jueves, 19 de noviembre de 2015

SAÚL GODOY GÓMEZ, DESTRUIR LA RACIONALIDAD

Es como vivir un sueño absurdo, una pesadilla sin sentido de esas en las que, cuando hablas, dices lo contrario de lo que querías expresar, donde todos los nombres de las cosas están cambiados y la gente hace lo opuesto de lo que verdaderamente intenta.

El gobierno de Chávez ya venía practicando esa ruptura con la racionalidad, su insistencia en que la suya era una revolución pacífica, pero armada, que todo lo que hacía, incluyendo dejar morir de mengua a un agricultor como Franklin Brito, por amor, que su gobierno era humanista pero hostigaba a las universidades y asesinaba estudiantes, la verdad en la calle era muy distinta a su prédica.
La historia está llena de estas situaciones que sólo son estrategias de los gobiernos totalitarios para dominar a sus poblaciones, desestabilizando su proceso racional de pensamiento para crear cortocircuitos, confusión e imposibilitar la comunicación, dejar al colectivo en indefensión ante las acciones violentas y las mentiras del régimen; es parte de lo que se conoce como guerra psicológica, sumir al enemigo en caos mental, de modo que no tenga defensa contra lo que se dice y hace.
Pero en el caso de los chavistas hay una particular característica que los hace ser mucho más abominables, y es la ignorancia, esa gente es tan lerda y obtusa, que sólo en el mal uso del lenguaje (no saben expresarse correctamente) ya rompen con el orden lógico de las construcciones gramaticales, la pronunciación y el significado de las palabras y solo esto genera una cantidad de “ruido” en las comunicaciones que es casi imposible entenderse con ellos.
Chávez actuaba destruyendo la propiedad privada, atacando a la familia como unidad básica de la cohesión social, a la iglesia como institución fundamental, a las empresas como motores productivos, y al comercio como forma de intercambio de bienes, siempre con la Constitución en la mano, diciéndonos en sus cadenas infinitas que las invasiones, los cierres de empresas, los robos de haciendas, eso era lo que decía la ley, cuando la verdad era todo lo contrario.
Negaba la existencia de los presos políticos, de la censura impuesta a los medios de comunicación, decía que en el país había libertad absoluta de expresión, “exceso de libertades”, llegó afirmar en una ocasión, mientras todo el aparato estatal se dedicaba a encarcelar disidentes, nacionalizar empresas, perseguir periodistas, aprobar leyes restrictivas de la libertad.
Mientras desplegaba un gran boato en actos patrióticos, aprovechando las fechas históricas, realizando grandes desfiles militares, con discursos donde se destacaba la gesta heroica de nuestros libertadores, la escuela militar y los cuarteles se convertían en centro de ideologización cubana, para inducir el comunismo en las mentes de nuestros soldados y preparar la entrega del país al enemigo extranjero, nuestros arsenales eran distribuidos entre la guerrilla, el hampa, la ilegal milicia y los colectivos violentos.
La libertad de la información y la libre expresión fueron objetivos estratégicos de guerra para el régimen chavista, prohibieron el acceso de periodistas a las instituciones públicas, les negaron acceso a los actos  de gobierno, impusieron un black out de información sobre la gestión ordinaria de las dependencias de la administración pública.
Los medios y periodistas que continuamente objetaban al gobierno y la realidad que quería imponer, fueron perseguidos, agredidos y atacados en su ejercicio profesional, no se podía permitir que el Presidente dijera que era de día y los medios replicaran que era de noche, que Chávez remachara, una y otra vez, que éramos la economía más pujante del hemisferio, con oportunidad a convertirnos en potencia mundial, y que los medios reflejaran cómo habíamos retrocedido en productividad y calidad de vida.
El gobierno chavista se ha definido por su irresponsabilidad ante las fallas de su propia gestión, principalmente por la falta de inversión en las estructuras básicas de servicio del país, vialidad, agua, luz, viviendas, agricultura y por la gran ineficiencia en la administración del estado.
Como es usual en los gobiernos comunistas, la culpa siempre se endosa a otros; en el caso del suministro de la luz eléctrica, es notable como la propaganda, por demás absurda, ha querido tapar las interrupciones del servicio eléctrico con excusas tan insólitas que daban ganas de reír, cuando no dan grima, como es el caso del actual encargado de Corpoelec, la empresa del estado que suministra energía eléctrica, un tal general Mota, quien se ha dado a la única tarea de contabilizar y tomarle fotos, a humildes habitantes de barriadas y pueblos que tratan de conectarse ilegalmente al sistema eléctrico y se electrocutan, no contento con esto, los presenta a la opinión pública como saboteadores y terroristas, igual sucede con la mentada guerra económica, subterfugio que solo creen los más fanáticos adeptos al régimen.
Toda aquella estrategia propagandística sobre un país libre de analfabetismo se les cayó al poco tiempo, porque la realidad contrastaba, de manera rotunda, con la mentira gubernamental; igual sucedió con los “éxitos” de la Misión Barrio Adentro y el nuevo sistema de salud que querían imponer; pasó también con el modelo educativo, con las nuevas universidades, todo, todo lo que hacía el gobierno era mentira, actos de propaganda, que involucraban una puesta en escena costosa, multitudinaria y transmitida diariamente en cadena nacional.
Una cosa era lo que el gobierno decía y presentaba, y otra lo que la gente constataba en la realidad; pero lo peor estaba por ocurrir y fue la manera como se manejó el tema de la salud del presidente, una vez que se conoció, a pesar de la negaciones reiteradas del mismo Chávez, su condición de enfermo terminal.  Esta situación, por demás macabra, se ligó con unas elecciones donde el candidato-presidente insistía públicamente en que jamás se había sentido mejor, engañando descaradamente al pueblo para continuar en el poder.
Su posterior tratamiento y muerte en Cuba fueron objetos de una de las campañas de desinformación más grandes de las que se tenga recuerdo en el hemisferio, porque se negaba una realidad imposible de ocultar, las mentiras taparon los hechos y el pueblo de Venezuela se tuvo que conformar con conjeturas y rumores, ya que era imposible creer la información del gobierno.
Con Maduro, esa práctica de cambiar los términos de la realidad se exacerbó desde el mismo momento en que toma el poder, por medio de un fraude electoral y de una falsificación de sus orígenes e identidad, intensificando la desinformación, y añadiendo el elemento de violencia que caracteriza al resentido, a alguien que aparentemente procede con firmeza y decisión, pero se encuentra inseguro de lo que hace y tiene que amenazar o levantar el puño para dejar constancia de su compromiso.
La sola referencia a la oposición política por parte de representantes del gobierno adquiere ribetes de insultos y amenazas graves, dedican parte importante de su tiempo útil no a gobernar el país, sino a mostrar frente a las cámaras de televisión, los expedientes policiales y de inteligencia política que tratan de probar elusivos magnicidios, golpes de estado prolongados, guerra económica internacional contra el país, intentos de los EEUU por desestabilizar el régimen, conspiraciones nacidas en el seno de la derecha colombiana, arremetidas de CNN y otros desvaríos que justificarían finalmente el empleo de componentes militares para aplacar la indetenible protesta pacífica de los ciudadanos, que solo se presenta en “algunos pocos municipios en manos de la oposición”.
La constante agresión a los estudiantes y las universidades azuzadas por las paranoias gubernamentales y su lenguaje atrabiliario, resultan en estallidos de enfrentamientos asimétricos entre componentes armados y ciudadanía indefensa, de donde resulta una gran cantidad de víctimas; la cobertura de los enfrentamientos, por la prensa y las redes sociales, da cuenta de excesos, torturas, desapariciones, violaciones, detenciones ilegales, y, a medida que la espiral de violencia se acentúa, el gobierno hace un desesperado esfuerzo por negar lo que ocurre, presentándose como víctima y defensor del pueblo, a quien viene gaseando con armas químicas tóxicas desde hace un buen tiempo.
La reacción internacional no se hace esperar y el gobierno chavista tiene que responder a una serie de acusaciones y señalamientos sobre graves violaciones de derechos humanos; su ofensiva diplomática, institucional y de prensa están marcadas por ese lenguaje artificial y por un desmontaje de la realidad, tan descaradamente irracional, que deja en evidencia su intención de ocultar sus crímenes, una estrategia que no tiene límites.
Algunos altos funcionarios empiezan, incluso, a cuestionar conceptos básicos del lenguaje, como el significado e implicaciones de la palabra “tortura”, para enredar los expedientes que se levantan en las instancias internacionales, presentando como evidencias montajes burdos y manipulaciones infantiles de la versión oficial de los hechos.
Dos son los principales enemigos de toda democracia, la mentira y el secreto, ambos afectan la posibilidad de que el ciudadano esté informado de lo que ocurre en su entorno, ambas destruyen las bases de la convivencia y el orden; los chavistas han sido cultores de estas prácticas, ya que sólo pueden gobernar en medio de la incertidumbre y la oscuridad, no en la transparencia; como buenos vampiros del conocimiento, les aterra la claridad.
Lo peor de todo es esa estrategia de hacerse ver como respetuosos defensores de los derechos humanos, como se promociona internacionalmente ante las graves acusaciones en su contra, un parapeto de propaganda que no puede ocultar como diezman a la población con sus fuerzas paramilitares y militares.
No creemos que el país pueda sentarse a conversar de paz con personas que no sólo tiene sus manos manchadas de sangre de jóvenes venezolanos, sino que, actuando de manera esquizoide, niegan la realidad y le confieren significados distintos a las palabras que utilizan; nadie puede conversar y mucho menos llegar a acuerdos con una persona que sufre de severos trastornos bipolares, mucho menos, pedirle a un tercero que medie en una discusión con un criminal, que acaba de cometer una masacre y quiere castigar a los testigos de sus actos violentos.
Los términos de partida para cualquier conversación con la oposición política en Venezuela están todos viciados; no puede haber paz desde la imposición de la guerra, al menos que lo que se quiera sea la rendición incondicional de todo un pueblo que clama por justicia y libertad. Si es así, se debería empezar por llamar las cosas por su nombre. -
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul

Miranda - Venezuela

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