SESQUIPEDALIA
Por mucho tiempo, los
sociólogos izquierdosos (casi un pleonasmo) sostuvieron que no existía el
“estado de peligrosidad”; que, contrariamente a lo que sustentaban Feuerbach y
Lombroso en el siglo XIX, no había base para presumir que alguien va a violar
la ley. Por eso, nuestra variedad nativa
se esforzó para que se anulara la Ley sobre Vagos y Maleantes y no descansó
hasta que salieron de El Dorado los últimos sujetos de esa ley. Lo que no dicen, y hasta ocultan, es que esa
ley —adoptada de una norma española por varios países americanos— sigue vigente
en la Cubita de sus amores. Y callan
más: ahora se hacen los locos y hasta apoyan a Jorgito Audi Rodríguez cuando
tranca los accesos al municipio Libertador porque dizque las manifestaciones de
la oposición serán violentas y van a causar destrozos en ese municipio, que él
ha convertido en un basural infecto.
Según él —en un
razonamiento que hace dudar de sus cualidades como siquiatra— la peligrosidad
criminal es un modo de ser, un atributo, que hace proclives a las personas a la
delincuencia (y más si son de los que nos atrevemos a pensar distinto a él y
sus capitostes). Que somos criminales
natos, pues. Contrariándolo a él, la
mayoría de quienes alguna vez tuvimos que estudiar criminología nos sentimos
obligados a argüir que la peligrosidad no pasa de ser una probabilidad que no
puede ser cerciorada sino después que el delito se ha cometido. En eso falla el pensamiento del hermano de
Delcy Eloína. Lo grave es que con esa
falacia ha envenenado a los mandos de una Guardia que alguna vez fue “Nacional”.
Por tanto se puede
presumir que si la Marcha del Silencio atravesó con pocos impedimentos desde
Chacaíto hasta casi Caricuao, no fue por una corrección meditada, ni por el
empleo de la recta razón, sino porque los cubanos le ordenaron a Nicky que
frenara a sus sicarios. Debe ser que se
dieron cuenta de que la mala prensa internacional que mostraba al régimen solo
servía para darle la razón a los opositores; y que estaban quedando muy mal a
ojos vistas aun ante sus “amigos” de la Alba, Celac y Unasur, que de chulos no
pasan. En todo caso, la modificación de
la conducta represiva quizá llegue solo a remiendo, por aquello de que “la
cabra al monte tira”. Los motolandros
que cobran al régimen sus actuaciones no van a querer quedarse sin sus jugosas
bonificaciones y le pondrán una presión a sus pagadores similar a la que
ejercen sobre los pacíficos manifestantes.
Sea que perdure la pax
rodriguiana, sea que retorne la violencia, ya se vislumbra el tiempo en que
la nomenklatura deberá reconocer que
les quedó inmensa la tarea de comunizar a Venezuela y mejor se retiran a contar
sus peculios mal habidos. Hora en que la
sensatez, las buenas maneras, la eficiencia, la justicia y la honradez regresán
a la administración pública.
El gobierno que se
adviene no la va a tener fácil. Porque
los salientes, con tiempo y dinero de sobra, al día siguiente empezarán a
meterle palos a las ruedas de la carreta, a alterar el orden interno. Porque seguirán siendo fachos. Por formación, debieron ser comunistas, pero
en lo que resultaron fue en una infame mixtura de neofascismo y dictadura
latinoamericana de los cincuenta. A lo
que más se me parecen es a los peronistas: necesitan demostrar que son los
únicos que pueden gobernar el país. Sin
importar cuán loables sean los logros de sus contrarios, hay que destruirlos.
Me vienen a la mente
varios presidentes argentinos del Partido Radical a los que les hicieron la
vida imposible y hasta los forzaron a entregar el mandato antes de tiempo.
A Arturo Frondizi
—quien era partidario del desarrollismo, quien buscó el acercamiento con
Kennedy, aunque se opuso a la expulsión de Cuba de la OEA— los peronistas le
hicieron la vida de cuadritos e instigaron a los militares a que dieran un
golpe para, luego, ellos recoger la banda presidencial dejada en el suelo. A Arturo Illia, un modelo de honradez —que no
aceptó que de las arcas nacionales se pagasen sus tratamientos médicos y que
tuvo que vender su auto para saldar esas deudas; y que, habiendo rechazado la
pensión de presidente, prefirió irse a trabajar en una panadería en su pueblo
natal— lo dejaron terminar el período.
Pero era que estaba muy fresco el recuerdo de los gorilas en la
presidencia y no les convenía su regreso.
Pero con Fernando de la Rúa volvió la burra al trigo: apenas lo dejaron permanecer
dos años en el cargo. Montoneros y
sindicalistas exacerbaron las protestas sociales hasta que a este no le quedó
más remedio que abandonar la Casa Rosada en un helicóptero. Lo que fue el retorno de los peronistas al
poder significó el regreso de los corruptos como Carlos Ménem, Néstor Kirchner
y Cristina Fernández —estos dos últimos, por medio de De Vido, aliados de
Chiabe y el inmaduro en los latrocinios a ambos erarios, con maletín
incluido. Ahora, le está tocando a
Macri, quien por haber tenido que tomar ingratas medidas de saneamiento en los
ingresos nacionales, ya está recibiendo plomo de piqueteros peronistas como
Moyano y D’Elía, azuzados por Cristina y los peronistas.
Algo parecido es lo que
va a tener que enfrentar el gobierno que deba reemplazar al régimen. No va a ser nada fácil la tarea. Pero habrá que asumirla con afán patriótico
y, Dios mediante, apoyándose en las mentes más preclaras y los gerentes más
eficientes…
Humberto Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
Carabobo - Venezuela
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