Se habla con
insistencia de la oposición venezolana, de su división, de disentir en su
estrategia, de su atomización y de su incapacidad para asumir el papel que le
corresponde en la actual crisis política, económica y social del país.
Si bien
estas afirmaciones abren un debate profundo sobre la actualidad política son
también aplicables a una concepción hegemónica del ejercicio del gobierno. Allí
está la clave de un peligro que acecha a la oposición democrática: la evidente
tentación de un partido gobernante que tiende a ver a la oposición como un mero
conglomerado de representaciones que rechazan las políticas oficiales.
Medir con
esta vara a la oposición es no sólo menospreciar sus funciones, sino
desnaturalizar su papel: es considerarla tan sólo como vocero de los sectores
opositores al proyecto del oficialismo, con lo que se le ubica lejos de su
función, que es controlar lo que hace el gobierno y expresar alternativas a las
medidas que va adoptando.
En teoría,
el gobierno de la república está a cargo del oficialismo y de la oposición:
ambos comparten la responsabilidad de encauzar al país por la senda del
progreso y del crecimiento. Sin embargo, para que esto se convierta en práctica
política real, es necesario que el gobierno entienda y dignifique la función y
la naturaleza de la oposición, que acepte las reglas de la convivencia, el
disenso, las críticas y las alternativas propuestas a la hora de fijar
políticas oficiales.
Que
reconozca a la oposición como control y alternativa y no que pretenda
encasillarla en el papel de testigo silencioso. Que asuma que la oposición
representa a aquellos sectores sociales que no se identifican ideológicamente
con su sistema de gobierno, como tampoco con su proyecto político, y que
encarna otras alternativas, que expresan ideas diferentes y que pueden
contribuir a modificar el rumbo adoptado.
La
marginación y exclusión de la oposición ha sido en diversas oportunidades una
realidad en la historia política venezolana. Los resultados son hartos
conocidos. El peligro que encierra esta inclinación, este concepto de la
política y de la construcción del poder -gobernar sin oposición- apunta directamente
al corazón del sistema democrático, porque desnaturaliza su esencia, al ignorar
la representación de quienes no concuerdan con los actos del oficialismo.
Se rechaza
el libre juego de las alternativas, de la confrontación de ideas y de la
existencia de otros caminos posibles, borrando así la posibilidad de una
búsqueda conjunta de soluciones de fondo para los problemas de toda la sociedad
Resulta
indudable que el posible protagonismo de la oposición venezolana está en íntima
relación con la capacidad que ella posea para que la sociedad acepte sus
propuestas y para buscar transformar significativamente aquellas políticas en
curso que se consideran equivocadas.
En
consecuencia, frente a un gobierno que se muestra incapaz -pese a su inmenso
poder- de resolver los más elementales problemas; que desconoce al órgano
político encargado de elaborar, reformar y aprobar las leyes; que ha vaciado de
sustancia la propia democracia, es necesario una oposición política muy activa
para que se produzca la transformación real del país, con la renovación y el
desarrollo permanente de las ideas.
Pero ésta
será efectivamente posible en la medida que los partidos políticos opositores
puedan: 1) romper el cerco, de la incomunicación con el país y recuperar la
confianza y la credibilidad; 2) regular las contradicciones que existen en el
campo de la oposición, buscar un mecanismo que procese las divergencias y al
mismo tiempo permita y facilite las coincidencias; 3) tomar en las manos los
problemas reales, los problemas del pueblo, para convertirse en legitimo
portavoz de los mismos; 4) dar prioridad a la cuestión organizativa,
proyectando una política que comprenda todos los sectores y que le permita al
ciudadano vincularse con la oposición.
Los
desacuerdos y conflictos en una sociedad pueden manifestarse de manera violenta
sino existen canales adecuados para su expresión, pero también puede
encontrarse vías pacíficas para hacerlo. Así, la oposición puede y debe
organizarse y actuar debidamente articulada, siendo la fórmula más idónea
mediante organizaciones partidistas.
Los partidos
opositores tienen el deber de redefinir su estrategia y pensar de nuevo de qué
manera se fortalecerá la oposición, ante las enormes tensiones políticas y
sociales, donde el gobierno tiene entre manos varias crisis de amplitud
nacional
Sixto Medina
@medinasixto
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