El gobierno
de Nicolás Maduro, desde el punto de vista de su estabilidad, tiene un buen
lejos. No pareciera tener en el horizonte nada ni nadie que pueda quebrantar su
permanencia en el poder. Inicia un segundo período sin tener por delante
ninguna inquietante alcabala política o electoral que esté obligado a
trasponer, salvo un eventual referéndum revocatorio presidencial en el año
2022. Sin embargo el régimen no ha podido construir a su alrededor, como sí lo
supo y pudo hacer Hugo Chávez en su momento, una hegemonía cultural en los
términos en que ésta es definida por el marxista Antonio Gramsci. Nos referimos
a los mínimos consensos de opinión y de ideas que le doten de un relato
poderoso con el cual se identifique una porción lo suficientemente
significativa de la población que le sirva como fuente de legitimidad. El poder
en Venezuela carece de encanto y sólo le queda el control social y la coacción
que supone el ejercicio de todo poder.
Este asunto
es un aspecto crucial para entender la realidad política venezolana del
presente. Las bayonetas, como decía Napoleón, no sirven para sentarse a
gobernar. Los regímenes por más autoritarios y opresivos que sean requieren
establecer un acuerdo general y tácito con la población según el cual las
personas reciben o tienen una razonable expectativa de recibir algo de
estabilidad y de bienestar para sus vidas, a cambio de las restricciones a su
libertad. Así sucedió en la Alemania Nazi, en la Italia fascista, en la Europa
socialista soviética, en la Cuba de Fidel Castro, en Chile durante Pinochet y
ocurre hoy por ejemplo en países con una fuerte inclinación autoritaria como
Rusia, China, Vietnam, Irán Turquía, Nicaragua y en algunas monarquías
teocráticas del Medio Oriente. En Venezuela hay un régimen que intenta
calificar para alinearse junto a ese grupo de naciones mencionadas, pero ese
acuerdo general, tácito e imprescindible no existe o está seriamente
quebrantado.
El gobierno
de Maduro en los años por venir deberá orientar sus esfuerzos en restablecer
ese mínimo acuerdo tácito de convivencia recíproca con la población que permita
al país ser viable desde el punto de vista funcional. De no hacerlo, lo que
sobrevendrá será la ingobernabilidad. “La rebelión de los perniles”, o las
protestas ocurridas por la deficiente distribución a las comunidades de las
piezas de cerdo prometidas por el gobierno durante las pasadas navidades de
2018, por deleznables y poco edificantes que parezcan sus motivaciones, es una
primera señal que se asoma como síntoma de un fenómeno que tal vez acompañe en
los sucesivo a la sociedad venezolana. Los vacíos tienden a llenarse. La
ausencia de una oposición orgánica y articulada al gobierno es terreno fértil
para la proliferación de eventos de esta naturaleza. ¿Cuán amplios y masivos
serán. ¿Cuáles serán sus alcances? Eso estará por verse. Sin embargo, de algo
estamos seguros, son un claro indicio del nivel de anomia social y política que
vivimos.
Pedro Elías
Hernández
Pedro Elias Hernández
@pedroeliashb
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