Todos sus
gobiernos se han invertido con tesón en detener esta lacra con distintas ópticas
y estrategias y todo tipo de proyectos han sido puestos en marcha para liberar
al país de un yugo que lo afecta en todos los aspectos de su dinámica social,
económica, política e internacional. Hacer un recorrido de esta tortuosa y
estéril historia no es el objeto de este escrito, más si el de llamar la
atención sobre el momento que Colombia atraviesa, dado el hecho de que hoy sus
autoridades y el país se encuentran sumergidos en una diatriba muy formal entre
dos propuestas que no son, por tanto, excluyentes: la de reiniciar las
fumigaciones masivas de las plantaciones en cuestión y la de, al propio tiempo,
iniciar una discusión seria y formal en el Congreso Nacional acerca de las
virtudes de la legalización dela producción, comercio y consumo de cocaína y
otras drogas . Que no se entienda que se trata de un blanco o negro, de una
opción o la otra, más sí de un reposicionamiento del tema y de sus posibles
soluciones en el tapete de las prioridades nacionales.
El Gobierno
de Iván Duque se ha involucrado en producir un decreto que viene al encuentro
de las reservas que produjeron la suspensión de las fumigaciones en el año 2015
luego de que todo un movimiento nacional encabezado por todo tipo de organizaciones
sociales, ambientales y académicos rechazó el uso del glifosfato por ser
potencialmente cancerígeno. Su posición es radical porque siente que una
solución definitiva pasa por usar todas las herramientas a la mano incluyendo
las fumigaciones con esta sustancia y se divorcia de la tesis de su predecesor,
Juan Manuel Santos, quien había instaurado un pacto con los campesinos de
sustitución voluntaria de cultivos, que terminó siendo responsable, a su vez,
del crecimiento de las plantaciones. Se ha demostrado como inútil la política
del Nobel de la Paz por estar la provincia minada de narco-guerrillas capaces
de “estimular convincentemente” al campesino para no abandonar las siembras de
coca.
Un escollo importante es que en el año 2017 la Corte Constitucional colombiana determinó, entre otros requisitos, que las autoridades solo pueden reactivar las fumigaciones si se establece con investigaciones científicas que las aspersiones no producen daño a la salud ni al medio ambiente. Así pues, el decreto solo entrará en vigor una vez cumplido este mandato, siendo el órgano de verificación el Consejo Nacional de Estupefacientes hoy controlado por el Jefe del Estado.
Mientras
este golpe de timón en la batalla antidroga se prepara desde el Ejecutivo, en
el Congreso se inicia toda una discusión sobre las ventajas de la legalización
del consumo del alcaloide. Tampoco para sus promotores ésta pretende ser una
solución única. Estos parten de la convicción de que un enfoque prohibicionista
de la política de drogas colombiana es el que crear la condiciones propicias
para que la lucha entre los grupos
armados con el Estado y de estos entre sí haya perdurado y se haya fortalecido
en lo sangriento. Las cuantiosas rentas que la venta de drogas produce a los
grupos armados – narcotraficantes y guerrilla- se sustentan precisamente en la
prohibición estatal y, mientras esta se mantenga, la venta de sustancias
psicoactivas seguirá siendo el gran negocio que sostiene y alimenta a la
violencia intestina del país.
El proyecto
encabezado por el Senador Iván Marulanda lo que busca es conseguir que Colombia
sea la primera nación en el mundo en regular todas las etapas del mercado de la
cocaína, a saber: la producción de la hoja de coca, la transformación en pasta
y base de coca y la distribución y venta de cocaína. El tema tiene sus adeptos
dentro de la sociedad y cuenta con apoyo de personalidades a escala mundial lo
que ha sido útil para conseguir apoyo político suficiente y contar con la
atención de los medios de comunicación.
En fin,
llama la atención como la colombianidad, desde cualquier esquina de
pensamiento, echa mano de todas las tesis para motivar a sus autoridades a no
abandonar esta lucha que limita tanto el desarrollo de las potencialidades del
país como su mejor inserción en el mundo que la rodea. Mientras la droga sea
una de las caras destacadas de Colombia, el país seguirá siendo una
significativa amenaza para su entorno cercano y para aquellos que también
sufren sus consecuencias sin importar la distancia que les separa del país
suramericano. Y el país continuará corroído por un mal que está apertrechado en
sus entrañas.
Beatriz
De Majo
bdemajo@gmail.com
Venezuela – España
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