrontación electoral de 1983 los venezolanos exhibieron su endurecido músculo institucional. El índice de abstención fue de los más bajos del mundo y de nuevo el partido de gobierno entregó pacífica y solemnemente el mando a su victorioso adversario. Estabilizada la alternancia, la democracia se engalanó institucionalmente.

Una plural visión analítica de esas elecciones fue publicada por Ramón Velásquez, a quien personalmente llamé el Denis Diderot venezolano, por su fecundidad enciclopédica. La obra ¿1984: A dónde va Venezuela? fue editada por Planeta S.A. 38 analistas vertimos nuestros ensayos, en tributo al pluralismo, entonces infinitamente más respetado que en estos tiempos.

Vale cotejar las rutas de Colombia y Venezuela. No obstante haber vivido historias similares y padecido tormentosas guerras civiles, golpes y atentados, la institución electoral y el diálogo, han sido más continuos y respetados en el fraterno país vecino que en el nuestro.

Resaltaré un comentario de mi viejo amigo, Pedro Pablo Aguilar, colaborador también en la mencionada obra. Lo conocí en 1957 en la cárcel del Obispo, presos ambos de la dictadura perezjimenista.

Me sentí un tanto frustrado por el poco espacio que le daban los medios a nuestro evento electoral.
Marcial Pérez Chiriboga, copartidario de Aguilar y curtido embajador, le salió al paso:

Que los venezolanos tuviesen elecciones no era noticia. Noticia sería una elección democrática en Chile de Pinochet, en Cuba o en Polonia de Jaruzelski. Las nuestras merecieron el tratamiento noticioso de lo normal.

Los líderes colombianos valoraron el diálogo aun en condiciones muy complejas. Marulanda sentía que podía llegar al poder a la manera de Castro o los hermanos Ortega. Razón no le faltaba. Tenía decenas de miles de faristas súper armados y un masivo financiamiento emanado de secuestros y narcotráfico. Mantenía la iniciativa y la sorpresa. La negociación solo era un medio de abastecimiento.

El Plan Patriota dictó el declive. La demoledora Operación Jaque, ordenada por el Presidente Uribe, fue el principio del fin. Muerto Marulanda, Alfonso Cano (Guillermo León Sáenz) promovió el viraje desde la ahora insostenible guerra de posiciones al “pica y juye” de pequeños grupos en constante movilidad y sin asidero territorial. Atomizada en una miríada de fragmentos, las FARC se limitarían a sobrevivir. La próxima negociación será para regresar a la legalidad. Santos lo entendió a medias.

Que lo inconmovible en tal desbarajuste fueran el diálogo y las elecciones salvó a Colombia. En cambio, las décadas de régimen chavo-madurista endurecieron callosidades abstencionistas. Al reintroducir el diálogo y, en línea con el mundo, postular elecciones libres y supervisadas, Guaidó y la AN despiertan a pulso nuevas esperanzas

Fórmulas como éstas suponen el predominio de la inteligencia, aunque consolidarlas sea la tarea del indio. Que, anunciadas las negociaciones entre Trump y el primitivo dictador Kim Jon Un, descalifiquen a Guaidó alegando que “con tiranos no se negocia” deja entrever lo que puede esperarse de un eventual reinado de la sinrazón.

Américo Martín
@AmericoMartin

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