"Cualquier país que acepta el aborto no está
enseñando a su pueblo a amar, sino a utilizar la violencia para lograr sus
objetivos". Madre Teresa de Calcuta.
Analizados a la luz de cualquier parámetro, los
Estados Unidos son la primera potencia del mundo. Son la primera potencia en
poderío militar, prosperidad económica y estabilidad política. Han triunfado en
dos guerras mundiales y ganado la guerra fría en su cruzada de salvar al mundo
de la indignidad del totalitarismo. Con un Producto Interno Bruto de 19.39
millones de millones de dólares representan el 24 por ciento del Producto
Interno Bruto total del resto de los países del mundo. Y son el único país del
globo que en sus 243 años de existencia jamás ha sido escenario de un golpe de
estado. Sin embargo, cualquiera que diga que los Estados Unidos no tienen
motivo alguno para estar preocupados por su futuro estaría radicalmente
equivocado.
El error consistiría en confundir lo accesorio con lo
principal, los resultados con el principio. Los padres fundadores que se
reunieron en Filadelfia en 1776 no se propusieron crear un imperio para dominar
militarmente a nadie o ser la envidia económica del resto del mundo. Se
propusieron y lo lograron crear una nación de hombres libres capaces de
determinar sus vidas sin interferencias del estado y con el poder de dar
órdenes a sus gobernantes. Una idea desconocida hasta el momento donde el
soberano no sería ya el rey sino el pueblo. Una república constitucional
renovada periódicamente a través de elecciones democráticas.
De ahí la importancia de que los ciudadanos se
mantengan fieles a los principios de "vida, libertad y búsqueda de la
felicidad" enunciados por Thomas Jefferson y ratificados por el resto de
los padres fundadores en Filadelfia. Esos principios se encuentran bajo ataque
en este momento por segmentos de la ciudadanía que anteponen sus intereses mezquinos,
sus conveniencias personales y hasta sus caprichos individuales al bienestar y
la estabilidad de la nación americana. El principio de la santidad de la vida
humana es el que se encuentra en mayor peligro por estos días.
Y prueba al canto. El gobernador demócrata del Estado
de Virginia, Ralph Northam, nada menos que un médico pediatra, describió en
detalle hace unos días el horrífico procedimiento del aborto de un embarazo a
término completo. Una criatura ya fuera del seno materno y con altas
probabilidades de sobrevivir podía ser sacrificada por decisión de la madre y
del médico que asistía en el parto. En sentido jurídico, tanto la madre como el
médico que toman esta decisión se convierten en reos de infanticidio.
Tradicionalmente, se ha entendido por infanticidio
"la muerte que la madre o alguno de sus próximos parientes dan al recién
nacido con objeto de ocultar la deshonra por no ser la criatura fruto de
legítimo matrimonio". Pero en este siglo XXI, esta definición resulta
obsoleta. Ahora ya no se necesita el pretexto de la deshonra de la embarazada
para realizar un aborto. La gente aborta sencillamente por conveniencia
personal.
De hecho, según el Centro para el Control de
Enfermedades, en el 2017 se realizaron 882,000 abortos en los Estados Unidos.
Otra estadística que ilustra la dimensión de esta barbarie es que, en el año
2014, el 19 por ciento de los embarazos en los Estados Unidos terminaron en
aborto. Y entre 1970 y el 2015, según el mismo centro, se realizaron más de 45
millones de abortos en este país.
Pero los Estados Unidos no están solos en esta
masacre. Cuentan con la deshonrosa compañía de países donde aun predomina la
cultura materialista y delincuencial de la filosofía comunista. En tal sentido,
un informe emitido en 2013 por las Naciones Unidas, señala que solo nueve
países del mundo tienen una tasa de abortos superior a la norteamericana. Los
mismos son Bulgaria, Cuba, Estonia, Georgia, Rumania, Suecia, Rusia, Ucrania, y
Kazajistán.
Para agudizar la situación, la nueva bancada demócrata
en la Cámara de Representantes ha fortalecido la influencia de la izquierda
dentro del partido. Según esta izquierda radical, el supuesto derecho de la
mujer a abortar a su antojo se antepone a la santidad de la vida del feto en su
seno materno. Lejos están los tiempos en que políticos demócratas como Hillary
Clinton, Harry Reid y Joe Biden caminaban una cuerda floja política respaldando
un aborto "seguro, legal y raro".
Se acabó el espacio para la moderación. El presidente
del Comité Nacional Demócrata, Tom Perez, ha declarado que todos los
norteamericanos deben de apoyar el derecho de toda mujer a tomar decisiones con
respecto a su cuerpo y a su salud. Y fue aún más lejos diciendo:"Nuestro
partido no apoyará a candidato alguno que se declare defensor de la vida".
Con esta declaración Tom Perez se mantiene en sintonía
con la ominosa Planned Parenthood que es al mismo tiempo beneficiaria y donante
de fondos públicos a candidatos del Partido Demócrata. Esta organización
criminal donó cientos de miles de dólares a candidatos demócratas al Senado y
la Cámara de Representantes en las elecciones del pasado mes de noviembre. Ni
un mísero centavo a candidatos del Partido Republicano.
Afortunadamente para Donald Trump, esta radicalización
del Partido Demócrata hacia la izquierda aumenta considerablemente sus
probabilidades de reelección en 2020. Una encuesta de la firma Gallop en junio
del año pasado arroja un resultado esperanzador para los defensores de la vida
del no nacido. En aquel momento, solamente el 13 por ciento de los
norteamericanos se declaró favorable al aborto en el tercer trimestre de
embarazo. Y después del escándalo provocado por las recientes declaraciones del
gobernador de Virginia un número mayor de norteamericanos podría rechazar este
bárbaro procedimiento.
Todo esto explica el apoyo masivo de los cristianos
evangélicos a Donald Trump. Líderes religiosos como Franklin Graham y Jerry
Falwell Jr expresaron muy temprano su respaldo al presidente. Estos líderes
pasaron por alto sus dos divorcios y su vida licenciosa para juzgarlo por su
conducta en defensa de la vida humana y su apoyo al estado de Israel. Las
estadísticas muestran que el 80 por ciento de los cristianos evangélicos
votaron por Trump en las elecciones de 2016.
En cuanto a las elecciones de 2020, contrario a todos
los vaticinios de sus enemigos enceguecidos por el odio, podrían traer consigo
un aumento de la base política de Donald Trump. Unas elecciones que mostrarán
si la sociedad norteamericana es o no capaz de alejarse de este umbral de la
barbarie y retomar el camino edificante de sus padres fundadores. Un camino
donde se respete la vida y se garanticen la libertad y la búsqueda de la
felicidad.
Alfredo Cepero
@AlfredoCepero
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