jueves, 4 de abril de 2019

TRINO MÁRQUEZ, ELECTRICIDAD: EL ROSTRO DEL ATRASO Y LA REPRESIÓN


Los cortes intempestivos y prolongados del flujo eléctrico le han dado un revolcón a nuestra vida cotidiana. Han golpeado la dinámica individual, familiar y colectiva. Todos los servicios que hacen más amable  y llevadera la actividad diaria, han sido trastocados de forma repentina.

La electricidad permite encender los bombillos y alumbrar ambientes oscuros. Mueve el motor de la nevera, fundamental para mantener  los alimentos. Permite encender las cocinas, los televisores, los radios, los microondas, las lavadoras, secadoras y computadoras. Si se sale del hogar, la electricidad mueve las fábricas, los ascensores donde operan las empresas, permite bombear la gasolina que surte los tanques de los automóviles. Internet, la telefonía móvil y los teléfonos inalámbricos, también se alimentan de la electricidad. El agua llega a las casas y centros de trabajo porque dispositivos eléctricos la impulsan. Pocas actividades u objetos escapan de la presencia de ese flujo energético, cuya existencia se conoce desde la antigüedad, pero que fue producido y aprovechado en gran escala  a partir de finales del siglo XIX, cuando Thomas Alba Edison inventó la bombilla incandescente y Nikola Tesla trabajó en el uso de la electricidad alterna en grandes proporciones.

El uso intensivo de la electricidad aparece en todos los textos e informes sobre el desarrollo económico y social, entre los indicadores fundamentales que miden el bienestar alcanzado por un país. Entre progreso y demanda de electricidad se da un vínculo concomitante. Salvo que la energía eléctrica sea remplazada por una fuente alternativa, como la energía solar, no es posible que se produzca una caída del uso de la electricidad que no refleje una contracción del Producto Interno Bruto y la riqueza de una nación.

La importancia de la electricidad y su nexo con el crecimiento y el bienestar fue entendida a plenitud por los distintos gobiernos nacionales desde la muerte de Juan Vicente Gómez, en diciembre de 1935, hasta el ascenso de Hugo Chávez al poder. En el Programa de Febrero, presentado en 1936 a la nación por el general Eleazar López Contreras, para aplacar las protestas desatadas en Caracas y otras ciudades tras la desaparición del tirano, ya se señala como prioridad la electrificación del país. Esa visión modernista se mantuvo como constante en los gobiernos posteriores; e impulsó los grandes proyectos para la construcción del Sistema Eléctrico Nacional. Incluso, Hugo Chávez entendió que sin energía eléctrica no era posible alcanzar un modelo autosostenido de crecimiento. El Plan de la Nación 2001-2007 y el Primer Plan Socialista, 2007-2013, destacaron la relevancia de mantener el SEN en óptimas condiciones. Lo que ocurrió después fue que colocó en manos inexpertas y voraces esa enorme responsabilidad. La impericia destruyó el sistema; y la voracidad se tragó los miles de millones de dólares que la bonanza petrolera permitió destinar al logro de ese objetivo.

La labor de demolición del SEN fue continuada con mucho ánicmo por Nicolás Maduro. A partir de 2013, cuando asume la presidencia de la República, la desidia dominante durante los trece años anteriores, se convierten en abandono y saqueo obsceno. El retroceso al pasado antediluviano se emprendió a toda marcha. Los informes de Víctor Poleo y Damián Prat, entre otros expertos en la materia, resultan inapelables y estremecedores. Los venezolanos hemos visto en vivo  el desplome de un sistema que era motivo de orgullo nacional: en él trabajaron nuestros mejores profesionales; y era modelo de eficiencia en América Latina y el mundo.

Nicolás Maduro, auxiliado por su impresentable ministro de Comunicación, trata de controlar los daños y ocultar su responsabilidad en el colapso de los servicios de electricidad y agua. La estrategia adoptada es sencilla: adultera la realidad a través de las cadenas de radio y televisión; reprime con violencia las protestas populares; desinforma a través de la Red de Medios Públicos, por donde se transmiten hasta el hastío las explicaciones estrambóticas inventadas por el régimen; e intimida y obliga a guardar silencio a los grandes medios de comunicación masivos, incluidos los circuitos radiales, a los que se les prohibió organizar operativos especiales para informar a la ciudadanía acerca de los apagones. Conatel se convirtió  en el rostro oculto del Sebin, la GNB, la PNB, las Faes y los colectivos. Es el brazo desarmado de la represión, pero igual de agresivo.

El madurismo representa la encarnación del atraso y la violencia. Afortunadamente, el descalabro del sistema eléctrico y de la distribución de agua ocurren en un momento en el cual la oposición se reorganiza en torno a Juan Guaidó. No le será fácil evitar pagar el costo del martirio al que somete a los venezolanos.

Trino Marquéz
@trinomarquezc
           

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