Stanislaw, un querido amigo y compañero de armas —más venezolano que el
joropo, aunque con nombre extranjero— me escribió recientemente. Entre otras cosas me dice: “Yo trato de ser
tan optimista como el resto de la población, ese 80 y pico % que aspira y sueña
con un cambio. Pero la triste realidad me lleva a pensar que no va a ser así
(…) vivo al igual que Ud. en un país cuya descomposición alcanza limites más
allá de lo ponderable. Un país donde no
hay un Estado o tal vez un brochazo de lo que una vez fue un Estado (…) Somos
un país arrasado por la barbarie del narco-comunismo. Gobernados desde Cuba con toda la saña
política que nos podamos imaginar (…) Yo no lo veo simple” (el amanecer de una
nueva Venezuela después del 6-D, acoto yo). “Y lo que es peor, no hay un solo
líder que hable sobre esta realidad.
Nadie le dice al país que sin el esfuerzo gigantesco de una sociedad
donde prevalezca el respeto al derecho (…) no habrá solución”. Y dice más: “Yo personalmente dudo que el
tejido de intereses ajenos al país nos permita tan fácil y dócilmente empezar a
recuperar ese sueño. Yo dudo que luego
del 6D (…) podamos percibir nada diferente.
¿Sabe por qué? Pues porque ni los
rusos, chinos, cubanos, iraníes, etc. nos van a soltar tan fácilmente, pero
también porque aún no entendemos que lo verdaderamente grave de Venezuela no es
este gobierno, ni los anteriores. Lo más
triste que tiene este país, hemos sido sus ciudadanos”.
Palabras ominosas, graves, dolorosas, pero con las cuales todos tenemos
que estar de acuerdo: la falta vernácula de civismo es la que nos tiene en este
estado de casi postración. Comerse una
luz roja, copiarse en un examen, evadir el pago de impuestos, llevarse los
útiles de la oficina para la casa, matraquear a los conductores (y dejarse
matraquear por los agentes) son apenas una pequeña muestra de lo que somos:
cualquier cosa menos ciudadanos.
Llegamos a avispados pendejos, cuando mucho.
Claro que alcanzamos estos extremos porque desde la cúpula del Estado,
la cima de las instituciones, el alto mando militar, lo que nos dejan ver son
malos ejemplos. Darle usos indebidos de
las partidas secretas, cobrar comisiones por cuanto contrato pase por las
manos, mirar para otro lado cuando el generalote lleva la gandola de
combustible para “el otro lado”, hacerse los locos cuando un avión lleva casi
tonelada y media de cocaína son apenas muestras de la venalidad —en esto, no
creo que sea ineptitud— de las autoridades.
Pero también lo son: un Defensor de Pueblo que se desvive por defender
al gobierno (ya llevamos cuatro y ninguno ha servido), unas magistradas que
desechan lo que aprendieron (y enseñaron) de derecho al momento de emitir
sentencias, unas rectoras a las que se les hace de lo más normal que el
ilegítimo se haga acompañar de candidatos en sus cadenas, o que estos repartan
“canaimitas” (que no compraron ellos sino el gobierno) como parte de la
campaña.
Es contra este estado de cosas, frente a esa caterva de ladrones,
abandonando la zona de confort desde donde vemos pasar las irregularidades del
régimen, que debemos reaccionar. Por
eso, es que el próximo domingo, todos a una, haremos las colas que sí debemos
calarnos, sonrientes, esperanzados: las de ir a ejercer el sufragio. No te lo digo más; es la última vez que te lo
digo (por lo menos antes del 6-D).
¡Cumple con tu deber! Ya sé que,
según la Constitución, el voto no es un deber sino un derecho y “una función
social” —¡ah, frase pa’ edulcorada!— pero ante las circunstancias actuales, es
un deber moral; aún más: es un imperativo categórico.
Claro que las admoniciones anteriores no son para Stan: me consta su
alto concepto del deber ser, de sus virtudes ciudadanas, de su desempeño
ejemplar. Él tiene muy claro lo que hay
que hacer este domingo que viene. Las
exhortaciones casi con tono de recriminación son para los que se escudan detrás
del biombo del “apoliticismo” para irse a la playa, quedarse en casa libando y
jugando dominó, hacer una parrilla (solo los muy ricos, porque la punta trasera
está incomprable). Y no te lo exhorto
yo, pobre bolsa; ¡te lo manda a decir el papa Francisco! “Ninguno de nosotros
puede decir: ‘yo no tengo nada que ver con esto, son ellos los que gobiernan...
No, no, yo soy responsable de su gobierno y tengo que hacer lo mejor para que
ellos gobiernen bien y tengo que hacer lo mejor por participar en la política
como pueda’". Antes, había dicho
otra cosa: "un gobernante que no ama, no puede gobernar: al máximo podrá
disciplinar, poner un poco de orden, pero no gobernar". Pareciera una frase dedicada a Platanote. Pero este dirá: “eso no es conmigo, porque yo
ni orden pongo”.
Contra el latrocinio, contra el paterrolismo, contra el aventurerismo,
¡vota! Y ya sabes: abajo y a la
izquierda, ¡con ganas!
Humberto Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
Carabobo - Venezuela
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