sábado, 4 de mayo de 2019

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA LA SUERTE ESTÁ ECHADA

La homérica indigestión venezolana no logra superar las náuseas y pasar al vómito del régimen más indigesto y letal de la historia democrática de la República. Este martes 30 de abril vivimos el mayor sacudón social, político y militar vivido por la sociedad venezolana desde el 11 de abril de 2002. sin resultados inmediatos aparentemente mayores que permitir la fuga del líder opositor Leopoldo López de su prisión domiciliaria y su trueque de casa por embajada, primero de Chile y luego de España, pero con proyecciones a futuro inmensamente superiores a las experimentadas tras del regreso de Hugo Chávez, devuelto al cargo del que fuera apartado por los mismos militares que lo obligaran a renunciar. Si un liderazgo eclesiástico, militar y político opositor hubiera tenido entonces la voluntad y la decisión necesarias, que hoy parecen acompañar al liderazgo opositor, para el profundo cambio que exigía el más de un millón de participantes que precipitaron las decisiones militares de la circunstancia, Venezuela se hubiera ahorrado la tragedia más devastadora de su historia, con la sola excepción de la Independencia y la llamada Guerra Federal o Guerra Larga, que sacudieran hasta sus cimientos a la frágil república que se lanzara al más vasto movimiento independentista de la historia latinoamericana de la mano del joven Simón Bolívar, entonces de 27 años, y el mariscal Sucre, de 15. Los analistas no cesan de comparar ambos procesos. Venezuela ha vuelto a verse sacudida hasta sus cimientos bajo un nuevo y joven liderazgo. Sin más resultados, por ahora, que la devastación de sus bases económicas y socioculturales. Y lo que un historiador del pasado, Luis Level de Goda, definiera en 1893 presagiando el futuro como una maldición constante de los procesos emancipadores venezolanos: “Las revoluciones no han producido en Venezuela sino el caudillaje más vulgar, gobiernos personales y de caciques, grandes desórdenes y desafueros, corrupción, y una larga y horrenda tiranía, la ruina moral del país y la degradación de un gran número de venezolanos.” Como diría El Eclesiastés: nihil novum sub sole. En Venezuela, dos siglos después, nada nuevo bajo el sol. ¿Romperemos con Juan Guaidó el signo maldito de nuestro destino?

El paso dado este 30 de abril por el gobierno interino de Juan Guaidó, la Asamblea Nacional y buena parte del generalato de las Fuerzas Armadas está dotado de una característica de la que careció el dado el 11 de abril de 2002: es irreversible. La ruptura del hilo histórico, político y constitucional no es reversible. Juan Guaidó ha terminado por asumir la decisión que han reclamado los sectores más radicales, conscientes y consecuentes de la oposición venezolana, en gran medida liderada por la primera e indiscutible aliada sincera y sin cartas marcadas del presidente Interino, la líder del partido VENTE VENEZUELA y coordinadora nacional de la plataforma aliancista SOY VENEZUELA, María Corina Machado: de aquí, si no a la revolución permanente, marchamos todos unidos hacia la insurrección permanente. El objetivo estratégico del presidente Juan Guaidó, perfectamente coordinado con el gobierno de los Estados Unidos y los gobiernos del Grupo de Lima es derrocar al régimen. Su táctica, paros escalonados que confluyan en un paro general e indefinido, sin otra salida que la salida de Nicolás Maduro y su socio principal, Diosdado Cabello, del poder. Y la subsecuente expulsión de las tropas invasoras cubanas, rusas y chinas y un plantón definitivo a las injerencias de Irán, Rusia y China. El futuro inmediato de Guaidó no es la Plaza Francia en Altamira, como tras los sucesos de abril del 2002: es Miraflores. Y estemos claros: eso, hoy por hoy, es más claro que nunca. Esta vez podemos decirlo sin temor a equivocarnos: el régimen tiene los días contados.

Salvo extremos en contrario de esa ruta pacífica, legalista y democrática, como una reacción violenta del régimen y un baño de sangre propiciado por Diosdado Cabello, Freddy Bernal y los colectivos, lo lógico sería un abandono pacífico de los cargos y la salida al exilio de Nicolás Maduro, su familia y los altos cargos de su gobierno. Tal como lo señalara el Departamento de Estado y la vice presidencia norteamericana, la principal tranca a esa salida pacífica, que ya ha instalado a la familia presidencial en Fuerte Tiuna, antesala de la huida, y desde donde se negocia la transición, la constituye el duro e implacable del régimen tiránico, Diosdado Cabello. Habiéndose comprobado por los rusos y los norteamericanos que fue él quien impidió el martes que Maduro saliera a La Habana, hoy vuelve a comprobarse la misma situación. Las idas y venidas de Maduro, la repetición de sus cadenas presidenciales y los tira y encoje de las fuerzas armadas anticipan el verdadero esta de la situación. Como diría Julio César a las orillas del Rubicón, aunque en su caso de regreso a Roma para encabezar la rebelión: alea iacta est, el juego está dado. Comenzaron las exequias del régimen. Es cuestión de horas o días para que procedamos a sus honras funerarias. 

“Primero hay que obrar, lanzarse a una empresa. Cuando se reflexiona, la suerte ya está echada, uno está comprometido.”
J.P. SARTRE, La náusea.

Antonio Sánchez García
@sangarccs 

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