sábado, 28 de diciembre de 2019

RICARDO VALENZUELA: HISTORIA REAL DEL CAPITALISMO Y SUS ENEMIGOS II

“El ímpetu del liberalismo fue una reacción contra monarcas y aristócratas que vivían de la labor productiva de la gente”. David Boaz

Con la publicación de su obra Smith enfrentaba la primera oposición; los mercantilistas que siempre habían controlado todas las avenidas económicas. Ellos ubicaban sus gentes en posiciones políticas para estructurar sus monopolios, y aprobaban el colonialismo invadiendo naciones para hacerse de su oro, plata y otros productos. Para los mercantilistas la riqueza solo consistía en dinero que en esa época era oro y plata. Argumentaba que producción e intercambio eran las avenidas hacia la riqueza de las naciones. Afirmaba: “La riqueza de un país no consiste en su oro y plata, sino en sus tierras, sus casas, bienes producidos y su gente. La riqueza se debe medir observando que tan bien se aloja la gente, su forma de vestir y la comida que pueda poner en su mesa”. Es decir, en su nivel de vida el oro y plata al hombre común no le servían. 

¿Cómo se maximizaría la producción y el intercambio para lograr esa “opulencia universal?” Su respuesta era clara: “Den a la gente libertad para trabajar y expandir sus habilidades”. Abogaba por el principio de “libertad natural” para hacer lo que uno deseara sin interferencia del estado. La libre movilidad de trabajo, capital y productos. La libertad económica no solo produce una vida material mejor, es un derecho humano fundamental. El prohibir a la gente disponer de su producción o de emplear sus inventarios y su trabajo de la forma que ellos decidan, es una violación del más sagrado de los derechos de la humanidad”.  

Pero ¿Qué constituye libertad económica? Según él, es el derecho a comprar productos de cualquier fuente, incluyendo productos extranjeros, sin restricciones, tarifas o cuotas de importación. Trabajar en la ocupación y en el lugar que la persona decidiera. Criticaba la política del siglo 18 cuando los trabajadores debían obtener permiso del gobierno para mudarse de un pueblo a otro, inclusive dentro del país. Incluía el derecho de establecer cualquier jornal que el mercado dictara y escribía: “Siempre que la ley atenta regular los salarios, esos emolumentos caen en picada”. El deseaba salarios más altos, pero derivados de la función natural del mercado no por mandato de los gobiernos. Finalmente, la libertad natural incluía el derecho a ahorrar, invertir y acumular capital sin que el gobierno lo frenara, pues era una llave importante para el crecimiento económico. 

Su modelo de competencia y libre empresa era la joya de la corona de su obra y la más importante propuesta en historia económica. El triunfo de Adam Smith fue porque ubicó al centro de la economía el análisis sistemático del comportamiento del individuo buscando satisfacer su autointerés en condiciones de competencia. Un sistema económico que permitía a los hombres perseguir sus intereses en condiciones de libertad y competencia, para lograr una economía autorregulada y la prosperidad. Y eliminando restricciones a las importaciones, trabajo y precios, provocaría prosperidad universal que emergería a través de precios más bajos, salarios más altos y productos de mejor calidad. El recibimiento de su obra despertaba a la humanidad de su letargo económico. 

Su libro con asertividad iniciaba el debate de cómo los países podían crear prosperidad en un sistema de libre mercado. Pasaba a identificar tres características de este sistema. 

Libertad: el derecho de producir e intercambiar productos, trabajo, y capital, en donde yo lo decidiera sin que el gobierno me coartara esa libertad.
El autointerés: el derecho para buscar hacer realidad los sueños personales y de mi negocio orientado a satisfacer el autointerés de otros.

Competencia: el derecho de competir en la producción e intercambio de todo tipo de bienes y servicios sin más limitaciones que mi capacidad, mi trabajo y responsabilidad para competir en ese esquema de libertad.  

Exponía cómo estos tres elementos desembocarían en una “harmonía natural” de intereses entre trabajadores, dueños de la tierra y capitalistas. Y el autointerés de millones de individuos crearía una sociedad próspera sin necesidad de una dirección central de parte del estado. Su doctrina de un iluminado autointerés fue bautizada como la “mano invisible” y la plasmaba de esta manera: 

“No por la benevolencia del carnicero, del cervecero, o del panadero tenemos la cena sobre nuestras mesas, sino por su propio interés. Nosotros no acudimos a su piedad ni a su humanidad, sino a su amor propio. Todo individuo que emplea su capital y su trabajo no lo hace para promover el interés público y ni siquiera se entera que lo está promoviendo. Él es guiado por una mano invisible y provoca un resultado que no era parte de su intención. Y al buscar su propio interés, sin proponérselo, también estará promoviendo el de la sociedad”.  

Pero de inmediato saltaban los críticos “preocupados” por la posibilidad de que fuera un mapa para permitir la avaricia, fraude, enfrentamientos sociales, y el abuso de poder. Pero ¿La riqueza de las Naciones era un endoso para dar rienda suelta a las más infames pasiones humanas? ¿Cómo era posible que Adam Smith ignorara los casos de capitalistas rapaces tomando ventaja de los consumidores buscando su interés a expensas del público? Pero si buscamos con dedicación tendremos la respuesta en su sistema de libertad natural cuando escribiera: 

“El hombre debe ayudar a sus semejantes y siempre lo podrá hacer si logra ubicar su autointerés a su favor. Dame eso que yo quiero y tu tendrás esto que tú quieres”. Ese era el significado de su arreglo. Todos los intercambios deberían beneficiar a las dos partes, compradores y vendedores, no a uno a expensas del otro. La mano invisible solo podría funcionar si los empresarios adquirían una visión de la competencia en el largo plazo, donde se reconoce el valor de la reputación y la oportunidad de continuar haciendo negocios. El autointerés solo promueve el bienestar de la sociedad cuando el productor responde a las necesidades del comprador. Cuando el cliente es engañado, el autointerés logra su “éxito” a expensas del bienestar de la comunidad”. 

En su sociedad ideal reinaría la virtud, la benevolencia mutua, leyes castigando prácticas fraudulentas. El escaparate de Smith reflejaba los estándares morales y el juicio de la comunidad. Su hombre económico cooperaba, era justo, y no perjudicaba a sus semejantes. Un clima moral y un sistema legal consolidarían el crecimiento económico. Siempre apoyó instituciones sociales—mercado, comunidades y la ley—para nutrir auto control, auto disciplina y benevolencia. 

Porque él no era solo economista, era también profesor de filosofía moral. Su modelo reflejaba un atributo esencial: “Todo hombre, mientras no viole las leyes de justicia, debe ser libre para llevar a cabo la persecución sus intereses y llegar al mercado aportando su trabajo y capital para competir con otros participantes, y si las viola, el verdadero mercado libre lo expulsa”. Después escribiría su libro; “Teoría de los Sentimientos Morales”, en donde conciliaba la ética y el autointerés en los mercados.  

Ricardo Valenzuela
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