miércoles, 14 de julio de 2021

RICARDO VALENZUELA: ¿QUE ES EL ESTADO? ¿QUÉ HACE O DEBERÍA HACER? (SEGUNDA PARTE)

La naturaleza humana siempre provoca al hombre intentar sacar ventaja del fruto del trabajo de otros, o, a codiciar lo ajeno. Y quienes han hecho de esta actividad su profesión, lo mejor que les ha sucedido es haber encontrado un intermediario al cual abiertamente le pueden decir: “Tú, legalmente puedes y debes tomar el producto del trabajo de la gente y compartirlo con nosotros”. Es cuando el Estado con entusiasmo acepta esa diabólica propuesta. Compuesto de políticos y burócratas profesionales, de hombres que en su corazón corrupto mantienen ese deseo y siempre aprovechan la oportunidad para acrecentar su poder y sus riquezas a expensas de otros.

El Estado naturalmente aprende el uso que puede darle a ese papel que le ha confiado la gente. Se convierte en arbitro y amo de todos los destinos. El tomará una parte importante del botín y, en algunos casos, mantendrá la mayor parte para él. Multiplicará el número de agentes, aumentará de forma abusiva el alcance de sus prerrogativas hasta desbordarlas. (Rational Expectations)
 
Pero, lo más triste es la ceguera de la gente ante este problema. Cuando soldados victoriosos reducían a los derrotados a la esclavitud, ellos eran considerados bárbaros, pero no absurdos. Su objetivo era, como el de tantos otros, el vivir a expensas de la riqueza de otros, pero, a diferencia muchos, ellos si lo lograban. ¿Qué debemos pensar de quienes aparentemente no se dan cuenta que el pillaje recíproco no es menos pillaje por eso, por ser recíproco; que no es menos criminal porque se lleva a cabo legalmente y de forma ordenada; que no aporta nada al beneficio de la comunidad, sino al el contrario, es reducido por ese manirroto intermediario que llamamos costo del Estado?.
 

Bastiat. “En Francia ese mito se estableció para su edificación ante la gente como preámbulo de la Constitución con estas palabras”: “Francia se ha constituido en una república con el propósito de elevar a sus ciudadanos a un estándar aún más alto de moralidad, iluminación y bienestar”.
 
“Entonces, ¿fue Francia o la abstracción, lo que se estableció para elevar a los franceses o las realidades, hacia un estándar más alto de moralidad, bienestar etc.? ¿No es creer en una bizarra ilusión que nos lleva a esperar todo de un poder ajeno al nuestro?  ¿No es considerar que, arriba y más allá de la gente, hay un ser virtuoso, rico, iluminado ser que puede y debe conceder o trasmitir sus beneficios a ellos? ¿No es asumir, y ciertamente sin fundamento, que, entre la gente y la nación, es decir, entre el sinóptico y abstracto término usado para designar todas esas individualidades e individuos, una relación padre-hijo, guardián-instituto, maestro-pupilo?”
 
“Nos damos cuenta de que a veces hablamos metafóricamente de la patria, o a la nación como tierna madre. Pero para exponer en toda su fragancia lo insano de la propuesta insertada en la constitución nacional, nos indica que se le puede dar reversa, y no diré sin desventaja, sino con gran ventaja. ¿Sufrirá si en el preámbulo dijera?”:
 
“Los franceses han constituido una república con el propósito de elevar al país a estándares de moralidad e iluminación y bienestar aún más altos”.
 
Ahora ¿Cuál es el valor de un axioma en el cual el sujeto y el objeto pueden ser intercambiarse sin desventaja? Todo mundo entiende la afirmación: “La madre debe nutrir a su bebé”. Pero sería ridículo afirmar; “El bebé debe nutrir a su madre”. Los americanos establecieron otra idea en la relación de ciudadanos y el estado cuando ubicaron a la cabeza de su Constitución estas palabras:
 
“Nosotros, la gente de EU, con el propósito de construir una unión más perfecta, establecer justicia, asegurar la tranquilidad doméstica, proveer para la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar las bendiciones de la libertad para nosotros y nuestra posteridad, ordenamos etc.”
 
En ello no hubo mítica creación, tampoco abstracción para que los ciudadanos pudieran demandar todo. Ellos no esperaban nada para ellos ni para sus esfuerzos personales. Si algo se pudiera criticar a estas palabras en la Constitución, no sería, lo que se pudiera pensar, para lidiar con una mera sutil metafísica. Esa personificación del estado es el pasado y, a futuro, con eso de “promover el bienestar general”, su regreso ha sido una fuente fértil de calamidades y revoluciones.
 
Aquí tenemos por un lado a la gente, en el otro al Estado, dos entidades muy distintas. La segunda intenta derramar todo sobre la primera, y la primera con el derecho de exigir de la segunda una ducha con una gran variedad facilidades humanas ¿Cuál podría ser el resultado?
 
Sabemos que el estado no tiene y no puede tener solo una mano. Tiene dos, una para quitar y otra para dar. La mano ruda y la mano gentil. La actividad de la segunda es necesariamente subordinada a la actividad de la primera. Es decir, el Estado puede quitar y no dar. Y hemos visto que, por la naturaleza porosa y absorbente de sus manos, siempre mantienen parte y muchas veces retienen todo. Pero lo que nunca hemos visto y ni siquiera debe concebirse, es el Estado dando a la gente más de lo que expropia. Por ello es ridículo asumir el papel de pordioseros ante el Estado. Es imposible dar un trato especial a individuos de la comunidad sin herir esa comunidad.
 
Y este es un gran círculo vicioso porque es una contradicción que enfrentan los gobiernos. Dos expectativas de parte de la gente, dos promesas de parte del gobierno; muchos beneficios sin impuestos. Y al ser tan contradictorias nunca se pueden cumplir. Es cuando emergen dos clases de hombres, los ambiciosos y los utópicos. Para los ambiciosos-demagogos es suficiente murmurar a los oídos de la gente: “Los que están el poder te están engañando; si nosotros estuviéramos ahí, te arroparíamos con beneficios y te liberaríamos de impuestos”.
 
Y es así cómo las estructuras del Estado se convierten en mercados a donde acuden vendedores sin mercancías y compradores sin dinero. Y ante esas alternativas contradictorias, el vendedor acude al endeudamiento para hacerse del inventario. Es decir, hipotecar el futuro por la presión del presente, hacer poco en el presente hiriendo de muerte el futuro. Los demagogos explotan la misma ilusión, toman la misma ruta y rápidamente se sumergen en el mismo abismo. Es cuando los congresistas gritan, como famosamente lo hizo un senador mexicano, “prefiero ser irresponsable con el dinero del estado, que no dar a la gente lo que piden”.
 
Pero no se puede ser filantrópico sin expropiar a otros, y si no quiere o no se puede exprimir a la gente con impuestos, tampoco se puede ser filantrópico. Y ante ese dilema los gobiernos acuden a la mano fuerte para mantenerse, silencian voces críticas, inician sus arbitrarios decretos, surge la violencia y el caos. Y es cuando los Estados inician su lenta agonía que los llevará a su muerte.
 
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