martes, 1 de diciembre de 2015

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA, MÁS VALE TARDE QUE NUNCA

La rápida, certera, oportuna y valiente declaración de Mauricio Macri reafirmando como presidente electo lo que prometiera durante su campaña electoral, a saber: que exigiría del Mercosur la aplicación de la cláusula democrática contra el gobierno de Venezuela por la sistemática violación a los derechos humanos, ha escandalizado a los gobiernos cómplices de Venezuela – Ecuador, en primer lugar, que ya se siente ofendido porque intuye que podría engrosar la lista de países denunciados, y ha puesto a correr a las derechas de la región para montarse en la ola de los nuevos tiempos históricos. Enhorabuena.

Lo cierto es que la decisión de Macri llega en forma oportuna en cuanto respecta a su propio accionar político, pero con insólito y doloroso retraso para quienes hoy se montan en el último furgón de cola de la denuncia contra la dictadura de Nicolás Maduro.

Leo una entrevista al ex presidente y probable postulante para su reelección Sebastián Piñera en la cual, ante la pregunta de por qué ahora, que no es presidente, y no antes, cuando lo fue. Su respuesta demuestra el peso de la noche en las conciencias de los políticos latinoamericanos. Dice el ex presidente chileno en esa reciente entrevista con la revista Qué Pasa, desde Cartagena de Indias, en Colombia:
—Me parece bien el anuncio de Macri y si yo fuese presidente haría lo mismo.
—Pero usted no lo hizo en los cuatro años que fue presidente. ¿Por qué?
—Porque las circunstancias en Venezuela han cambiado. Hoy no es la misma de hace dos años atrás.
—¿Considera que el gobierno de Nicolás Maduro ha sido muy diferente al de Hugo Chávez?
—Hace dos años no había presos políticos de la magnitud de Leopoldo López, Daniel Ceballos y Antonio Ledezma, por dar sólo un ejemplo.
Que Venezuela no es la misma que la de hace dos años es tan de Perogrullo, que podemos pasarlo por alto. Pero de que era diferente, en esencia, a la que es hoy, es una media verdad. Y Piñera lo sabe. Como también lo sabía Álvaro Uribe mientras era presidente de Colombia, cuando decidiera no enfrentar a la que ya por entonces era una dictadura de pelo en pecho. Venezuela ha estado regida por un gobierno militar civil de índole dictatorial, tendencialmente totalitario y castrocomunista, manejado in situ por la tiranía cubana a través de sus comandantes y agentes del G2, llena de presos políticos, fraudulenta, amañada, vinculada a un proyecto estratégico coordinado por el Foro de Sao Paulo, vinculada al terrorismo de las Farc y, junto a ellas, al narcotráfico y entronizado gracias a una sistemática y elaborada manipulación electoral que, como bien lo demostraran algunos técnicos y académicos especializados en comicios electorales de la Universidad Carlos III de Madrid viene cometiendo fraudes electorales por lo menos desde el Referéndum Revocatorio del 15 de agosto de 2004.
No es un secreto: todo ello forma parte del acopio de informaciones de la prensa internacional y es murmullo de pasillos políticos desde el mismo día en que fuera electo Hugo Chávez como presidente de la República. Conversando en Santiago de Chile con el fundador del Partido Por la Democracia (PPD) Sergio Bitar, ministro de obras públicas y de Educación por la Concertación chilena, poco antes de dicho Referéndum, me contó haberse reunido recientemente con el todavía presidente en ejercicio del Brasil, Fernando Enrique Cardoso, quien lo habría prevenido frente al teniente coronel venezolano en los siguientes términos textuales: “Hay que tener mucho cuidado con Hugo Chávez. Es un fascista que causará muchos problemas.” La misma opinión le escuché a Carlos Ominami, padrastro de Marco Enríquez Ominami, por esas mismas fechas. Y en conversaciones sostenidas con las dirigencias del Partido Socialista, bajo la secretaría general de Gonzalo Martner y del grupo parlamentario de la Democracia Cristiana, incluso con la senadora socialista Isabel Allende Bussi, nadie expresó la más mínima duda sobre la naturaleza militarista, caudillesca, fascistoide y dictatorial de Hugo Chávez. Y de ello hace más de una década.
Pero si era lógico que la izquierda filocastrista mirara de soslayo ante los evidentes signos devastadores que prometía ejecutar el teniente coronel al servicio de la estrategia injerencista cubana, no cabe pensar lo mismo de la derecha democrática de la región. Que Chávez era una ficha y había firmado un pacto con el diablo convirtiéndose en peón de Fidel Castro en Tierra Firme y que Lula se convertiría en su principal aliado en la región con el propósito de desbancar a las democracias burguesas desde el llamado Foro de Sao Paulo lo supe desde mucho antes.
Recién reconfirmado para un extraño segundo mandato a raíz del Plebiscito del año 2000 que, al reafirmarlo en la presidencia le agregaba automáticamente dos años más a los cinco originales de su mandato, recogí en el aeropuerto de Maiquetía a mi por entonces amigo Marco Aurelio García, mano derecha de Lula da Silva y llegado a Caracas para asistir a esa segunda asunción de mando en nombre de su jefe. Al expresarle mis serias dudas sobre la naturaleza democrática del teniente coronel me miró sorprendido y exclamó: “¡Pero Sebastián!” – mi nombre político en el Mir de nuestro pasado común – “¿tienes algunas objeciones estéticas al comandante? ¿O ya abjuraste de nuestro juramento?” “¿Y cuál es ese juramento?” – le pregunté asombrado. “El de José Martí” – me respondió: “con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar…!” Chávez era una ficha de los cubanos. Como el mismo Lula da Silva. Más claro, echarle agua.
Pronto advertí que el profundo cambio operado en las conciencias de la izquierda chilena y continental tras el fracaso de Allende y los sufrimientos de los 17 años de feroz dictadura de Augusto Pinochet y los generales del Cono Sur se esfumaba como por arte de magia y, respaldado por la fastuosa riqueza petrolera que cayera inclemente sobre Venezuela, el castrocomunismo volvía a sus andadas tras la dominación de la región. El generoso e inesperado respaldo financiero del petróleo venezolano sobre partidos, organizaciones y personalidades de izquierda, así como su financiamiento en dólares fuertes a los candidatos del Foro por parte del Palacio de Miraflores derretiría como por encanto las buenas intenciones democráticas del conjunto de la izquierda. Como lo demostraría en su ominosa gestión de dos períodos consecutivos al frente de la OEA el Panzer chileno José Miguel Insulza, Chávez, al igual que Fidel Castro, había ingresado al altar de los intocables. Para izquierdas y derechas. Tal como me lo reafirmara el mismo Sergio Bitar al decirme que en función de las campañas electorales que se avecinaban, lo mejor era dejar a Chávez tranquilo. Fue lo mismo que le expresó con todas sus letras y en perfecto español el prócer de la socialdemocracia chilena Ricardo Lagos al dirigente socialdemócrata venezolano Humberto Celli en un encuentro en Praga auspiciado por Vaklav Havel: “Tengo aspiraciones presidenciales. Chávez no es un tema que convenga tocarse en Chile.”
Lo mismo podría decirse de Raúl Alfonsín, quien me llamara en Caracas a pocas horas de celebrarse ese malhadado Referéndum Revocatorio rogándome le pidiera a Enrique Mendoza, el líder máximo de la Coordinadora Democrática y jefe máximo de la oposición, que no adelantara ningún resultado antes del que proclamaría Jorge Rodríguez, debutante en la feria de los fraudes electorales venezolanos que signarían la historia del chavismo durante más de largos diez años. Ante Hugo Chávez, más valía “no menealle…”. Era el gigantesco, el inconmensurable poder hegemónico del populismo petrolero en la región. Y en el mundo, como lo confirma a diario su discípulo español Pablo Iglesias.
De modo que con lo de la dictadura venezolana y sus dolientes de la región bien puede citarse la tradición del cornudo, aquella que afirma que siempre resulta el último en enterarse y cuando lo hace, decide resolver la ofensa vendiendo el sofá sobre el que se desfogaba la adúltera.
Todo lo cual podría aceptarse, dado el peso de la noche, de que hablaba el prócer chileno. Pero lo que no termino de entender del discurso de mi admirado amigo Sebastián Piñera, al que le deseo los mayores éxitos en su intento por volver a la presidencia en bien de Chile y los chilenos, es que considere que para aplicar la cláusula democrática los presos políticos deban alcanzar cierto rango, como el que poseen Leopoldo López, Antonio Ledezma y Daniel Ceballos. Muy por el contrario, considero que las Cláusulas Democráticas tienen por objetivo que cualquier hijo de vecino que vaya a la cárcel por razones de conciencia, como los cientos que han vegetado en las mazmorras del chavismo desde hace 15 intolerables años, debe movilizar y merecer la activación de todos los recursos de la comunidad democrática internacional para ser liberados. No hay presos políticos buenos y presos políticos malos: en democracia no deben existir presos políticos.
Y para terminar: la democracia, como bien lo sabemos todos, no consiste tan sólo en celebrar elecciones y ser elegido. Aquella diferenciación entre democracia de origen y democracia de desempeño es una cisura epistemológica aberrante: toda democracia es democrática hoy, in actus, no en potentia: no ayer ni mañana. Consiste en respetar los derechos de la ciudadanía, impedir la entronización monárquica de los poderosos y como bien lo dijese uno de nuestros más célebres pensadores políticos: consiste en que la sociedad civil ejerza su poder soberano vigilando no sólo a los gobiernos, sino a los políticos.
El de Chávez mereció la aplicación de todos los convenios internacionales vigentes desde aquellos infaustos hechos del 11 de abril de 2002, cuando decidiera desatar los demonios de la dictadura y entregarle a Fidel Castro, atado de pies y manos, al sometido pueblo venezolano. Y no con esta cruenta tardanza, cuando el mal ya alcanzó los peores abismos. Todo lo demás es cuento. Y los cuentos, a esta altura del partido, sólo provocan vergüenza.
Antonio Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
‏@Sangarccs

Miranda - Venezuela

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