La
rápida, certera, oportuna y valiente declaración de Mauricio Macri reafirmando
como presidente electo lo que prometiera durante su campaña electoral, a saber:
que exigiría del Mercosur la aplicación de la cláusula democrática contra el
gobierno de Venezuela por la sistemática violación a los derechos humanos, ha
escandalizado a los gobiernos cómplices de Venezuela – Ecuador, en primer
lugar, que ya se siente ofendido porque intuye que podría engrosar la lista de
países denunciados, y ha puesto a correr a las derechas de la región para
montarse en la ola de los nuevos tiempos históricos. Enhorabuena.
Lo cierto
es que la decisión de Macri llega en forma oportuna en cuanto respecta a su
propio accionar político, pero con insólito y doloroso retraso para quienes hoy
se montan en el último furgón de cola de la denuncia contra la dictadura de
Nicolás Maduro.
Leo una entrevista al ex
presidente y probable postulante para su reelección Sebastián Piñera en la
cual, ante la pregunta de por qué ahora, que no es presidente, y no antes,
cuando lo fue. Su respuesta demuestra el peso de la noche en las conciencias de
los políticos latinoamericanos. Dice el ex presidente chileno en esa reciente
entrevista con la revista Qué Pasa, desde Cartagena de Indias, en Colombia:
—Me parece bien el anuncio de
Macri y si yo fuese presidente haría lo mismo.
—Pero usted no lo hizo en los
cuatro años que fue presidente. ¿Por qué?
—Porque las circunstancias en
Venezuela han cambiado. Hoy no es la misma de hace dos años atrás.
—¿Considera que el gobierno de
Nicolás Maduro ha sido muy diferente al de Hugo Chávez?
—Hace dos años no había presos
políticos de la magnitud de Leopoldo López, Daniel Ceballos y Antonio Ledezma,
por dar sólo un ejemplo.
Que Venezuela no es la misma que
la de hace dos años es tan de Perogrullo, que podemos pasarlo por alto. Pero de
que era diferente, en esencia, a la que es hoy, es una media verdad. Y Piñera
lo sabe. Como también lo sabía Álvaro Uribe mientras era presidente de
Colombia, cuando decidiera no enfrentar a la que ya por entonces era una
dictadura de pelo en pecho. Venezuela ha estado regida por un gobierno militar
civil de índole dictatorial, tendencialmente totalitario y castrocomunista,
manejado in situ por la tiranía cubana a través de sus comandantes y agentes
del G2, llena de presos políticos, fraudulenta, amañada, vinculada a un
proyecto estratégico coordinado por el Foro de Sao Paulo, vinculada al terrorismo
de las Farc y, junto a ellas, al narcotráfico y entronizado gracias a una
sistemática y elaborada manipulación electoral que, como bien lo demostraran
algunos técnicos y académicos especializados en comicios electorales de la
Universidad Carlos III de Madrid viene cometiendo fraudes electorales por lo
menos desde el Referéndum Revocatorio del 15 de agosto de 2004.
No es un secreto: todo ello forma
parte del acopio de informaciones de la prensa internacional y es murmullo de
pasillos políticos desde el mismo día en que fuera electo Hugo Chávez como
presidente de la República. Conversando en Santiago de Chile con el fundador
del Partido Por la Democracia (PPD) Sergio Bitar, ministro de obras públicas y
de Educación por la Concertación chilena, poco antes de dicho Referéndum, me
contó haberse reunido recientemente con el todavía presidente en ejercicio del
Brasil, Fernando Enrique Cardoso, quien lo habría prevenido frente al teniente
coronel venezolano en los siguientes términos textuales: “Hay que tener mucho
cuidado con Hugo Chávez. Es un fascista que causará muchos problemas.” La misma
opinión le escuché a Carlos Ominami, padrastro de Marco Enríquez Ominami, por
esas mismas fechas. Y en conversaciones sostenidas con las dirigencias del
Partido Socialista, bajo la secretaría general de Gonzalo Martner y del grupo
parlamentario de la Democracia Cristiana, incluso con la senadora socialista
Isabel Allende Bussi, nadie expresó la más mínima duda sobre la naturaleza
militarista, caudillesca, fascistoide y dictatorial de Hugo Chávez. Y de ello
hace más de una década.
Pero si era lógico que la
izquierda filocastrista mirara de soslayo ante los evidentes signos
devastadores que prometía ejecutar el teniente coronel al servicio de la
estrategia injerencista cubana, no cabe pensar lo mismo de la derecha
democrática de la región. Que Chávez era una ficha y había firmado un pacto con
el diablo convirtiéndose en peón de Fidel Castro en Tierra Firme y que Lula se
convertiría en su principal aliado en la región con el propósito de desbancar a
las democracias burguesas desde el llamado Foro de Sao Paulo lo supe desde
mucho antes.
Recién reconfirmado para un
extraño segundo mandato a raíz del Plebiscito del año 2000 que, al reafirmarlo
en la presidencia le agregaba automáticamente dos años más a los cinco
originales de su mandato, recogí en el aeropuerto de Maiquetía a mi por
entonces amigo Marco Aurelio García, mano derecha de Lula da Silva y llegado a
Caracas para asistir a esa segunda asunción de mando en nombre de su jefe. Al
expresarle mis serias dudas sobre la naturaleza democrática del teniente
coronel me miró sorprendido y exclamó: “¡Pero Sebastián!” – mi nombre político
en el Mir de nuestro pasado común – “¿tienes algunas objeciones estéticas al
comandante? ¿O ya abjuraste de nuestro juramento?” “¿Y cuál es ese juramento?”
– le pregunté asombrado. “El de José Martí” – me respondió: “con los pobres de
la tierra quiero yo mi suerte echar…!” Chávez era una ficha de los cubanos.
Como el mismo Lula da Silva. Más claro, echarle agua.
Pronto advertí que el profundo
cambio operado en las conciencias de la izquierda chilena y continental tras el
fracaso de Allende y los sufrimientos de los 17 años de feroz dictadura de
Augusto Pinochet y los generales del Cono Sur se esfumaba como por arte de
magia y, respaldado por la fastuosa riqueza petrolera que cayera inclemente
sobre Venezuela, el castrocomunismo volvía a sus andadas tras la dominación de
la región. El generoso e inesperado respaldo financiero del petróleo venezolano
sobre partidos, organizaciones y personalidades de izquierda, así como su
financiamiento en dólares fuertes a los candidatos del Foro por parte del
Palacio de Miraflores derretiría como por encanto las buenas intenciones
democráticas del conjunto de la izquierda. Como lo demostraría en su ominosa
gestión de dos períodos consecutivos al frente de la OEA el Panzer chileno José
Miguel Insulza, Chávez, al igual que Fidel Castro, había ingresado al altar de
los intocables. Para izquierdas y derechas. Tal como me lo reafirmara el mismo
Sergio Bitar al decirme que en función de las campañas electorales que se
avecinaban, lo mejor era dejar a Chávez tranquilo. Fue lo mismo que le expresó
con todas sus letras y en perfecto español el prócer de la socialdemocracia chilena
Ricardo Lagos al dirigente socialdemócrata venezolano Humberto Celli en un
encuentro en Praga auspiciado por Vaklav Havel: “Tengo aspiraciones
presidenciales. Chávez no es un tema que convenga tocarse en Chile.”
Lo mismo podría decirse de Raúl
Alfonsín, quien me llamara en Caracas a pocas horas de celebrarse ese malhadado
Referéndum Revocatorio rogándome le pidiera a Enrique Mendoza, el líder máximo
de la Coordinadora Democrática y jefe máximo de la oposición, que no adelantara
ningún resultado antes del que proclamaría Jorge Rodríguez, debutante en la
feria de los fraudes electorales venezolanos que signarían la historia del
chavismo durante más de largos diez años. Ante Hugo Chávez, más valía “no
menealle…”. Era el gigantesco, el inconmensurable poder hegemónico del
populismo petrolero en la región. Y en el mundo, como lo confirma a diario su
discípulo español Pablo Iglesias.
De modo que con lo de la
dictadura venezolana y sus dolientes de la región bien puede citarse la
tradición del cornudo, aquella que afirma que siempre resulta el último en
enterarse y cuando lo hace, decide resolver la ofensa vendiendo el sofá sobre
el que se desfogaba la adúltera.
Todo lo cual podría aceptarse,
dado el peso de la noche, de que hablaba el prócer chileno. Pero lo que no
termino de entender del discurso de mi admirado amigo Sebastián Piñera, al que
le deseo los mayores éxitos en su intento por volver a la presidencia en bien
de Chile y los chilenos, es que considere que para aplicar la cláusula
democrática los presos políticos deban alcanzar cierto rango, como el que
poseen Leopoldo López, Antonio Ledezma y Daniel Ceballos. Muy por el contrario,
considero que las Cláusulas Democráticas tienen por objetivo que cualquier hijo
de vecino que vaya a la cárcel por razones de conciencia, como los cientos que
han vegetado en las mazmorras del chavismo desde hace 15 intolerables años,
debe movilizar y merecer la activación de todos los recursos de la comunidad
democrática internacional para ser liberados. No hay presos políticos buenos y
presos políticos malos: en democracia no deben existir presos políticos.
Y para terminar: la democracia,
como bien lo sabemos todos, no consiste tan sólo en celebrar elecciones y ser
elegido. Aquella diferenciación entre democracia de origen y democracia de
desempeño es una cisura epistemológica aberrante: toda democracia es
democrática hoy, in actus, no en potentia: no ayer ni mañana. Consiste en
respetar los derechos de la ciudadanía, impedir la entronización monárquica de
los poderosos y como bien lo dijese uno de nuestros más célebres pensadores
políticos: consiste en que la sociedad civil ejerza su poder soberano vigilando
no sólo a los gobiernos, sino a los políticos.
El de Chávez mereció la
aplicación de todos los convenios internacionales vigentes desde aquellos
infaustos hechos del 11 de abril de 2002, cuando decidiera desatar los demonios
de la dictadura y entregarle a Fidel Castro, atado de pies y manos, al sometido
pueblo venezolano. Y no con esta cruenta tardanza, cuando el mal ya alcanzó los
peores abismos. Todo lo demás es cuento. Y los cuentos, a esta altura del
partido, sólo provocan vergüenza.
Antonio
Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
@Sangarccs
Miranda -
Venezuela
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