sábado, 24 de octubre de 2020

ANTONIO JOSÉ MONAGAS, HOMBRES DE HORROR

Explica la Biblia en el libro de Lucas (Cap. 2, Vers. 13-14), que cuando ocurrió el nacimiento humano de Cristo, un ejército de ángeles celestiales entonó “Gloria en las supremas alturas a Dios y sobre la tierra paz entre los hombres de buena voluntad”. Tiempo después, la literatura guatemalteca, representada por el eximio expositor, Miguel Ángel Asturias, narraba la creencia de que el hombre proviene del maíz. Así habla de los “hombres de maíz”. Esta idea era sostenida por el pueblo Maya-Quiché. Por otro lado, el famoso Popol Vuh, habla de los “hombres de barro”.

Salvador Garmendia escribía sobre los “hombres con pies de barro”. Garmendia expone el contraste que se vive en un contexto marcado por la violencia urbana medida desde el desquiciamiento paulatino del hombre social y político. Aunque nada relacionado con los mitos mayas apegados a la tradición prehispánica.

También, se ha hablado de los “hombres de madera”, configurados alrededor de la disposición de vencer los desafíos de la naturaleza.

Cabe a esta disertación, aludir a los “hombres de horror”. Individuos éstos, ejecutores vehementes de cuanta injusticia o arbitrariedad es manifestación de la perversidad o de la iniquidad. Hombres apegados a retorcidas prácticas morales y éticas que atropellan las libertades humanas a las cuales se supedita la vida misma. Incluso, libertades accionadas por la bonhomía, entendida como virtud.

Quizás esta premisa, podría validar la razón para dilucidar el por qué, durante los diecinueve siglos DdC, han sido tan pocos los “hombres de buena voluntad”.

De alguna manera, esto hace ver que el ejercicio de la política se ha visto reducido a su acepción más trivial. Es lo que revela la realidad cuando la política luce movida por idearios trastornados y confundidos. Problema éste que encrespa toda situación como consecuencia de la escasez o debilidad intelectual bajo la cual se asienta el concepto de política. Y peor aún, su praxis. Fundamentalmente, en medio de realidades aberrantes.

Es ahí cuando las crisis de coyuntura se dan alejadas de toda reglamentación social y normativa jurídica que promueve derechos humanos como expresiones de libertad y valoración política. Acá, los deberes desaparecen a instancia de los turbios intereses sobre los cuales se moviliza la política en su afán por enquistarse en el poder. A como dé lugar.

El caso Venezuela, bien retrata tan cuestionadas situaciones. Particularmente, luego que el informe elevado ante el Consejo de Derechos Humanos adscrito a la Organización de las Naciones Unidas, ONU, tuviera la repercusión que ciertamente alcanzó. Más, cuando caló profundamente en la opinión pública universal.

El horror en Venezuela es característico de las aterradoras “contradicciones” que revisten su diario devenir. Sobre todo luego que el militarismo, en complicidad con el torcido idealismo revolucionario, ha pretendido adueñarse del país. Con la mayor desvergüenza posible. 

Por eso se acentuaron distintas crisis al mismo tiempo. Crisis de conciencia, de ciudadanía y de valores políticos y morales, de salud, de economía, de salud, de servicios públicos, de seguridad pública, entre otras. Todas esas crisis agobian al país en sus mayores manifestaciones. Además, es parte del oficio que envalentonados furibundos, adoctrinados por la saña de esbirros cubanos e iraníes, han estado procurando con sus inmorales comportamientos . Todo ello, en perjuicio de la institucionalidad democrática, del declarado desarrollo económico y social, tanto como del zarandeado republicanismo.

Tan cruda realidad dejó atrás cualquier comentario que sobre tan caótica situación, se ha hecho. Ningún análisis político ha podido auscultar lo que las apariencias disfrazan de “normal”. La opinión de Walter Aranguren, es categórica cuando, en su escrito “La política del horror”, alega “(…) cuán lejos estaba de que la realidad superaría la imaginación y pudiera el horror ser método de hacer política en Venezuela”

Los desmanes que funcionarios policiales y militares opresores cometen en nombre del régimen, de la “revolución bonita”, o para adular al comando de las abusivas incursiones en supuesto “resguardo de la seguridad del Estado”, son atroces. No tienen medida alguna. Son el calco bruto de las arbitrariedades cometidas por los asesinos de la Alemania Nazi. 

No son cuentos de tertulias. Es la viva realidad que está padeciendo Venezuela y que el régimen pretende desconocer. Y para lo cual, el régimen se sirve de discursos cuyo contenido es el asomo atrevido del paroxismo de la incongruencia y la desvergüenza.

No sólo es repudio lo que induce la lectura de cada párrafo del grueso informe preparado para la ONU. Es también tormento, sollozo, sufrimiento. Es mirar el rostro de la impotencia de quien ha caído bajo el desmedido atropello perpetrado por las ensangrentadas manos de esos repugnantes “hombres de horror”. Culpables de las desgracias que reducen día a día el país a una mazmorra de “triste figura”. A un Estado “cárcel”. A un “Estado cadalso”. A un Estado “patíbulo”. A un Estado “delincuente” razón por la que se le indica como un Estado “fallido”.

Haber puesto al descubierto el inhumano trato de esos funcionarios hacia quienes apresan o detienen, es un golpe duro para el régimen. Funcionarios policiales y militares formados en tortura, sadismo, violación, intimidación, asfixias, ejecuciones extrajudiciales, aberraciones de todo tipo, comercio de droga, ultraje, desapariciones forzosas e indecencia a todo dar, permite que puedan calificarse o llamarse lo que son. O sea: “hombres de horror”. 

Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas

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