La naturaleza humana siempre provoca al hombre intentar sacar ventaja del fruto del trabajo de otros, o, a codiciar lo ajeno. Y quienes han hecho de esta actividad su profesión, lo mejor que les ha sucedido es haber encontrado un intermediario al cual abiertamente le pueden decir: “Tú, legalmente puedes y debes tomar el producto del trabajo de la gente y compartirlo con nosotros”. Es cuando el Estado con entusiasmo acepta esa diabólica propuesta. Compuesto de políticos y burócratas profesionales, de hombres que en su corazón corrupto mantienen ese deseo y siempre aprovechan la oportunidad para acrecentar su poder y sus riquezas a expensas de otros.
El Estado naturalmente aprende el uso que puede darle
a ese papel que le ha confiado la gente. Se convierte en arbitro y amo de todos
los destinos. El tomará una parte importante del botín y, en algunos casos,
mantendrá la mayor parte para él. Multiplicará el número de agentes, aumentará
de forma abusiva el alcance de sus prerrogativas hasta desbordarlas. (Rational
Expectations)
Pero, lo más triste es la ceguera de la gente ante
este problema. Cuando soldados victoriosos reducían a los derrotados a la
esclavitud, ellos eran considerados bárbaros, pero no absurdos. Su objetivo
era, como el de tantos otros, el vivir a expensas de la riqueza de otros, pero,
a diferencia muchos, ellos si lo lograban. ¿Qué debemos pensar de quienes
aparentemente no se dan cuenta que el pillaje recíproco no es menos pillaje por
eso, por ser recíproco; que no es menos criminal porque se lleva a cabo
legalmente y de forma ordenada; que no aporta nada al beneficio de la
comunidad, sino al el contrario, es reducido por ese manirroto intermediario
que llamamos costo del Estado?.
Bastiat. “En Francia ese mito se estableció para su edificación ante la gente como preámbulo de la Constitución con estas palabras”: “Francia se ha constituido en una república con el propósito de elevar a sus ciudadanos a un estándar aún más alto de moralidad, iluminación y bienestar”.
“Entonces, ¿fue Francia o la abstracción, lo que se
estableció para elevar a los franceses o las realidades, hacia un estándar más
alto de moralidad, bienestar etc.? ¿No es creer en una bizarra ilusión que nos
lleva a esperar todo de un poder ajeno al nuestro? ¿No es considerar que, arriba y más allá de
la gente, hay un ser virtuoso, rico, iluminado ser que puede y debe conceder o
trasmitir sus beneficios a ellos? ¿No es asumir, y ciertamente sin fundamento,
que, entre la gente y la nación, es decir, entre el sinóptico y abstracto término
usado para designar todas esas individualidades e individuos, una relación
padre-hijo, guardián-instituto, maestro-pupilo?”
“Nos damos cuenta de que a veces hablamos
metafóricamente de la patria, o a la nación como tierna madre. Pero para
exponer en toda su fragancia lo insano de la propuesta insertada en la
constitución nacional, nos indica que se le puede dar reversa, y no diré sin
desventaja, sino con gran ventaja. ¿Sufrirá si en el preámbulo dijera?”:
“Los franceses han constituido una república con el
propósito de elevar al país a estándares de moralidad e iluminación y bienestar
aún más altos”.
Ahora ¿Cuál es el valor de un axioma en el cual el
sujeto y el objeto pueden ser intercambiarse sin desventaja? Todo mundo
entiende la afirmación: “La madre debe nutrir a su bebé”. Pero sería ridículo
afirmar; “El bebé debe nutrir a su madre”. Los americanos establecieron otra
idea en la relación de ciudadanos y el estado cuando ubicaron a la cabeza de su
Constitución estas palabras:
“Nosotros, la gente de EU, con el propósito de
construir una unión más perfecta, establecer justicia, asegurar la tranquilidad
doméstica, proveer para la defensa común, promover el bienestar general, y
asegurar las bendiciones de la libertad para nosotros y nuestra posteridad,
ordenamos etc.”
En ello no hubo mítica creación, tampoco abstracción
para que los ciudadanos pudieran demandar todo. Ellos no esperaban nada para
ellos ni para sus esfuerzos personales. Si algo se pudiera criticar a estas
palabras en la Constitución, no sería, lo que se pudiera pensar, para lidiar
con una mera sutil metafísica. Esa personificación del estado es el pasado y, a
futuro, con eso de “promover el bienestar general”, su regreso ha sido una
fuente fértil de calamidades y revoluciones.
Aquí tenemos por un lado a la gente, en el otro al
Estado, dos entidades muy distintas. La segunda intenta derramar todo sobre la
primera, y la primera con el derecho de exigir de la segunda una ducha con una
gran variedad facilidades humanas ¿Cuál podría ser el resultado?
Sabemos que el estado no tiene y no puede tener solo
una mano. Tiene dos, una para quitar y otra para dar. La mano ruda y la mano
gentil. La actividad de la segunda es necesariamente subordinada a la actividad
de la primera. Es decir, el Estado puede quitar y no dar. Y hemos visto que,
por la naturaleza porosa y absorbente de sus manos, siempre mantienen parte y
muchas veces retienen todo. Pero lo que nunca hemos visto y ni siquiera debe
concebirse, es el Estado dando a la gente más de lo que expropia. Por ello es
ridículo asumir el papel de pordioseros ante el Estado. Es imposible dar un
trato especial a individuos de la comunidad sin herir esa comunidad.
Y este es un gran círculo vicioso porque es una
contradicción que enfrentan los gobiernos. Dos expectativas de parte de la
gente, dos promesas de parte del gobierno; muchos beneficios sin impuestos. Y
al ser tan contradictorias nunca se pueden cumplir. Es cuando emergen dos
clases de hombres, los ambiciosos y los utópicos. Para los ambiciosos-demagogos
es suficiente murmurar a los oídos de la gente: “Los que están el poder te
están engañando; si nosotros estuviéramos ahí, te arroparíamos con beneficios y
te liberaríamos de impuestos”.
Y es así cómo las estructuras del Estado se convierten
en mercados a donde acuden vendedores sin mercancías y compradores sin dinero.
Y ante esas alternativas contradictorias, el vendedor acude al endeudamiento
para hacerse del inventario. Es decir, hipotecar el futuro por la presión del
presente, hacer poco en el presente hiriendo de muerte el futuro. Los demagogos
explotan la misma ilusión, toman la misma ruta y rápidamente se sumergen en el
mismo abismo. Es cuando los congresistas gritan, como famosamente lo hizo un
senador mexicano, “prefiero ser irresponsable con el dinero del estado, que no
dar a la gente lo que piden”.
Pero no se puede ser filantrópico sin expropiar a
otros, y si no quiere o no se puede exprimir a la gente con impuestos, tampoco
se puede ser filantrópico. Y ante ese dilema los gobiernos acuden a la mano
fuerte para mantenerse, silencian voces críticas, inician sus arbitrarios
decretos, surge la violencia y el caos. Y es cuando los Estados inician su
lenta agonía que los llevará a su muerte.
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