La noticia no pudo ser peor para los demócratas
europeos. El partido de Recep Tayyip Erdogan, Justicia y Desarrollo (AKP) ganó
las elecciones en Turquía (1-N) obteniendo la mayoría absoluta perdida hace
cinco meses. Así Erdogan ha sido investido como autócrata de una nación que no
hace mucho tiempo parecía enrumbarse en dirección democrática. Pero el problema
no es solo ese.
El problema es que Erdogan necesita esa
mayoría –la que no solo consiguió con argumentos sino mediante el uso de la
represión medial y una nueva y feroz guerra a los kurdos- para dar curso a una
Constitución destinada a poner en forma una república islámica, echando por la
borda el proceso de secularización impulsado en Turquía desde los tiempos del
“padre de la patria”: Atatürk. Por el momento solo faltan algunos escaños. Pero
seguirá insistiendo por otros medios. Es lo más seguro.
RECEP
TAYYIP ERDOGAN
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Una gran cantidad de comentaristas europeos
intenta minimizar el triunfo de Erdogan aduciendo que el interés de Turquía por
ingresar a la EU no le permitirá acentuar el carácter teocrático del Estado. Pero
¿se han preguntado si el interés de Erdogan por ingresar a la EU sigue siendo
tan grande como antes? ¿No han advertido como el gobierno turco juega con la
posibiidad de no ser más cola de ratón en Europa sino cabeza de león en el
mundo islámico?
La islamización del poder político bajo
formato sunita permitirá a Erdogan convertirse en estrecho interlocutor de
Arabia Saudita. Y si la guerra en contra del pueblo kurdo continúa, podría
incluso establecer contactos con ISIS (si es que no los tiene ya). Como sea, el
hecho objetivo es que Erdogan ha retomado el hilo justo en el punto en que le
fue quitado a Morsi en Egipto. Pero la diferencia es grande. Mientras el
ejército no era fiel a Morsi y a sus cofradías, sí lo es con respecto a
Erdogan.
Europa no tendrá más alternativa que aceptar
a Turquía como ha llegado a ser: un poder político-confesional. Una verdadera
desgracia. Sobre todo lo es si se tiene en cuenta que hasta hace poco Turquía
era considerada la nación vanguardia en el proceso de secularización del
espacio islámico. Hoy, después del fin de la mal llamada primavera árabe y de
la promesa laicista que traía consigo, está teniendo lugar en Oriente Medio
todo lo contrario: la re-islamización del estado.
Arabia Saudita, Irán, y ahora Turquía, vale
decir, las tres potencias del mundo islámico (a la vez, los principales aliados
de Occidente) son naciones regidas por gobiernos confesionales.
Sin embargo, la des-secularización del poder
no solo es un signo islámico. Ya ha penetrado en la propia Europa.
En Hungría, Victor Orban encabeza un proyecto
integrista muy similar al que impuso Franco en España (Dios y Patria). En Polonia, la victoria del
conservador Partido de la Ley y de la Justicia impone una curiosa mezcla de capitalismo
ultraliberal con el conservatismo más oscuro de la de por sí muy conservadora
iglesia católica. En Rumania, la reaccionaria iglesia ortodoxa es parte del
gobierno. Sigue así el ejemplo de Putin en Rusia quien fue el primero en llevar
al poder político a los patriarcas ortodoxos. Para no pocos rusos Putin es un
enviado de Dios.
En todos estos países no se trata de poner el
poder político al servicio del religioso. Todo lo contrario. El poder
espiritual está siendo usado con fines
muy terrenales por inescrupulosos autócratas y dictadores. Incluso en América
Latina, mandatarios que hasta ayer hacían ostentación de su radical ateísmo,
corren con las trenzas sueltas a buscar refugio debajo de las sotanas del Papa.
Como escribió con ironía un disidente cubano: "Si las cosas siguen así
vamos a tener que volver a luchar por la separación de la Iglesia con respecto
al Estado". Y parece que así será. Si ya el avance del nacional-populismo
era un enorme peligro, mucho más lo será si sus fundamentos ideológicos son
religiosos.
Ha
llegado la hora de defender los principios legados por la Ilustración.
Imperativo no solo válido para los estados políticos. También lo es para los
poderes religiosos de la tierra. La idea de que unidas al poder circunstancial
de la política las religiones pueden alcanzar una mayor hegemonía sobre las
almas ha probado ser falsa. Dios no se impone con armas. Ni siquiera con votos.
Si
las diversas confesiones quieren ser respetadas, deben actuar con independencia
respecto a los estados. Dios, o como quieran llamarlo, no puede convertirse en
un sirviente de sátrapas, dictadores y presidentes autoritarios. El Papa y el
Pope, Imanes y Rabinos, así como todas las autoridades religiosas de este
mundo, deberían pronunciarse cuanto antes. El peligro es muy grave.
Fernando
Mires
mires.fernando5@gmail.com
@FernandoMires1
Alemania
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