domingo, 27 de diciembre de 2015

JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ, CONQUISTA Y CRISTIANDAD

“Si las pérdidas fueron enormes, las ganancias han sido inmensas”. Octavio Paz
Si algo validó la conquista de América más allá de los errores y sus faltas fue la progresiva implantación de la cristiandad. Junto a los conquistadores en sus expediciones, en sus actos fundadores de pueblos desconocidos y remotos, amenazados como estaban por la respuesta indígena, vino la Iglesia Católica que dio sentido humano y civilizador a aquel avance, a ese hecho militar y político que no solamente representaba a la autoridad de España sino de nuestra religión y que constituyó la admirable empresa de extender la fe a un vasto continente.

La implantación de la Iglesia en la Indias fue esencial y auspició de importantes transformaciones: con ella el descubrimiento y la conquista no fue un simple acto de fuerza, la imposición desmotivada de una raza, un ejercicio de un poder superior  justificado para unos, condenable para otros. La Iglesia Católica atemperó los males, cuestionó la avaricia, rechazó la impiedad, denunció la esclavitud contra los naturales e influyó notablemente para que el Rey dictase normas protectoras. La Iglesia complementó los bienes que trajo la conquista al poblar y organizar el territorio, crear instituciones, dictar leyes, fomentar la cultura.
Existen numerosísimas decisiones reales a favor del mandato cristiano de amar al semejante y no disminuir su condición, así como también diversos memoriales remitidos a su Majestad por representantes religiosos, varios de ellos expresamente autorizados por éste para pasar a América y cumplir con apoyo de las autoridades en las Indias la obra de la evangelización.
La actuación de Montesinos y De Las Casas, entre otros, simbolizó un precedente moralizador. Ellos condenaron los actos de barbarie realizados contra la raza indígena, y exigieron los compromisos que la corona había contraído en defensa de los naturales. La “Auctoritas” política y doctrinal de la Iglesia se ejerció en provecho de los originarios habitantes del Nuevo Mundo.
En 1522, en los primeros años del establecimiento colonial en Tierra Firme, una Real Cédula ordenó al gobernador y a los oficiales de Venezuela y Cabo de la Vela castigar faltas cometidas contra los derechos religiosos y brindar ayuda al obispo disponiendo que: “os juntéis con él y en lo que fuera bueno y justo”.
En el año de 1535 los mandamientos reales abarcaron distintas materias, tales como que las autoridades y los indios comarcados contribuyesen en la construcción de la Iglesia Catedral, tarea encomendada al gobernador de Venezuela; que no se hiciese guerra a los indios ni fuesen objeto de expatriaciones; que a favor del templo que se erigía en Coro se destinasen 500 pesos de oro; que se pusiese en libertad al indio don Marcos quien junto a los suyos se levantó contra los españoles y que le fueran devueltos sus bienes.
Al paso que se formaban poblaciones iba surgiendo la cristiandad. En 1538 al considerar  el Consejo de Indias el estado de la Provincia de Venezuela resolvió que la Iglesia de Coro tuviese lo necesario para los sacramentos y, además, como también era preciso castigar desafueros, que se investigara la conducta de Nicolás Federman por agravios y daños realizados a los indios de la Provincia.
En el año de 1552, en el pueblo de Borburata, luego que los españoles peticionaron  a la Virgen María su protección y el encuentro de numerosas minas, tal hecho se produjo y en gratitud al acontecimiento se le dispuso que todo el oro y la plata encontrada en la víspera se destinase a construir en su homenaje un templo en el lugar.
En ese mismo año en Coro y El Tocuyo se ratificó la normativa acerca de que: “ninguna persona se pueda servir de los indios”. De la misma manera se dictaron previsiones de importancia tales como la imposibilidad de quitar a los indios sus ceremonias aún cuando se aspiraba que fueran ellos y sus descendientes buenos cristianos; igualmente, se impidió que las indias: “tomen hierbas para matar a sus hijos o fumen tabaco para alucinar”; que se verificaran malos tratos y, además, que los aborígenes pudiesen vivir con sus mujeres y que se reprendieran los delitos perpetrados contra ellos.
Finalmente, en 1596, se ordenó que los gobernadores de Venezuela respaldar a las Iglesias de Guanare, Barquisimeto, Carora, El Tocuyo, Maracaibo, Valencia, San Sebastián de los Reyes, Trujillo y Santiago de León de Caracas, y que se le concediera, por ejemplo, a esta última: “lo que montasen los dos novenos que de sus frutos le pertenecen, por tiempo de seis años”.
Con innumerables sacrificios la Iglesia Católica se extendió en América. Además se debe a sus misiones la portentosa  obra evangelizadora en medio de nuestro intrincado territorio y haber expandido como producto de su influencia y determinación los límites espirituales, físicos y humanos de la naciente Venezuela constitutivos de nuestro patrimonio y de nuestra afirmativa identidad como Nación.
Jose Felix Diaz Bermudez
jfd599@gmail.com
@jfdiazbermudez

Anzoategui -  Venezuela

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