HABLA LA CONCIENCIA
Llegamos a donde nadie lo hubiese pensado. Más que rabia es un odio enfurecido; la respuesta encontró asiento en un pueblo
indignado. Lo triste es que, cuando la
justicia se cobra por cuenta propia, no tiene medida ni límite en su
aplicación. No queremos hacer del tema escogido un motivo para la
especulación política, pero sentimos que la responsabilidad es exclusiva de quien hace tan poco -por no
decir nada- que la ciudadanía -frente al
verdadero recurso del "sálvese quien pueda"- ha venido reaccionando
de la manera más ruda y jamás imaginada.
Quisiéramos hacernos entender más por el dolor de lo que está pasando en
nuestro país que por los argumentos que esgrimimos sobre la tragedia en sí,
porque no hay persona que no esté
alarmada con el desarrollo -cada vez más avanzado- de la criminalidad callejera
y tristemente convencida de que en definitiva el régimen ha resultado
incompetente para reducirla. Nos
cambiaron la vida; de aquel país alegre
nos queda solo recuerdos y añoranzas.
Estamos enfrentados a esa realidad del asalto rutinario en el autobús y
el arrebato sorpresivo; pero lo más
alarmante es que hasta el entretenimiento nocturno desapareció, ya que a partir de las cinco de la tarde
comienza el cierre del comercio, y la soledad de las calles se hace sentir en
el pánico de la población.
Vivimos una tragedia muy particular.
Las motos son parte de la angustia de la gente; se han convertido en una práctica diaria del
asalto. Preguntamos: ¿qué cuesta aplicar
algunas medidas que al final serían de beneficio colectivo? Ningún motorizado asaltaría si no llevara
algún acompañante. Hablamos del
parrillero cómplice y aunque en las primeras de cambio serían muchos los justos
que pagarían por los pecadores, solo buscamos una sana imagen del sector motorizado. Se trata de una clasificación donde la
compañera justifica su traslado y el mototaxista tendría su
identificación; pero la aplicaría
cualquier gobierno que se empeñe en reducirle las alas a la delincuencia.
No estamos descubriendo el agua tibia pero sí nos preocupa lo que
será de ese venezolano de sentimientos
profundamente humanos, que ve con sus propios ojos cómo una persona envuelta en
llamas o sacrificada por una comunidad, paga la desgracia de su desviación.
Ojalá que Carabobo -convertido hoy en un desastre en materia de
seguridad-diera el primer paso.
¡Insólito!: la tragedia del autobús en Guigue con el número de
fallecidos señalados, sigue trayendo cola;
la policía ha tenido que custodiar el ataúd del chofer hasta el
cementerio para evitar que una turba linchara al muerto.
Luis Garrido
luirgarr@hotmail.com
@luirgarr
Carabobo - Venezuela
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