La historia está repleta de figuras notables, pero muy pocos llegan a ser próceres mundiales y héroes de la humanidad. El mundo pasó de la admiración a la veneración. Comenzó a admirarlo cuando lo vio luchar desde una celda contra un régimen atroz. Se colmó de admiración cuando el reo 466/64 venció al apartheid desde la prisión de Robben Island, con lo cual concluyó también la ocupación sudafricana de Namibia y la financiación de guerrillas brutales como las de Angola y Mozambique.
Para muchos y notables analistas políticos internacionales, Mandela se convirtió con el paso de los años, en un verdadero prisionero de sus ideales. Para ello es necesario conocer el origen su incansable lucha que se inició desde la sección de los presos políticos de Robben Island, régimen carcelario concebido para destruir moral y mentalmente al reo, hasta reducirlo a un manojo sumiso de instinto y carne. Allí pasó dieciocho de sus veinticinco años de cárcel.
La mitad de ese tiempo, absolutamente aislado e incomunicado en un claustro de dos por dos, sin cama, con una ventana que daba a un patio interno y una lamparita de luz amarillenta que colgaba encendida las veinticuatro horas. Una visita cada seis meses, de apenas media hora, un potaje de maíz como dieta fija. Cualquier insubordinación se pagaba con largas horas dentro de un cubículo rectangular donde apenas cabía de pie, sin poder sentarse. Una tortura enloquecedora que provocó innumerables suicidios en la isla que se divisa desde los muelles de Ciudad del Cabo.
Nada que ver con la causa que algunos supuestos líderes políticos del orbe y en particular de nuestro país, debieron enfrentar. Pues muchos de ellos y particularmente los guerrilleros venezolanos que fueron amnistiados por Rafael Caldera en su primer gobierno y posteriormente los alzados en armas contra el régimen democrático el 4 de febrero de 1992, a cuya cabeza se encontraba el extinto Hugo Chávez, padecieron la brutalidad del apartheid político que sin rubor alguno exhibe el actual régimen de Maduro, y mucho menos para compararlo con el fallecido líder sudafricano.
No cabe duda de que el legado de Nelson Mandela para el mundo permanecerá vigente, generaciones tras generaciones.
La humanidad entera lamentó su ausencia física, pero su mensaje de paz, igualdad, dignidad y humanismo ya forma parte de ese gran legado de valores que traspasan las fronteras territoriales, religiosas, ideológicas, raciales e incluso intelectuales, tal como quedó en evidencia en su funeral al que asistieron connotados líderes mundiales de todas las tendencias políticas y religiosas.
Si hacemos un breve recorrido por la historia de la humanidad, hay diversos líderes que han coincidido en los mismos ideales de Nelson Mandela. Y todos ellos demostrando al mundo que la esencia del ser humano no ha cambiado. Que la búsqueda de la verdad, la solidaridad y el instinto de lucha por las libertades son parte de la naturaleza del hombre.
Pero han sido muy pocos quienes han tenido la templanza suficiente para resistir la tentación del camino cómodo para perseverar, sacrificando derechos, e incluso la vida, por defender esos valores humanos fundamentales, propios y ajenos.
Usualmente son los políticos quienes se encaraman en la tarima de la supuesta defensa de los derechos humanos de las grandes mayorías, para acceder al poder y luego para detentarlo el mayor tiempo posible. Y usualmente son estos los que desde el poder hacen precisamente todo lo contrario, tal como ocurre con Nicolás Maduro, quien ensoberbecido con el poder que ilícitamente obtuvo en las elecciones presidenciales en las que compitió con Henrique Capriles, con el aval fraudulento del CNE, pretende eternizarse, y para ello hace uso de todos los sucios malabarismos disfrazados con un supuesto ropaje democrático, como las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre próximo, en las que de 187 diputados que tiene la Asamblea Nacional, dobló el número de candidatos afines al oficialismo, para obviamente dominar con la representación roja rojita y acabar con la oposición, único rescoldo con el que cuenta el pueblo venezolano.
Solo los verdaderos estadistas entienden que el poder político demanda muchas responsabilidades y muy pocos derechos, pues entienden que el poder político no debe ser utilizado para agredir y conculcar derechos.
Nelson Mandela, además de un ser humano excepcional, fue un estadista. Lo fue desde su juventud; cuando protagonizaba la protesta ciudadana pacífica, desde la cárcel y luego desde el gobierno sudafricano. No llegó al poder para perseguir a quienes lo encarcelaron, ni para inventar juicios penales a sus rivales políticos. Gobernó con los mismos valores con los que protestó en las calles y a los que se aferró estoicamente en cautiverio, hasta el fin del apartheid.
No todos quienes “lamentan” públicamente la partida de Mandela, y ordenan homenajes en su memoria, necesariamente comparten realmente sus prédica, primero porque son la antítesis de los valores morales y éticos por él puestos en práctica en su largo periodo de confinamiento, y en segundo lugar porque la demagogia y populismo los conduce a contrariar los principios democráticos que es la esencia de la verdadera libertad de los pueblos.
Quienes a diario gobiernan con el garrote, la intolerancia y la persecución, hoy se llenan la boca hablando de Mandela, pero en el fondo están conscientes de que con su nombre que tanto invocan populista y demagógicamente, obtienen buenos dividendos en las masas ignorantes que poco o nada saben o conocen del líder sudafricano.
Miembro fundador del Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)
Carlos Aguilera
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