Estamos
cayendo al vacío. No hablo de la crisis económica, que ya es noticia vieja.
Hablo del ánimo. Del entusiasmo para seguir apostando por el país. Quedan pocos
metros de reserva. Es la consecuencia natural del derrumbe colectivo. Pero
mientras nuestro cuerpo siga de pie, algo podemos hacer. Hay que ayudar a la
mente. Atender su quejumbre. Sabemos que una densa calima ha penetrado sus
pasillos. El optimismo se nos ha constipado. En la mente, ahí está ocurriendo
nuestro principal desastre. Ella tiene clara la magnitud del descalabro. Los
antidepresivos, los pocos que quedan, no alcanzan para barrer con el desánimo.
Hay que apostar por estimulantes que no suelen ubicarse en las farmacias. Es
una estrategia. Puede que funcione. Hagamos una lista. Odio la liturgia de la
autoayuda, pero estamos en emergencia.
Por
ejemplo. Contra las cadenas presidenciales, rock and roll. Fíjense, apenas
llegaron los Rolling Stones a Cuba, Maduro tuvo que devolverse. La lista es
amplia, desde Chuck Berry y Elvis Presley pasando por Aerosmith y desembocando
en Led Zeppelin. ¿A quién no le alegra el ánimo una canción de Los Beatles?
Tararee su estribillo favorito, mientras apaga las sandeces que emiten desde
Miraflores. Si el rock está contraindicado para su perfil 20, encienda las
cuatro esquinas de su casa con el repertorio de Ismael Rivera y Héctor Lavoe.
Se descubrirá moviendo los labios y no para enunciar anatemas. No hay limitaciones,
no hay censura. Si el antidepresivo que le funciona es el reguetón, pues
bienvenido sean Daddy Yankee y su amplia corte de imitadores. Sí, ya sé que con
eso no se consigue Harina Pan, pero ponerle música a su estupor puede agregar
una diferencia.
Aprovechemos,
por ejemplo, el decreto no oficial de oscuridad, los apagones eléctricos, para
el cultivo de la lujuria. Volver a la piel del otro. Eso se impone. Muchas
veces, el ritmo de vida atenta contra ese festejo que amerita laxitud, tiempo,
pausa. Si usted ha espaciado sus afanes eróticos por las tribulaciones de la
cotidianidad, es hora de recuperarlos. Si trabaja en la administración pública,
con más razón, ahora sus viernes son no laborables. Y el cuerpo lo sabe. El
imperio de las caricias es un territorio de entusiasmos. Nadie es triste en el
sexo.
Cuando
vuelva la luz, si eso ocurre, viaje. Prescinda de Cadivi y sus insufribles
carpetas, de la carestía de dólares, de las aterradoras tarifas aéreas. Métase
en otra historia. Cambie de realidad por dos horas. Evada sin pudor. Ese es uno
de los portentos del cine, ofrece pasajes a cualquier rincón de la historia, a
cualquier geografía, incluso a las imposibles. Si quiere sentir que todo podría
ser peor (porque eso consuela), vea películas sobre el holocausto nazi, sobre
la guerra civil española, alquile un documental sobre los espantos de las dos
guerras mundiales, sobre Hiroshima, Chérnobyl, Vietnam, el exterminio de indios
en Norteamérica, la Inquisición, o la opresión del Islam en el África negra.
Pero si la idea es balancear cotufas en su mano y recuperar la risa, la oferta
es infinita y va desde Woody Allen, Rob Reiner, Billy Wilder o Almodóvar hasta
el mismísimo Charles Chaplin. La desconexión total se la ofrecen George Lucas o
Peter Jackson y la saga del Señor de los Anillos, por nombrar los que me cruzan
la memoria apuradamente. En ese tiempo de cotufas, lo juro, dejarán de existir
Diosdado Cabello, los pranes, las cifras de inflación y el siniestro Tribunal
Supremo de Justicia.
Hablamos
de la mente. De su ofuscación. Pues creo fervientemente en el poder de la
palabra. En ella vivo, acato sus exigencias y reboso en sus placeres. Lanzarle
al cerebro unos cuantos libros puede ser muy rentable. Leer es una aventura que
merece ser masiva, convertirse en epidemia y ritual cívico. Leer es tan
subversivo como el sexo en la vía pública. Leer es la gimnasia feliz del
cerebro. Cuando no tengas adónde ir, gira el rostro hacia tu biblioteca, allí
el mundo. No hay mejor antídoto contra la oscuridad. Leer es quedarse y salir a
la vez, escalar y sumergirse, hacer del sótano un domingo con mesa de noche.
Leer te hace mejor y distinto. Cada vez que abres un libro, prendes un fósforo
en tu cerebro. Leer es esa acrobacia que te permite comprender, interrogar y
avanzar. Leer es entender que un orgasmo no necesita piel. Un libro es un tren,
un niño que dibuja finales, una casa que se estrena, una fiesta en el silencio.
Un libro es un categórico acto de civilización. Si queremos sorprender al
hastío o deponer el abatimiento, allí esa caja de palabras que convenimos en
llamar libro. Ábrela, lánzate en su estómago blanco, suprime el pudor y los
prejuicios. En los libros está la mejor reunión de aventuras que conozca el
mundo. Es un club para la inteligencia. Una clave para acceder al misterio de
la belleza. Un libro es un espectáculo portátil, una montaña y un amuleto, una
zona de revelaciones. Leemos para entender la vida, para convertirnos en
ficción, para recuperar el asombro. Leemos para reinar en la perplejidad y el
conocimiento.
No
tarde más, comience a lanzarle libros a su cerebro. La depresión se irá
extinguiendo como una bruma que se aleja.
Cuatro
placeres al alcance de la mano. Una forma de resiliencia contra la oscuridad.
La esperanza y la acción también necesitan asideros. Algo de dónde agarrarse
mientras construimos la salida final de la pesadilla.
Leonardo
Padron
info@leonardopadron.com
@Leonardo_Padron
Caracas
- Venezuela
http://elvenezolanonews.com/2016/04/14/de-donde-agarrarse-por-leonardo-padron/
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