martes, 14 de febrero de 2017

ORLANDO VIERA-BLANCO. SU PRIMER COCHE.

MI HIJO SE FUE

“No espero que mi hijo me agradezca su primer coche. Sólo quiero que comience a rodar por el mundo con mucho juicio y con Venezuela presente.”

Hoy nos vamos de lo político a los sentimientos. De todos modos, nada más político-diría Platón-que hablar de los hijos y la necesidad de no abandonar la polis (spoude/seriedad en la política). La dificultad de vivir en la diáspora, teniendo a Venezuela entre el corazón y el espinazo, queda al desnudo en lo cotidiano. Esos momentos que se dan una vez en la vida, como tener  El primer coche. Esta vez le toco vivirlo a mi hijo, pero en el auto-exilio…Muchos sentimientos encontrados que nos recuerdan, no son pocos los años que llevamos “mendigando ciudadanías”. Meses de nacido tenía mi hijo cuando llegó el comandante al poder…Ya maneja bien. Mi hijo. Aquél se fue… 

La vida en el exterior se sufre no por no comer arepas, café con leche o no bailar con Guaco en Navidad. Lo duro del desarraigo es el cotejo continuo de lo perdido. No lo material sino lo vivencial. Es trasladarnos a nuestra infancia o adolescencia, con la familia, con los vecinos, con los amigos, y compararlo con lo que ahora nuestros hijos viven o dejan de vivir fuera de su patio, de sus costumbres, de su propia historia. Cada cumpleaños de un hijo aun siendo celebrado con nuevas amistades y algunos parientes, no dejan de tener un sinsabor de ausencia. Un abuelo, un tío, primo, padrino, amigo o quienes habiéndoles criado y cuidado como hijos, sólo alcanzan de hacerles una llamada, soltar una lágrima y echarle la bendición. La diáspora es muy dura. Aun “disfrutando” la seguridad, los buenos servicios públicos o los protocolos de otra cultura, te faltan tus aires, tus sombras, tus veredas. Vivo en tres mundo. El francófono, el anglófono y el propio. Voy a caballo en tres saberes; tres maneras diferentes de entender nuestra realidad.  En el anglo comprendo a los franceses. En el Francés, defiendo al anglo. Y en ambos, trato de entenderme a mí. Entonces “el conflicto” es perenne, por lo que nos hace falta ese modo libertino, cálido, desenfadado hasta caótico de vivir. Son en esos momentos cuando la nostalgia no hacen concesiones. Y nos quebramos…

Recuerdo el primer coche que me regalaron mamá y papá. Temíamos se partiera en dos. Podrán imaginar “las virtudes” del elegido, que compramos a un querido primo. Con él  saqué  a pasear a mi novia, hoy mi esposa. Me llevó a mi primer día de universidad, a mi primera entrevista de trabajo y cobrar mi primer salario. Mi primer coche no fue sólo un evento material. Fue la continuación de una cadena de experiencias y aprendizajes. Era reconocer el esfuerzo de mis padres; ella incansable madre que jamás dejó de llevarme a donde le pidiese, él médico apasionado de su oficio, que antes de salir el sol ya estaba en el Hospital Universitario en cirugía o con sus alumnos de la UCV.  Padres muy típicos de una clase media movilizada, que vivían el primer chance de un país en progreso de darle un carro a su hijo, para ir a la UCAB a estudiar derecho. En ese primer coche se rehacían miles de horas de cuidado recibidas por mis viejos en mis primeros 17 años. Cada día que salía a mi universidad me invadía un inmenso sentimiento de orgullo y gratitud, raro en la adolescencia. Aquel carrito era la extensión de mis sueños, de mis retos. Me sentía como un quijote andante con deseos de encarar mil aventuras, conocer nuevos mundos, hasta adonde llegara el madero, porque al decir de la abuela, “en carro no hay nada lejos”.

El primer coche es entonces una anécdota inolvidable tanto para el que lo recibe, como el que lo da, si es el caso.  33 años mas tarde repito la experiencia, ahora siendo padre. Le he colaborado a mi hijo con un préstamo para comprar su primer coche. He disfrutado cada segundo su perplejidad, su emoción, su celebración y su gratitud. El morocho es un muchacho reservado, serio, observador, cómo su madre. Pero al ver que un nuevo camino se le abría, una luz encendía mirada. No contenía su sonrisa nerviosa, dejando deslizar sus mas íntimos secretos (cruzaré américa) ¡como quien canta en la ducha!...No dejaba de expresar con ojos gachos, abrazo sincero y voz determinada, el inmenso orgullo de su primer gesto de independencia. Pero esta bonita historia no sucedió en Venezuela, por lo que al día siguiente no fue a mostrarle "la fiera" a sus abuelos y sacarlos a pasear; a su mejor amigo en Caracas o a sus primos para aventurar en el Ávila, la playa o a la gran sabana. Esta “primera y única vez en la vida” cómo lo es el primer coche, le tocó vivirla en la diáspora con otros amigos, con otro destino, ¡con otra temperatura!

No espero que mi hijo me agradezca su primer coche. Sólo quiero que comience a rodar por el mundo con mucho juicio y con Venezuela presente. Sólo espero que mantenga el mismo espíritu de compromiso, de aspirar, hacer y alcanzar que hasta hoy albergo gracias a mamá y papá. Pido a Dios que llegue a salvo a todos los sitios, tanto hermosos como lejanos, y que haga carreteras cruzando América hasta llegar a su casa, en Caracas. En los abates del tiempo jamás pensé que recordaría mi primer coche desde tierras gélidas. Ojalá le toque a mi hijo recordar el suyo al revés: el que compró fuera de casa y lo trajo de vuelta. Disfrútalo hijo. Ya os tocará colaborarle al tuyo, a tu hijo…!en Venezuela!


Orlando Viera-Blanco
ovierablanco@vierablanco.com 
@ovierablanco
Caracas - Venezuela          

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