martes, 28 de marzo de 2017

PANCHO AGUILARTE, UN DIA CUALQUIERA EN CARACAS

EN CONCRETO


Llevo la noble Jeep Cherokee 2000 al taller. Una falla en el sistema de frenos me obliga a acudir al mecánico de siempre aquí en Caracas, en Baruta. Tengo que dejarla me dice Tomás, un experto de años, trabajador y honesto, de los pocos que quedan que no especulan y hace su trabajo con dedicación y eficiencia. 

Así que dejo la camioneta y salgo en busca de un taxi que me devuelva cinco kilómetros al lugar donde resido. A la señal de stop que hago con la mano se detienen uno, dos y hasta un tercero. Ninguno ofrece sus servicios por menos de 15000 bolivares, lo que me parece una exageración dado el nivel de ingreso que tenemos los profesionales en este país. 

Decido entonces tomar un BUS, camino dos cuadras y me detengo en una parada destartalada, abandonada con un techo desvencijado que ya no cumple su función de proteger contra el sol. ¿Pregunto a una anciana si por allí pasa un colectivo que pueda acercarme a la zona donde habito? . Me responde que debo tomar la unidad de la Alcaldía Metropolitana, la de Antonio Ledezma, que tiene como ruta Santa Inés-Las Minas, que me dejaría en la Pasarela frente a La Trinidad. De allí, agregó, te diriges hacia la parada de la subida de Los Naranjos. Espero 15 minutos y pasa el Bus, me embarco y arranco hacia el destino. No habían transcurrido ni cinco minutos cuando empieza una discusión entre dos usuarias por un asiento. Las groserías, insultos y descalificaciones que se dijeron fueron de una proporción insólita que normalmente uno no espera escuchar, mucho menos de dos féminas. Más tarde comprobaría que eso fue nada en comparación con lo que vi y presencie después. 

Me bajo en la pasarela, junto a un grupo de cuatro compañeros de ruta y me dirijo a la parada, en mejores condiciones que la otra pero igual de inútil en la protección contra el inclemente sol que hace a esa hora y en esta época. La espera fue más larga, más o menos de media hora. En la parada habían dos personas, una incapacitada, con dos muletas, parecía joven aunque el rostro cubierto de arrugas lo hacía lucir mucho más viejo, llevaba una franela roja con la cara de Chávez en el pecho y las siglas del PSUV, y una gorra con el rostro y el nombre del Che Guevara. Allí estuvo maldiciendo y mentando madre al transporte que tardaba en llegar. Una anciana con una muleta hacía lo propio al borde de la calle, en el resquicio que separa la calle de la parada. Un motorizado que pasa cerca y la roza con la brisa que produce la velocidad del aparato es víctima de un rosario de groserías, que asombran al resto de los que allí esperábamos menos al franela roja que dejaba ver en su rostro que era un prisionero del odio y la envidia que produce la seguridad de un fracaso anunciado. Llega el Bus y se amontonan todos tratando cada uno de acceder, supongo, a los pocos asientos vacíos disponibles, me detengo y a pesar de haber llegado de tercero a la parada permito que la anciana y el franela roja suban antes que yo. Continúo el recorrido pensando en la situación de miseria que arrastra el pueblo venezolano, mis pensamientos son interrumpidos por el grito al unísono de unas quince personas exigiendo al conductor que se detuviera allí. Iban de nuevo maldiciendo porque en la inmensa cola de bachaqueros que como una larga serpiente del amazonas se hacía frente al Excélsior Gama, nadie llevaba consigo algún producto. Uno de los que bajaban del BUS afirmó en fuerte voz : "Maldita sea, de tan lejos que vengo y en esta mierda no hay nada”. Sigue andando el colectivo y unas cuatro cuadras más adelante llego a mi destino por la derecha. Junto a mí se bajan dos jóvenes, cada una con una niña como de 4 y 5 años respectivamente. Me coloco detrás de ellas y mientras caminamos los ochocientos metros de distancia oigo que una le dice a la otra: Ya arreglé los papeles de la niña y la próxima semana nos vamos, aquí no se puede vivir, y tú ya le arreglaste los papeles a la tuya? pregunta a su compañera. Esta le dice no, me dijeron que como yo era dominicana me la podía llevar conmigo y allá arreglo los papeles. La otra le dice no es así, yo soy colombiana y tu dominicana pero las niñas nacieron en Venezuela, ellas deben tener su partida de nacimiento certificada y apostillada para que en nuestro país no te ordenen regresar por esos documentos. Claro, continúa la mujer,  que debes pagar una bola para que te las den rápido porque si no tienes que esperar bastante tiempo porque las citas las están dando para unos seis u ocho meses. 

Escucho y pienso ya nadie quiere seguir viviendo este infierno, ni siquiera aquellos que alguna vez vieron en Venezuela el lugar donde podrían alimentar los sueños de sus descendientes, lo que fue mi común hasta hace unos diez años aproximadamente. 

Hoy es un país tomado por los demonios, los externos que gobiernan, el régimen y los internos, los que están rápidamente adueñándose del pensamiento y el verbo de los más humildes y desamparados. De aquel país modelo y ejemplo en el mundo no queda nada, nadita de nada como dijera nuestra Mirtha Pérez, cantante de muchos éxitos en la Venezuela bonita de los años setenta. 

La caminata termina, llego al condominio donde habito, doy gracias a Dios por haberme dado la oportunidad de ver, escuchar, sentir y reflexionar sobre el reto que tenemos los que aquí estamos para sacar a Venezuela de este abismo en el que ha caído. En eso andamos

Juan R. Aguilarte T.
panchoaguilarte@hotmail.com
@P_aguilarte
Anzoategui - Venezuela

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