Cada vez que observo
con sordidez y pesadumbre la imagen afectuosa del nuestro Libertador, estampada
en su solemnidad en los billetes devaluados de cien bolívares, irrumpe en mi
reflexiva como en tropel, desgastados insultos a estos jerarcas sin oficio,
quienes en sus artimañas por el poder han empañada nuestro estandarte
monetario, minimizado en una economía hecha migas, cuyo único valor se asienta
en las carteras atestadas de dólares.
En los últimos años
el venezolano ha apelado a acomodar su presupuesto yendo al exterior a
conseguir algunos dólares por la vía de los cupos viajeros. Esa realidad es
innegable, pues el sueldo sirve sólo para entender la fortaleza de un sistema
calzado para generar autómatas conformistas, acostumbrados a efectuar colas
gigantescas, a caerse casi a trompadas por una bandeja de carne en un
supermercado y a ver despedir a familiares y amigos en los aeropuertos.
La pasada semana por
fin anunciaron el nuevo sistema cambiario. Atrás quedarán las posibilidades de
subsanar los orificios dejados por una paupérrima e insuficiente quincena.
Ahora viajar a otros países se regirá por un sistema flotante, el cual inició
en 206,92 bolívares por unidad gringa, pero probablemente irá aumentando
despiadadamente, mientras el paralelo parece que le hubiesen encendido un
cerillo en los juanetes, saliendo
despavorido y estar cercano a los mil 300.
Pero la realidad es
todavía más grotesca, dejando lánguido y estupefacto al más optimista. La
mayoría de las tarjetas de créditos tiene límites bajos para sostener semejante
aumento. Desde el año pasado se estableció que la banca pública sería la única
con potestad en esta materia. Muchos no poseían cuentas en estos bancos del Estado
y debieron por supervivencia, abrir una y esperar con desafortunada
resignación, la llegada de su tarjeta y cuyos límites rondan los 30 o 40 mil
bolívares.
La gran mayoría de la
población no ostenta una capacidad crediticia en sus tarjetas, como para poder
ir, por ejemplo, a alguna nación donde otorguen mil dólares, pues debe contarse
con un límite superior a los 206 mil 920 bolívares.
El incluir el cupo
viajero en este Sistema de Divisas Complementario (Dicom) genera una subida de
mil 500 por ciento, pues a las esperanzas de visitar otros países le han
lanzado un pesado yunque encima, con unos anhelos predestinados al hundimiento.
Estos cupos servirán
para viajar sólo por la imaginación. El Gobierno carece en sus alforjas la
capacidad para subsanar las demandas de dólares de la población, la cual deberá
ahogarse en vituperios y vivir encerrada en una jaula de hierro como ha
permanecido Cuba, cuyos pobladores no cuentan con el dinero suficiente para
salir de la isla.
Esta pantomima
económica es sólo una distorsión de lo que sería un cambio monetario. Persiste
ese estragado sistema de controles, con unos redoblantes que le seguirán
poniendo ritmo a los personeros y amigos del Ejecutivo nacional; pero a partir
de ahora el ciudadano común se verá en la disímil tarea de vender sus
pertenencias para requerir dólares en el oscuro y contradictorio sistema
paralelo.
No creo que en
Venezuela se pongan de moda las balsas ni tanto demente surcando el mar, como
suculento festín de un tiburón. Quizá se transforme un burro y le edifiquen
unas alas. Nada frena la desesperada creatividad de un país sumido en el
socialismo.
José
Luis Zambrano Padauy
jzambranopadauy@yahoo.com
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571
Zulia
- Venezuela
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