viernes, 31 de mayo de 2019

ALFREDO M. CEPERO: LOS DOCTRINARIOS FANÁTICOS

El objetivo normal de los partidos políticos y de los hombres y mujeres que los integran es obtener la mayor cantidad posible de poder. A mayor poder mayores probabilidades de implementar su agenda y de aumentar su influencia. Pero ese poder necesita ser justificado por los beneficios que proporcione a quienes los apoyaron en las urnas. Cuando un  partido político utiliza el poder para servirse a sí mismo e ignora las necesidades de la comunidad a la que está obligado a servir se arriesga a desaparecer. Esa es la situación en que se encuentra actualmente el Partido Demócrata de los Estados Unidos.

Desde hace ya más de tres décadas el partido se ha ido desplazando hacia la izquierda, primero progresivamente y en los últimos 10 años en forma drástica. Barack Obama se propuso llevar a cabo una transformación radical de la sociedad capitalista y conservadora que había sido resucitada y fortalecida por el genio político de Ronald Reagan. Aunque Obama no logró totalmente su meta, sembró la semilla con la que los actuales líderes del partido están acelerando el proceso. Por ejemplo, hace diez años Bernie Sanders era una figura risible que pocos tomaban en serio. Hoy es el mentor de una proporción considerables de jóvenes y de líderes políticos que proponen al socialismo como solución a ancestrales desigualdades y a supuestas injusticias sociales.

Para congresistas como la socialista Alexandria Ocasio-Cortez, la palestina Rashida Tlaib, la musulmana Ilhan Omar y una veintena de damas abanderadas de la izquierda en la Cámara de Representantes ha llegado la hora de la transformación total. Son las damas que se sentaron juntitas, se vistieron de blanco en señal de solidaridad y vociferaron su desagrado durante el último discurso de Donald Trump sobre el Estado de la Unión. Ellas son las revolucionarias que van a cambiar al país y ya sabemos que, para los revolucionarios, la espera es una pérdida innecesaria de tiempo.
Lo más curioso es que, a pesar de ser una minoría dentro de la Cámara de Representantes, cuentan con un gran poder de intimidación. A tal punto, que hasta los aspirantes a la presidencia por el Partido Demócrata repiten sus consignas, adoptan sus políticas y piden su apoyo. Y más significativo todavía es el hecho de que hasta la Presidenta de la Cámara, la temible Nancy Pelosi, les tiene miedo y no se atreve a contradecirlas.

Por eso la Pelosi, aunque se opone a la idea, no se atreve a quitar de la mesa la locura suicida de un juicio político (impeachment)  contra el Presidente Trump. Nancy tiene la suficiente antigüedad en la Cámara para recordar el desastre sufrido por los republicanos cuando trataron de hacer un juicio político a Bill Clinton. Pero eso no es tomado en cuenta por unos socialistas que no tienen partido ni tienen patria. Eso sí, tienen una doctrina que expresan, defienden y promueven en forma fanática.
De ahí que a estos socialistas que navegan en los llamados "medios sociales" no les importe destruir al Partido Demócrata y causar un daño irreparable a los Estados Unidos. Lamentablemente para ellos, sus millones de seguidores en los medios sociales no constituyen seguridad alguna de que asistirán a las urnas el día de las elecciones. La "mayoría olvidada y silenciosa" que puso a Donald Trump  en la Casa Blanca en 2016 no reveló sus preferencias en las encuestas ni navegaba en los medios sociales. Se presentó en las urnas el 8 de noviembre y salvó a los Estados Unidos.

Por otra parte, el golpe más contundente recibido por estos doctrinarios fanáticos ha sido el informe del Procurador Especial Robert Mueller. Durante más de dos años, Bob Mueller fue aclamado por ellos como el arcángel vengador que destruiría a Donald Trump. No estaban preparados para una absolución del presidente y de los miembros de su campaña. Cuando Mueller concluyó su informe afirmando: "No existe el más mínimo indicio de que ningún norteamericano participara activamente en actividad ilegal alguna", se les unieron el Cielo y la Tierra.

Ante la imposibilidad de enfrentarse a los logros de Trump en la economía, el empleo, la política exterior y la seguridad nacional no tienen otra alternativa que seguir hostigándolo con falsas acusaciones e incesantes investigaciones. Quieren repetir las investigaciones concluidas por Mueller sin los cuantiosos recursos con los que contó el Procurador Especial.

Mueller investigó a Trump por 675 días, gastó 25 millones de dólares, entrevistó a 500 testigos, tuvo a su disposición 40 miembros del FBI y contó con la asistencia de 19 abogados, todos ellos simpatizantes de Hillary y del Partido Demócrata. Y con todas esas cartas marcadas no tuvo otra alternativa que exonerar a Trump. Me gustaría preguntarle a Mueller en que momento dentro de este infame proceso se dio él cuenta de que Trump era inocente.

Cuando analizo estos dos años y medio de acusaciones sin fundamento e investigaciones infructuosas llego a la conclusión de que estos enemigos de Trump son , además de fanáticos, unos totales ignorantes. Hubo tiempos en que demócratas y republicanos fueron capaces de coordinar esfuerzos para servir al pueblo norteamericano. Habían diferencias políticas y hasta animosidades personales pero fueron superadas en función de servicio a sus electores.

Muy pocos seres humanos han sido más diferentes que el Presidente republicano Ronald Reagan y el Presidente demócrata de la Cámara de Representantes Tip O'Neill. Quizás lo único que tenían en común era su ascendencia irlandesa. Por otra parte, Reagan era un conservador que desconfiaba de un gobierno con excesivo poder. O'Neill un izquierdista que consideraba al gobierno la solución a todos los problemas sociales.

En público ambos se atacaron mutuamente. En privado pusieron a un lado sus diferencias. Dos días después de que Reagan fuera electo presidente por mayoría abrumadora, O"Neill declaró: "Vamos a cooperar con el presidente. América esta primero y el partido después". Ganaron sus dos partidos y, sobre todo, el pueblo de los Estados Unidos. Es obvio que Nancy Pelosi y sus apandillados doctrinarios fanáticos son incapaces de profesar el patriotismo e imitar el pragmatismo de Ronald Reagan y Tip O"Neill.

Un ejemplo similar fue dado más tarde por una improbable alianza entre el Presidente demócrata Bill Clinton y el Presidente republicano de la Cámara de Representantes Newt Gingrich. En la noche del 28 de octubre de 1997, Newt Gingrich visitó la Casa Blanca para supuestamente discutir los detalles del presupuesto de 1998.

En realidad, Clinton y Gingrich estaban dando los últimos toques a una coalición política centrista con la capacidad de resolver los problemas confrontados por los planes de Medicare y del Seguro Social. Todo había sido mantenido en secreto para evitar que el proyecto fuera descarrilado por los ataques de los extremistas en ambos partidos. Unos días más tarde, Clinton se dirigió a la nación y declaró: "Se acabaron los tiempos del estado todopoderoso". Hoy esto hubiera sido una blasfemia que le habría costado la presidencia a Bill Clinton.

Me temo que en estos tiempos de turbulencia y desesperanza estos ejemplos de patriotismo y servicio no tienen probabilidades de repetirse. No nos queda otra alternativa que invocar la intercesión divina y pedirle a Dios que "Salve a América".

Alfredo M. Cepero
lanuevanacion@bellsouth.net
@AlfredoCepero
 Director de www.lanuevanacion.com

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