Hoy en día, resulta prácticamente
indiscutible la necesidad de las llamadas políticas públicas que alientan el
denominado "gasto social". Es más, hasta se considera políticamente
incorrecto cuestionar, o siquiera insinuar hacerlo, la implementación de medidas
asistenciales como parte del programa de cualquier partido político. Aunque la
cuestión parezca moderna o reciente, lamentablemente no lo es, habida cuenta
que tal supuesta necesidad se ha planteado, y se lo viene haciendo, desde que
el mariscal Otto von Bismarck instituyera lo que hoy se conoce como el
"estado benefactor" o de "bienestar", allá ya en el lejano
siglo XIX. Ni siquiera los rotulados países "desarrollados" han
escapado a la tendencia de sus gobiernos a instrumentar políticas
asistenciales. En los EEUU (que normalmente se tienen –erróneamente- como el
paradigma del liberalismo y de una economía capitalista) esta tendencia fue muy
fuerte desde las décadas de los 50´y 60´hasta nuestros días. Los planes
"sociales" organizados por el gobierno americano fueron cada vez más
intensos, más amplios, y demandaron, con el tiempo, menos requisitos para ser
admitidos en ellos:
"El resultado ha sido una
continua simplificación de los requerimientos de elegibilidad, una reducción de
los trámites burocráticos y la desaparición de los requisitos (de residencia,
trabajo, e incluso ingresos) para obtener un subsidio por desempleo. A
cualquiera que se anime siquiera a sugerir que a los beneficiarios del
asistencialismo debería requerírseles que acepten un empleo y abandonen el
sistema se lo considera un reaccionario, un leproso moral. Y como ya casi ha
desaparecido el antiguo estigma, la gente tiende cada vez más a pasar
rápidamente al régimen asistencial en lugar de salir de él."[1]
Rothbard alude a los desincentivos, de
los cuales "El más importante de ellos ha sido siempre el estigma que
significaba para toda persona el subsidio a la desocupación, que la hacía
sentir que vivía parasitariamente a expensas de la producción en lugar de
contribuir a ella"[2]. Al desparecer este estigma, y al mismo tiempo, al
incrementarse la oferta de planes "sociales" por parte del gobierno
central, se iban creando otros alicientes que son los señalados en la cita. En
otras palabras, el gobierno -y toda una cultura creada por los defensores de
los sistemas socialistas- impulsaron la tendencia de la gente a demandar del
sistema político subvenciones al desempleo (primero) y a la pobreza (después),
al unísono que promovían estímulos para permanecer en dichas situaciones de
inactividad laboral y carencia, dado que -de todas maneras- tanto el
desempleado como el indigente estaban conscientes que, en cualquier momento,
podían acudir a las autoridades para requerir ayuda económica, o -en el peor de
los casos- esas mismas autoridades iban a ofrecérselas, porque además de ser lo
políticamente correcto, consistía en un mecanismo idóneo para adquirir
popularidad política, y en última instancia, los votos necesarios para acceder
al poder.
"Irving Kristol escribió cáusticamente
acerca de la "explosión del asistencialismo" de la década de 1960:
Esta "explosión" fue creada, en parte de manera intencional, y en una
mayor parte en forma inconsciente, por funcionarios y empleados públicos que
llevaban a cabo políticas públicas en relación con una "Guerra contra la
Pobreza". Y estas políticas fueron defendidas y promulgadas por muchas de
las mismas personas que luego se mostraron perplejas ante la "explosión
del asistencialismo". No es sorprendente que tardaran en darse cuenta de
que el problema que intentaban resolver era el mismo que habían creado.
"[3]
La situación que se describe en la
cita guarda un notable paralelismo con el mundo de nuestros días y -con
particularidad- en nuestra región, donde esos mismos planes
"sociales" (y otros de la más variada naturaleza, pero que -en
esencia- se sustentan todos ellos en común en la teoría sacrosanta del
redistribucionismo) han sido abundantes en las últimas décadas, y aun hoy en
día se consideran prácticamente incuestionable su vigencia y permanencia. Dos factores
son los que sobresalen, y que se desprenden del texto entrecomilladlo: 1) en
principio, se alude a que de manera consciente los funcionarios públicos
promovieron las políticas asistenciales, quizás creyendo de buena fe que las
mismas beneficiarían a sus destinatarios. En otras palabras, parece indicarse
en esos promotores una suerte de buenas intenciones al amparo de una cierta
ignorancia económica respecto de los resultados que tales programas derivarían,
el más importante de ellos la "explosión" mencionada. Hoy en día, si
bien esa ignorancia persiste, no hay que dejar de lado el hecho cierto de que
muchos funcionarios -por experiencia- ya conocen las secuelas funestas de las
políticas "sociales", pero aun así las promueven y mantienen de mala
fe a sabiendas de sus nocivos efectos para las masas desposeídas.
"He aquí [...] las razones que
hay detrás de la "explosión del asistencialismo" en la década del 60:
1. El número de pobres que son
elegibles para la asistencia social aumenta a medida que se amplía el alcance
de las definiciones oficiales de "pobreza" y "necesidad".
Esto fue lo que hizo la Guerra contra la Pobreza; la consecuencia fue,
automáticamente, un aumento en el número de "personas elegibles".
"
2. El número de personas pobres
elegibles que actualmente solicitan asistencia social crecerá a medida que
aumenten los beneficios de la asistencia como lo hicieron a lo largo de la
década de 1960—. Cuando los pagos de beneficencia (y los beneficios asociados,
como Medicaid y los vales para alimentos) compiten con los salarios bajos,
muchas personas pobres preferirán, racionalmente, recibir la beneficencia. Hoy
en día, en la ciudad de Nueva York, como en muchas otras grandes ciudades, los
beneficios del asistencialismo no sólo compiten con los salarios bajos, sino
que los superan.
3. El rechazo de aquellos realmente
elegibles para recibir asistencia social -un rechazo basado en el orgullo, la
ignorancia o el temor- disminuirá si se instituye cualquier campaña organizada
para "reclutarlos". En la década del 60 fue lanzada exitosamente una
campaña semejante por a) varias organizaciones comunitarias auspiciadas y
financiadas por la Oficina de Oportunidad Económica (Office of Economic
Opportunity), b) el Movimiento de Derechos al Bienestar Público (Welfare Rights
Movement) y c) la profesión del trabajo social, en la que ahora había numerosos
graduados universitarios que consideraban un deber moral ayudar a la gente a
recibir asistencia social, en lugar de ayudarla a abandonar el régimen de
beneficencia. Además, las cortes de justicia cooperaron allanando varios
obstáculos legales (por ejemplo, los requerimientos relativos a la residencia)
[...]. "[4]
[1] Murray
N. Rothbard. For a New Liberty: The Libertarian Manifesto. (ISBN 13:
9780020746904). Pág. 171-173
[2] Murray
N. Rothbard, ob. cit, idem. .
[3] Murray
N. Rothbard, ob. Cit. idem.
[4] Murray
N. Rothbard, bn. Cit. idem
Gabriel
Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina
Acción
Humana
Buenos
Aires- Argentina
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