El miércoles escuché a unos muchachos de bachillerato hablar sobre los aprendizajes adquiridos a lo largo de la pandemia y me llamó la atención que uno insistiera en que él trataba de ver siempre lo positivo en todos los sucesos de la vida. Las personas que guiaron la actividad -un live promovido por Empresas Polar- preguntaron por los aspectos negativos y los positivos de lo vivido en estos tiempos; por eso los muchachos procuraron distinguir los aspectos difíciles de aquello aprendido y visto como bueno en estas circunstancias
Todos coincidieron en desear volver a las clases presenciales porque querían ver a sus amigos, fundamentalmente. El trato humano era su prioridad. Lo interesante fue ver cómo lograron apreciar, a pesar de todo, muchas cosas buenas en medio de tantas difíciles.
La unión familiar fue un aspecto importante que acotaban haber reforzado en esta pandemia. Poder estar más con sus padres y hermanos fue valorado. Lograr descubrir fortalezas desconocidas y aprender a investigar más, para aprender así más, también fue un plus que debían a estos tiempos.
El trato humano, las relaciones interpersonales con los amigos y los profesores no se suplen con nada. Eso solo se recupera con la presencialidad. Lo bueno del aprendizaje, sin embargo, no debe olvidarse. Eso se aprendió gracias a lo vivido en pandemia, si sabemos verlo así.
Algo así podemos lograr advertir con el país: con lo vivido a lo largo de tantos años de deterioro. Algo bueno debemos haber aprendido y algo bueno debe permanecer en el fondo: algo estable que ha impedido que esto derive en un mayor daño, aunque el que hay sea grande; esa fuerza interna que nos ha mantenido en pie, que nos ha ayudado a resistir y nos mantiene deseando cambiar. Así como la pandemia nos ha ayudado a valorar más la cotidianidad y el trato personal, así estos años de dificultad prolongada deberían ayudarnos a discernir qué hemos aprendido, qué fortalezas hemos descubierto o cuánto hemos logrado ver como un bien, en medio de lo que nos sucede.
Todo es para bien para los que aman a Dios, dice san Pablo, pues todo puede tornarse en algo positivo cuando se está abierto a desear captarlo. No se trata de un invento, sino de una realidad, como decían estos muchachos del live sobre los aprendizajes en la pandemia. Así como esta cuarentena nos ha hecho valorar más el trato personal, humano, cara a cara, estos años de deterioro del país nos deben haber hecho valorar más algo que deseamos recuperar y transmitir mejor a las siguientes generaciones. El valor de la libertad, de la persona humana, de la vida sana en comunidad son tal vez algunos de los aspectos a tomar en cuenta y son por ello valores que debemos cultivar desde hoy donde cada uno está, si queremos que impacten en nuestro ambiente y en el país entero.
Sé que hay que lograr condiciones favorables para unas elecciones libres, de modo que nos enrumbemos por caminos democráticos, pero los valores perdidos o deteriorados hay que cultivarlos donde comenzaron tal vez a perderse, bien sea por liviandad o por darlos por sentado. No veo otro camino salvo este: el de recuperar lo perdido en los lugares donde no lo cultivamos o fue poco apreciado, empezando por la familia y la escuela. Ante todo, reflexionando sobre qué es eso que debemos mejorar para tenerlo claro y fortalecerlo una vez visto. Así como la semilla eclosiona, naciendo de adentro hacia afuera, así nuestra sociedad encontrará su rumbo y caminará con fuerza si, recuperando valores a un nivel micro, en nuestro entorno inmediato, logramos esas condiciones para unas elecciones justas.
San Francisco de Sales decía que ese Dios que nos ha traído hasta aquí, “el mismo Padre Eterno que nos cuida hoy, nos cuidará mañana y siempre”. El, añado yo, sabe bien lo que nos pasa y necesitamos, y a través de lo que ocurre nos lleva a mejor puerto, aunque no lo veamos del todo claro en el presente. Hacer lo mejor que podamos: eso sí está en nuestras manos.
Ofelia Avella
ofeliavella@gmail.com
@ofeliavella
Venezuela
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