Levantó la bocina con pesadumbre. Un bostezo parecía
golpearle el entendimiento. Era poco más de las tres de la mañana. Quién
tendría los arrestos de llamar a tales horas. No había dejado nada pendiente,
aunque el ambiente turbio de los días recientes mantenía en ascuas a todo su
entorno.
Había dormido poco las últimas noches y ésta tenía el
mismo sabor amargo del desvelo. “¡Aló! ¿Quién llama?”, pregunta el general
venezolano de alto rango, a sabiendas de la situación peliaguda de los
acontecimientos en el país.
“¿Es usted el general Monasterios?, inquiere una voz
neutral del otro lado del auricular, cuyo tono frío, aplomado y con un español
preciso, dejó con una severa incógnita al militar. “Representamos al alto
gobierno de los EEUU y conocemos con precisión, cada uno de sus movimientos.
Esperamos que tome el rumbo correcto y decida plegarse a favor de la
democracia, el bienestar del pueblo y lo establecido en su constitución”.
El general casi petrificado, frunció el entrecejo con
desagrado, mientras a tientas trataba de sentarse en un sillón cercano a su
cama. La voz continuó con su mensaje casi de memoria, con la claridad y firmeza
de las determinaciones incuestionables: “Aspiramos que sepa a bien, redimir sus
equivocaciones del pasado y apoye la iniciativa de salvar su patria. Lo
consideraremos parte de nuestros amigos, si cumple con su deber elemental de
restituir la libertad y acabar con La dictadura. La justicia será menos rígida
con usted, al momento de aplicarse la justicia y devolver el Estado de derecho
a su nación”.
El militar había perdido cualquier atisbo de tenacidad
y su ánimo se había quebrado, incapaz de pronunciar palabra. Mientras, la voz
mesurada, finalizó con una sentencia: “Recuerde que las decisiones están
tomadas. Conocemos todos sus movimientos y los de su familia. A fin de cuentas,
su gobierno caerá y esperamos que no cometa el error de seguir apoyándole,
porque sufrirá el mismo destino de su dictador”.
Esta práctica estratégica no es nueva. Los norteamericanos
saben cómo allanar el camino en tiempos de guerra y mellar en el carácter más
egocéntrico de sus adversarios. Sabemos que el gobierno de Donald Trump no
cuenta con las mismas piezas de hace un año. Ha cambiado su componente de
seguridad y ahora, lo que parecían fanfarronadas de un gobernante caprichoso y
engreído, tienen en estos días, la medida dura del planteamiento formal.
Para toda la vocería virulenta y acalorada de los
distintos personajes involucrados en este plan, los días de Maduro están
contados. Ya se dejaron de lado la excusa cansina del diálogo y la negociación
para darle más tiempo en el poder al autócrata.
Hasta el propio asesor de seguridad nacional del
gobierno norteamericano, John Bolton, advirtió sin pensarlo mucho y con las
fachas pintorescas similares a las del doctor Chapatín, que a Maduro le espera
una larga estadía en el centro de detención de “Guantánamo” en Cuba -destinado
a los sospechosos de hechos de terrorismo-, sino deja la silla presidencial
malamente usurpada.
Por eso la amnistía es una buena tabla de salvación
para lograr un cambio en paz. Representa la última oportunidad para no generar
más derramamiento de sangre, como lo han propiciado los matones del dictador,
quienes han ejecutado a jóvenes en horas nocturnas, como un mensaje a voces de
su empecinamiento por mantenerse en Miraflores.
Lo dijo claramente el vicepresidente de los Estados
Unidos, Mike Pence, como una aviso incuestionable y rotundo hacia Maduro: “no
debe poner a prueba la determinación de la nación norteamericana ni la de su
presidente. No es hora de diálogo, sino de acción”.
Casi todo el continente americano se ha plegado a
reconocer a Guaidó como el presidente interino. También lo ha hecho el
parlamento europeo, la OEA y la gran mayoría de las naciones que conforman la
Unión Europea. Tal vez estas decisiones son el plazo puntual para una posible
acción militar de fuerza en territorio venezolano, por parte de una coalición
internacional impulsada por los yanquis.
Todos anhelamos la restitución del razonamiento
democrático en Venezuela. Nadie quiere decantarse por una acción bélica. Eso
provocaría muertes innecesarias y una impresión histórica imborrable y cruel.
Pero los autócratas y opresores de esta calaña no saben de buenos modos y
prefieren la pérdida de vidas, antes de dejar los beneficios y la seguridad de
dominar a una nación entera.
La suerte está echada. Lo ha referido Juan Guaidó con
una osadía rescatada de la memoria independentista: “la única negociación es el
cese de la usurpación por parte de Maduro”.
Esperemos que la devolución de la democracia sea de la
mejor manera posible y pueda generarse, como un estreno cerebral y una pequeña
luz de genialidad, la idea en el dictador de abandonar su cargo de manera
pacífica. Pero todo apunta a que eso no sucederá.
José Luis Zambrano Padauy
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571
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